Aclarar la vista y aguzar el oído
Juan Manuel Roca
Cómo acertar con mi vida
Cómo acertar con mi vida
Juan Manuel Roca

        En cierta ocasión, cuando Jesús terminó de enseñar a la muchedumbre, los Apóstoles, a solas, le preguntaron por qué hablaba a la gente siempre en parábolas. Jesús respondió: "Porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. Y se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Con el oído oiréis, pero no entenderéis; con la vista miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y han cerrado sus ojos" (Mt 13, 10-15).

        Aquellos hombres y mujeres, aun siendo buenos, habían ido perdiendo la capacidad de calar sobrenaturalmente en lo que veían con sus ojos, en lo que oían: si el Señor les hubiera hablado con claridad, le hubieran rechazado o le habrían entendido "traduciendo" la enseñanza de Jesús a sus pobres esquemas y conceptos ya consolidados, incapaces de captar a primera vista la novedad tremenda del Evangelio. Las parábolas, tan gráficas que captaban la atención y se grababan en la memoria, eran como "de efecto retardado", porque hacían pensar, reflexionar, y así, dándoles vueltas poco a poco, la gente iba descubriendo su sentido y "atando cabos", se iba haciendo cada vez más capaz de entender toda la verdad de Cristo.

        Pero esa debilidad de la vista del alma, que lleva a no saber discernir e interpretar lo que se tiene delante, la propia vida; esa dureza de oído que lleva a no oír o a oír sin entender, sigue siendo frecuente. Isaías, como hemos visto, llama a esa situación embotamiento del corazón.

        Nos hace falta luz, adquirir la capacidad de ver a Cristo y entenderle. Jesús nos merece respeto, estima y admiración, pero tantas veces entre Él y nosotros no hay una relación personal viva y sorprendida, que facilite el cambio de actitud en el alma: "Nuestros pecados fueron la causa de la Pasión: de aquella tortura que deformaba el semblante amabilísimo de Jesús, perfectus Deus, perfectus homo. Y son también nuestras miserias las que ahora nos impiden contemplar al Señor, y nos presentan opaca y contrahecha su figura. Cuando tenemos turbia la vista, cuando los ojos se nublan, necesitamos ir a la luz. Y Cristo ha dicho: ego sum lux mundi! (Ioh VIII, 12), yo soy la luz del mundo. Y añade: el que me sigue no camina a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida" (J. Escrivá, Via Crucis, Estación VI, 1).

        ¿Cómo preparar nuestra mirada a recibir esa luz de Cristo? Ante todo, hay que quitar los obstáculos –ya decíamos en la última parte del capítulo anterior que sin confesión no hay vocación–; pero también es necesario fomentar algunas disposiciones interiores que lo faciliten.