Un engaño para elefantes
Juan Manuel Roca
Cómo acertar con mi vida
Cómo acertar con mi vida
Juan Manuel Roca

        Contaba uno que de pequeño iba al circo y que lo que más le gustaba era el número del elefante. El elefante es un animal que despliega un enorme peso y una fuerza brutal; pero a él le asombraba ver que, después de su actuación y hasta un rato antes de volver a la pista, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de las patas a una pequeña estaca. La estaca era un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado en el suelo. Parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo podía arrancar esa estaquita sin el menor esfuerzo. Nuestro amigo, curioso, indagó y preguntó la razón de ese proceder tan extraño y tan poco seguro para los que estaban cerca del elefante, hasta que alguien le explicó que el elefante no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño. Este animal gigantesco y poderosísimo no intenta arrancar la estaca porque cree que no puede, porque desde pequeño aceptó su incapacidad y tiene el registro de su impotencia bien guardado en la memoria (memoria de elefante, precisamente).

        A veces puede sucedernos algo así: vivimos atados a estacas pequeñas, insignificantes, pero que nos restan libertad y audacia para acometer grandes empresas. Vivimos creyendo que no somos capaces de hacer un montón de cosas simplemente porque alguna vez probamos y no pudimos. Guardamos en nuestro recuerdo: "no pude... y nunca podré", perdiendo así una de las mayores bendiciones con que puede contar un ser humano: la fe, la confianza en que con la gracia de Dios se puede todo. La única manera de luchar para vencer es no dejarnos atenazar por la experiencia negativa de nuestras derrotas pasadas, poner en el intento todo el corazón y todo el esfuerzo, como si sólo dependiera de nosotros, pero al mismo tiempo, confiando totalmente en Dios, como si todo dependiera de Él.

        Eliminar de verdad los defectos –los malos hábitos– que tenemos arraigados no es tarea de un día, y esas inclinaciones hacen que sea más fácil caer en lo que no querríamos. Por eso quien lucha a veces gana, y a veces puede perder. Pero quien prefiere no luchar, no plantearse nada que pueda superar sus fuerzas, para evitar la posible humillación de la derrota, ya está derrotado de antemano. Hay que contar con la victoria, pero también con la posibilidad de la derrota y con nuestra decisión de no darnos por vencidos, de volver a la lucha una y otra vez. Así, incluso las derrotas se acaban convirtiendo en victoria: nos hacen más humildes, nos llevan a conocernos mejor y a fiarnos más de Dios y menos de nosotros mismos. Con esa actitud, Dios puede actuar en nuestra vida y hacernos llegar mucho más lejos de lo que podríamos soñar.

        Es cierto que debemos hacer esfuerzos, pero es la gracia de Dios quien nos mueve a hacerlos, los acompaña y los corona con la victoria. Comprender esta doctrina es uno de los mayores beneficios que podemos recibir de la generosidad divina. Conocer nuestra pequeñez y la grandeza de Dios es uno de los mayores dones del Señor, pues cuando estemos convencidos nos volveremos hacia Dios en la certidumbre de nuestra impotencia y nos abandonaremos a su acción todopoderosa; seguros de no ser nada, subiremos como las águilas sostenidos por la certeza de que Él lo es todo.