La entrega por amor, realización de la libertad
Juan Manuel Roca
Cómo acertar con mi vida
Cómo acertar con mi vida
Juan Manuel Roca

 

La libertad como deber

        Y es que la libertad no supone sólo la posibilidad de escoger, sino también la de ser escogido. Estar libre es estar disponible. Por eso sólo quien vive a diario de su libertad, sólo quien tiene la disposición habitual de tomar decisiones comprometidas y de dejar que las decisiones de quienes ama le comprometan, por amor, es capaz de reaccionar bien ante Dios que le escoge sin pedirle permiso y le llama a empeñar toda su libertad, todas sus posibilidades, en seguirle.

        Siempre me han parecido muy acertadas estas palabras sobre el amor y la entrega: "Por jovial e indescriptible que sea el amor, siente la necesidad de atarse. Solamente cuando el amor es un deber está eternamente asegurado. Esta seguridad que confiere la eternidad disipa toda inquietud y hace al amor perfecto. Porque el amor inmediato que se contenta con existir, no puede verse libre de cierta angustia, la de poder cambiar. Por el contrario, el verdadero amor, que se ha hecho eterno al convertirse en deber, no cambia jamás. Solamente cuando el amor es deber es también eternamente libre, en una dependencia feliz" (S. Kierkegard).

        El pensamiento moderno ha exaltado la libertad –dice Cornelio Fabro– como fundamento de sí misma y como constitutivo último del hombre. Por ese camino, la libertad se ha identificado con la espontaneidad de la razón o del sentimiento o de la voluntad de poder. Faltándole un fundamento trascendente, la libertad se ha constituido en objeto y fin de sí misma: una libertad vacía, una libertad de la libertad. Convertida en ley para sí misma se desnaturaliza en libertad de los instintos o en tiranía de la razón absoluta.

        El hombre, creado libre para vivir en armonía con Dios por el amor y la obediencia, ha usado –abusado– de su libertad para desobedecer al Creador. Entonces la libertad, separada de Dios, sin más punto de referencia que uno mismo, se ve asediada por la soberbia y las demás malas inclinaciones. De este modo el hombre, aunque es formalmente libre, en su existencia es "esclavo del pecado". Sólo es verdaderamente libre el cristiano que es totalmente dócil a la acción de la gracia, que nos libera realmente del pecado y nos da la posibilidad de amar por encima de nuestras miserias.

Voluntad humana y voluntad divina

        Así, somos libres cuando nos hacemos esclavos de Cristo. Es una paradoja, pero la verdadera libertad del hombre está en la verdadera obediencia a Dios, que no nos impone a la fuerza el amor, que es el fin de nuestra vida, sino que ha querido correr el riesgo de nuestra libertad. La libertad cristiana es apasionante, ilusionante, pero no cómoda. Exige enfrentarse a la realidad sin que domine el desaliento; afrontar las situaciones más diversas sin pararse ante los obstáculos; es una libertad liberada y no esclava. Se trata de saber descubrir en la obediencia de la fe, la obediencia que es la fe. La seguridad no está en uno mismo, sino en el Señor. No basta tener libertad para ser libres.

        La libertad con la que Cristo nos ha liberado (Gal 5, 1) es la posibilidad de ganar tanto más la propia vida cuanto más se da; está en ser librados de nuestra finitud, de nuestra limitación. Quizá ningún pasaje del Evangelio muestra tan claramente el sentido cristiano de la libertad como la oración del huerto. Como explica García de Haro, es en ese momento, en el que la Humanidad de Cristo se muestra agobiada y extenuada ante el peso de las exigencias del querer del Padre, en el que su voluntad humana y su voluntad divina se distinguen al límite, cuando resulta patente como nunca que todo el sentido de la libertad humana es adherirse al querer divino: está, nos lo enseña Cristo, en cumplir por amor, aunque cueste, la voluntad del Padre.