Debilidad del hombre y fortaleza de Dios
Juan Manuel Roca
Cómo acertar con mi vida
Cómo acertar con mi vida
Juan Manuel Roca

 

Los talentos de San Pablo

        Todo esto se entiende muy bien si consideramos la actitud de San Pablo ante la gran misión que recibe de Dios; una actitud profundamente humilde que se expresa en una de las más impresionantes confidencias del apóstol de los gentiles.

        Nos hallamos en el año 57 ó 58. San Pablo sale al paso de la mala influencia de algunos predicadores, que alegaban sus propias cualidades y méritos para dar autoridad a su enseñanza, que pretendía enmendar la plana a la del Apóstol "anunciando un Jesús distinto del que os hemos predicado (...) un espíritu distinto del que habéis recibido, o un Evangelio distinto del que habéis abrazado". (2Cor., 11, 4). Con esta preocupación, el Apóstol escribe a los fieles de Corinto que, si se tratara de la necedad de alegar los méritos personales, él no tendría nada que envidiar a esos "superapóstoles" (ibid., 11, 5), porque "en cualquier cosa que alguien presuma –lo digo como un insensato–, también puedo presumir yo" (ibid., 11, 21), tanto en méritos de linaje y de curriculum como por los trabajos sufridos por Cristo. Y si se tratara de hacerse respetar por los dones extraordinarios de Dios, podría hablar de las gracias místicas, "visiones y revelaciones del Señor", recibidas hace catorce años, al comenzar su ministerio apostólico, cuando "arrebatado hasta el tercer cielo (...) oyó palabras inefables, que al hombre no le es lícito pronunciar" (ibid., 12, 3-4).

        Pero, en seguida, les hace ver que no se trata de eso, que no tiene el menor interés en que nadie le tenga por más de lo que es: su predicación no se basa en sus méritos, lo importante es que Dios lo ha escogido y lo que quiere hacer a través de él. Y añade "por eso, para que no me engría, me fue clavado un aguijón en la carne, un ángel de Satanás, para que me abofetee, y no me envanezca" (ibid., 12, 7).

Confianza en Dios

        No sabemos de qué naturaleza era ese "aguijón": tentaciones, una debilidad, una enfermedad... Lo que nos interesa es que en él ve San Pablo un mensajero de Satanás, es decir, un adversario del reino de Dios, un obstáculo para la misión que debe cumplir. Por eso declara que, viéndose débil, rogó "tres veces al Señor que lo apartase de mí; pero Él me dijo: 'Te basta mi gracia, porque la fuerza se perfecciona en la flaqueza'" (ibid., 12, 8-9).

        Parece que el Señor rechaza la oración del Apóstol, pero en realidad no es así. San Pablo pide que le libre del aguijón y el Señor le hace entender que esa dificultad no es un obstáculo para su vocación; se trata, por el contrario, de una condición que le permitirá cumplir su misión sin límites. El poder de Dios, que obra en y por su Apóstol, llega a su culminación cuando es manifiesta la debilidad personal del instrumento. El poder de Dios parece que tuviera necesidad de esa flaqueza para desplegarse con toda su eficacia, porque entonces es cuando el instrumento se da cuenta claramente de que no puede fiarse de sí mismo, todo lo tiene que hacer Dios, y pone su empeño en secundarlo, en no estorbar la acción de la gracia.

La única fortaleza

        Esta es la razón del cambio decisivo que se opera en el alma de San Pablo. Lo que hasta entonces era motivo de intranquilidad –su debilidad personal– se convierte en motivo de confianza, al darse cuenta de que, tratándose de una misión divina, cuanto menos ponga él de su cosecha, mejor, así Dios tiene que ponerlo todo y las cosas salen. Por eso afirma: "Así pues, con sumo gusto me gloriaré más todavía en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo" (ibid., 12, 9).

        Esta es la única "suficiencia" legítima del cristiano: no dejar de considerar, simultáneamente, estas dos advertencias de Jesús: "sin Mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 5), pero "Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). Esta es la única seguridad que, a pesar de la clara conciencia de su debilidad, le permite afrontar sin miedo lo fácil y lo difícil, lo posible y lo imposible: "'Todo lo puedo en Aquél que me conforta'. Con Él no hay posibilidad de fracaso, y de esta persuasión nace el santo 'complejo de superioridad' para afrontar las tareas con espíritu de vencedores, porque nos concede Dios su fortaleza" (J. Escrivá, Forja, 337).

        La conclusión de ese largo razonamiento sobrenatural de San Pablo es de una audacia extraordinaria, frente a un mundo como el nuestro, que busca ansiosamente la salud, la fuerza y la seguridad para poder confiar en las propias posibilidades: "Por esto me complazco en las flaquezas, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones y angustias, por Cristo; pues cuando soy débil, entonces soy fuerte" (ibid., 12, 10).