Caín en la T4
Jaime Nubiola
Invitación a pensar
Invitación a pensar
Jaime Nubiola

 

Con toda claridad y firmeza

        El día 30 de diciembre llegué a la Terminal 4 de Barajas, procedente de Washington y con escala en Londres, cuatro horas después del atentado de ETA en el aparcamiento. Vi las espesas volutas de humo que salían de los restos del módulo D al otro lado de la amplia cristalera y pude percibir el olor a goma quemada que impregnaba por completo el ambiente. El aeropuerto volvía lentamente a la normalidad, mientras centenares de pasajeros esperaban con resignación a ser transferidos a las otras terminales. Sus rostros de apariencia estoica reflejaban una contenida indignación. Al advertir aquel desastre se me saltaron las lágrimas.

        La noche anterior había sido sometido a un riguroso examen en el control del Dulles International Airport de Washington, incluido un concienzudo cacheo; al pasar por Londres los nuevos controles requerían además quitarse los zapatos; al llegar a Madrid me encontré con la dolorosa confirmación de que donde están los terroristas es aquí: están entre nosotros. Me saltaron las lágrimas porque con aquella terrible explosión había saltado por los aires el proceso de paz que tantas esperanzas había levantado.

        En el aeropuerto de Heathrow llamó mi atención un letrero que invitaba a los pasajeros a ser pacientes con todos los controles de seguridad, ordenados por la ley. En aquel letrero se advertía amablemente, pero con firmeza, que los funcionarios no iban a tolerar ningún tipo de amenazas, abusos verbales o violencias por parte de los pasajeros, y se avisaba expresamente que quienes incurrieran en tales conductas serían perseguidos penalmente y podrían no ser autorizados a viajar. De hecho, tanto a la ida como a la vuelta, pude comprobar que todo el mundo asumía con normalidad que para pasar aquel control de seguridad hubiera que invertir una media hora.

Lo que hace falta

        Mi impresión es que en el denominado «proceso de paz» nuestros gobernantes, a diferencia de los flemáticos agentes británicos, han sido muy débiles y han consentido todo tipo de abusos verbales, amenazas y violencias. Durante meses han hecho como si no los vieran y eso envalentonaba a sus oponentes. Es muy difícil el arte de negociar, pero quizá la primera lección es la de la claridad y la firmeza.

        Han pasado ya los días y se han sucedido las declaraciones, los análisis y comentarios. La mayor parte de quienes hemos padecido de cerca el terrorismo no estábamos en contra de la negociación, sino de la debilidad que hasta ahora había venido manifestando el gobierno porque pensábamos que daba fuerzas a sus interlocutores. Sin duda no es fácil hablar con terroristas con una carga ideológica tan grande como los de ETA, más aún cuando tampoco es clara la efectiva autoridad de quienes se presentan como la cúpula de la organización criminal: ocurre lo mismo en todas las bandas en trance de descomposición. Lo que hace falta es cabeza fría, inteligencia, flexibilidad, firmeza, paciencia y, sobre todo, la unión sincera y cordial de todas las fuerzas democráticas para establecer posiciones razonables y concordadas.

También son seres humanos

        Me desconcertaron muchas declaraciones de los días siguientes, en particular las de quienes calificaban a los autores del atentado como «alimañas» o «carroñeros». Realmente lo más dramático es —me parece a mí— que quienes pusieron los mil kilos de explosivo en la furgoneta no son alimañas ni buitres carroñeros, sino seres humanos como los dos ecuatorianos cuyas vidas segaron o como nosotros mismos. Mientras no entendamos esto en toda su hondura no seremos capaces de analizar correctamente este trágico acontecimiento que, en última instancia, reproduce el enfrentamiento entre los hermanos Caín y Abel.

        En la T4 vino a mi memoria la hermosa narración de Borges en «Elogio de la sombra», que había leído precisamente aquella misma mañana en el avión: «Caminaban por el desierto y se reconocieron desde lejos, porque los dos eran muy altos. Los hermanos se sentaron en la tierra, hicieron un fuego y comieron. Guardaban silencio, a la manera de la gente cansada cuando declina el día. En el cielo asomaba alguna estrella, que aún no había recibido su nombre. A la luz de las llamas, Caín advirtió en la frente de Abel la marca de la piedra y dejó caer el pan que estaba por llevarse a la boca y pidió que le fuera perdonado su crimen. Abel contestó: «¿Tú me has matado o yo te he matado? Ya no recuerdo; aquí estamos juntos otra vez como antes». «Ahora sé que en verdad me has perdonado —dijo Caín—. Porque olvidar es perdonar. Yo trataré también de olvidar».

        Me saltaron las lágrimas en la T4 porque la columna de humo y el olor a goma quemada, las caras de los pasajeros y el anuncio de los dos desaparecidos, demostraban de manera fehaciente que Caín no había terminado todavía su destructora labor, que la fuerza del mal está todavía entre nosotros.