Responder en conciencia
Juan Manuel Roca
Cómo acertar con mi vida
Cómo acertar con mi vida
Juan Manuel Roca

 

El anverso y el reverso

        El mismo nombre de conciencia nos dice que se trata de algo intenso. Su designación en diversas lenguas –la griega syneidesis, la latina conscientia– mantiene siempre algo común: es un saber que se dirige al propio yo, que penetra en el propio yo, un saber con uno mismo, algo íntimo que tiene que ver con el centro de la vida (R. Guardini).

        La cuestión sobre la obligación moral de seguir la vocación es debatida. San Alfonso María de Ligorio habla de una obligación plena, pues rechazarla supondría no poner el amor a Dios por encima de todas las cosas y resistirse a sus gracias y dones. Otros autores prefieren distinguir entre preceptos y consejos... Sin entrar ahora en todos los matices de la cuestión, lo que resulta indudable es que ante esa gracia, el cristiano no puede situarse como ante un bien útil (pensando en ventajas e inconvenientes, calculando), sino con conciencia de estar ante Dios que llama y por lo tanto con alegría y agradecimiento.

        Esta consideración puede ayudarnos a valorar la importancia de reaccionar generosa y cristianamente ante la vocación: "En el reverso de una vocación 'perdida' o de una respuesta negativa a esas llamadas constantes de la gracia, se debe ver la voluntad permisiva de Dios. Ciertamente: pero, si somos sinceros, bien nos consta que no constituye eximente ni atenuante, porque apreciamos, en el anverso, el personal incumplimiento de la Voluntad divina, que nos ha buscado para Sí, y no ha encontrado correspondencia" (J. Escrivá, Surco, 961).

        Dios nunca pide nada que no estemos en situación de poder dar. El mayor peligro es el de deformar nuestra propia conciencia sobre la base de justificaciones más humanas que sobrenaturales, "humanizar" la llamada divina de forma que la conciencia se endurezca, formando una corteza que impida oír la llamada de Dios.

La peligrosa falta de sinceridad

        Es lógico, por supuesto, que aspiremos a disfrutar de una autoestima lo más sólida posible, de cierta sensación de seguridad de nuestras posibilidades, y del correspondiente éxito social; a tener buena imagen ante nosotros mismos y ante los demás. Por eso mismo, ante algo que nos supera y no podemos acometer con seguridad fiándonos de nuestras fuerzas (es el caso de toda llamada de Dios a entregar nuestra vida a una misión –la de Cristo– que está más allá de nuestras posibilidades), tendemos a sacudirnos la responsabilidad buscando razones ajenas a nosotros mismos para mantener intacta nuestra autoestima. En otras palabras, buscamos subterfugios para autojustificarnos, tratando de convencernos de que, por tales y tales razones, eso no tiene que ver con nosotros, no tenemos ningún deber de planteárnoslo como horizonte posible de nuestra vida.

        Pero esa falta de sinceridad es peligrosa: si esto se hiciera de forma habitual, terminaríamos sumergiéndonos en un mundo fantasioso que pierde contacto con la verdad, con nuestra verdad. Vendría a ser como permitir habitualmente que nuestra falta de respuesta –que en el fondo es una respuesta, una decisión que configura nuestra vida– fuera accionada en nosotros por factores exteriores, como si no tuviéramos la capacidad real de ser dueños de nuestros propios actos y garantes de nuestra propia conducta.

Responsables

        No olvidemos que ser hombres es ser libres y también responsables, y que la dimensión espiritual, que nos permite disponer de nuestra propia existencia, constituye la dimensión genuina del hombre. No olvidemos tampoco que la existencia no es un juego y el tiempo para llevar nuestra vida a su perfección, haciendo todo el bien que podamos, no es ilimitado, no se puede poner a cero cuantas veces queramos. Si no existiera la muerte, con toda razón podríamos dejar pasar la posibilidad de realizar valores: no importaría que uno hiciera algo en el presente o dejara pasar la ocasión, porque siempre lo podría hacer en cualquier otro momento. Pero no es así. Somos responsables de nuestra existencia, que ha sido puesta en manos de nuestra libertad, y cada instante presenta una ocasión única e irrepetible ante la cual debemos responder con responsabilidad personal.

        Nuestra vida es una suma de instantes que sólo se presentan una vez. Hoy, ahora, puedo tomar una decisión que dé valor a todo mi pasado y moldee mi futuro hasta el punto de poder dar a la muerte un sentido no de término, sino de meta: aún hay algo más allá.