La certeza necesaria para la decisión
Juan Manuel Roca
Cómo acertar con mi vida
Cómo acertar con mi vida
Juan Manuel Roca

 

Arriesgada seguridad

        El descubrimiento de la vocación se mueve en el plano sobrenatural de la vida de fe, no en el de la evidencia, ni en el de la verificación experimental. Y en ese plano, la vocación aparece siempre como posibilidad que se abre ante nosotros, como ofrecimiento al que se puede decir que no, pero que atrae con cierta inclinación a decir que sí. Es un acontecimiento de gracia y de libertad, que nos sitúa ante una elección libre, y en su desenlace deben intervenir necesariamente la confianza, la esperanza y la generosidad: la fe, en una palabra. Si se pretendiera diferir la resolución hasta encontrarse en una situación de plena certeza, de infalible garantía, se abandonaría el plano en el que se produce el encuentro con el Señor para situarse en el de las seguridades humanas, y en ese plano el planteamiento de la vocación, por su propia naturaleza, queda condenado a la eterna indecisión.

        Para que la decisión de entrega sea auténtica no es necesaria, por eso, lo que se suele considerar una seguridad plena, basta la certeza moral, es decir un juicio de probabilidad fundado y suficientemente razonable, que permita juzgar sobrenaturalmente que es el momento para decir a Dios un sí que puedo decirle fiándome de Él, que no me abandonará.

        Esa opción no se apoya en mis fuerzas sino en la confianza en Dios; se decide sabiendo muy bien lo que se hace, pero renunciando a la garantía de controlarlo todo de antemano: eso se abandona en Dios. Es lo que se ha llamado, expresivamente, la arriesgada seguridad del cristiano (J. Escrivá); una seguridad que se basa en la audacia de correr el riesgo –poco peligroso, a decir verdad– de apoyarse "sólo" en el Amor de Dios, en su fidelidad y en su bondad.

Razonable certeza

        En el proceso de alcanzar esa razonable certeza que permite decidirse a poner la vida en manos de Dios, no debe olvidarse que en la Iglesia existen personas, puestas por Dios a nuestro lado, que pueden ayudarnos a discernir la acción del Espíritu Santo: habrá que tener muy en cuenta la opinión de las personas que lleven nuestra dirección espiritual, que conociéndonos y conociendo el camino a elegir nos puedan orientar respecto a si nuestro planteamiento vocacional es atendible, genuino (no una mera ocurrencia o una inquietud infundada), y a nuestras condiciones.

        En todo caso la decisión debe tomarse como proceso de liberación interior, de donación de sí, y no como forma de salir de la ansiedad de la indecisión. De ese modo, el hecho de decidirse produce paz y alegría, no una satisfacción perfeccionista.

        "Si me preguntáis cómo se nota la llamada divina, cómo se da uno cuenta, os diré que es una visión nueva de la vida. Es como si se encendiera una luz dentro de nosotros; es un impulso misterioso, que empuja al hombre a dedicar sus más nobles energías a una actividad que, con la práctica, llega a tomar cuerpo de oficio" (J. Escrivá, Carta 9.I.32, n. 9; cit. En El Opus Dei en la Iglesia, Rialp, Madrid 1993, 148).