El descubrimiento de una vocación específica
Juan Manuel Roca
Cómo acertar con mi vida
Cómo acertar con mi vida
Juan Manuel Roca

 

 

 

Hablando con uno

        Podríamos decir que en Dios hay tantas vocaciones como personas, y que toda vocación se da en la Iglesia y es para la vida y misión de la Iglesia. Se trata, por tanto, de vivir la propia vida como respuesta en la Iglesia a la llamada de Dios. Esa respuesta podrá ser en el matrimonio o en celibato apostólico en medio del mundo, en el ministerio sacerdotal o en la vida consagrada. Las circunstancias exteriores nos van hablando, situando, y la luz del Espíritu Santo nos guía para que sea posible llegar a discernir una posible llamada peculiar o específica.

        No existe un vocacionómetro. Cuando una persona se plantea en serio la posibilidad de seguir una vocación específica en la Iglesia y ese planteamiento no le deja indiferente, no le parece ajeno, sino que "le afecta" de tal modo que entiende que no puede dejarlo estar frívolamente, puede ser indicio de que Dios llama y hay que discernir en conciencia.

        Hablaba no hace mucho con un universitario sobre su vocación y su posible entrega. En cierto momento, para rechazar esa posibilidad, me dijo, como quien descubre la clave de un malentendido: "¡a ver si va a tener algo que ver con todo esto que mis padres sean buenos cristianos; que desde muy pequeño haya amado y conocido mi vocación cristiana; que dispusiera de los medios necesarios para mi formación!".

        Es cierto que las circunstancias externas no son el único criterio para discernir una vocación específica, pero sí uno de ellos. ¿No nos estará faltando interiorizar más los dones recibidos? Una buena interpretación de los acontecimientos de nuestra vida a la luz de la fe favorece y facilita el descubrimiento de la vocación.

        Verdaderamente tenemos una visión muy chata de la realidad cuando no caemos en la cuenta de que la providencia de Dios va llevando a cada uno, suavemente, sin grandes estridencias, por caminos ordinarios y hasta casuales a veces, hasta situarlo en condiciones de entender la llamada y responder a ella (por ejemplo, si Dios llama desde toda la eternidad a alguien por el camino de la vida consagrada, difícil será que llegue a tomar conciencia de esa vocación y responda si nunca ha visto ni tratado a un religioso...). Es lógico, por eso, que el descubrimiento y maduración de la vocación se dé muy frecuentemente cuando uno se encuentra en un ambiente que lo favorece, entre personas que pueden ayudar a discernir lo que Dios quiere y acompañar por ese preciso camino.

Las tres condiciones

        Para ese discernimiento, tradicionalmente, se admiten tres señales fundamentales, las mismas que inclinan a una persona a escoger un oficio o trabajo determinado y no otro, o una carrera universitaria y no otra: tener condiciones, no tener impedimentos, y querer.

        Muchos pueden tener condiciones y no tener impedimentos para realizar una u otra carrera o tarea profesional, y lo que al final decide es el querer. Con la vocación pasa un poco lo mismo. Una cosa es clara y es que Dios no llama sin dar al mismo tiempo las cualidades necesarias: la carencia de las condiciones o aptitudes necesarias indica que no hay vocación. Supuestas esas condiciones, habrá que tener en cuenta que la presencia de la gracia vocacional se manifiesta en la recta intención por parte de la persona. De cara a Dios basta un motivo para decir que sí: un motivo de Amor. Basta una causa suficiente, con la fe y con la esperanza de que Dios Nuestro Señor no nos abandonará en nuestro camino de amor.