Un afán de libertad que lleva a ser esclavos
Juan Manuel Roca
Cómo acertar con mi vida
Cómo acertar con mi vida
Juan Manuel Roca

 

 

 

En una aparente libertad

        Son muchos los que renuncian a plantearse personalmente cuál es la verdad de su vida, el criterio que debe orientar la realización, basándose en decisiones libres, de su historia personal, y se conforman con adecuarse al instante presente. Se contentan con vivir conforme al estándar social establecido, sin esforzarse por descubrir su propia originalidad irrepetible y siempre con el temor de escoger algo que les sitúe fuera de la pauta de conducta usual en su ambiente.

        Pero la ideología imperante es la del éxito a corto plazo y a cualquier precio. Parece que se idolatran el progreso material, la fama, el triunfo, el poder y la riqueza por encima de cualquier otro valor de tipo moral o espiritual. Todo parece valer con tal de instalarse en la onda del dinero y del prestigio. La competitividad, la falta de compasión, el desamor, provocan la imperiosa necesidad de parecer más, más de lo que realmente se es y se puede llegar a ser, y un terrible miedo a perder (una sociedad llena de seguros de todo tipo).

        La presión social plantea unas exigencias tan desproporcionadas y arbitrarias que terminan por abrir en muchos una profunda brecha en los cimientos de la autoestima, provocando un sentimiento de inutilidad que, a su vez, desencadena la búsqueda ansiosa del aplauso y el reconocimiento de los demás. La propia estima es tan frágil que depende en todo de la valoración de los demás, de su admiración o rechazo. En algunos está tan arraigada esa esclavitud que el anhelo de aprobación y de seguridad les lleva a sacrificar su propia historia, su propia biografía, su propia vocación. Así, personas que podrían ser felicísimas y hacer mucho bien, dejando en el mundo con su vida un surco profundo, eterno y divino, se quedan alicortadas, empequeñecidas por unos planteamientos que en realidad terminan dando como resultado un ser humano gris.

        "¡Pero nadie me coacciona!, repiten obstinadamente. ¿Nadie? Todos coaccionan esa ilusoria libertad, que no se arriesga a aceptar responsablemente las consecuencias de actuaciones libres, personales. Donde no hay amor de Dios, se produce un vacío de individual y responsable ejercicio de la propia libertad: allí –no obstante las apariencias– todo es coacción. El indeciso, el irresoluto, es como materia plástica a merced de las circunstancias; cualquiera lo moldea a su antojo y, antes que nada, las pasiones y las peores tendencias de la naturaleza herida por el pecado" (J. Escrivá, Amigos de Dios, n. 29).