Elegir por saberse elegido
Juan Manuel Roca
Cómo acertar con mi vida
Cómo acertar con mi vida
Juan Manuel Roca

 

Llamada divina y respuesta humana

        La manifestación de la llamada divina a la conciencia personal es luz e impulso, siempre es efecto de una peculiar gracia divina. En cuanto es luz en la inteligencia, hace ver como posible, concretamente para mí, la radicalidad de las exigencias de santidad y apostolado que en un determinado momento se ven con nuevos ojos: ¿Y yo, por qué no? Debería ser –lo ha sido en la vida de muchos santos, y en la de muchos que quieren serlo– una pregunta decisiva para cada uno ante esa luz que inquieta, en cierto modo, porque se sabe que aquello tiene que ver con uno.

        Pero esa luz no es una evidencia que se imponga de tal manera a la conciencia que sólo deje una respuesta posible. Es una insinuación, una propuesta, una posibilidad que se advierte de pronto como real para uno. El hecho de que Dios no imponga una vocación peculiar por vía de evidencia, permite pensar –dice Ocáriz– que Dios quiere que la libertad de la persona intervenga no sólo en la respuesta, sino también en la configuración de la vocación misma.

        Es decir, que dentro de la oscura luminosidad del misterio de la vocación, podemos entender que Dios llama también mediante la libre elección de la persona llamada, siendo esta elección fruto de la libertad humana y de la gracia divina. Es el caso de tantos cuando piensan que les gustaría ser como otros que han seguido generosamente a Cristo; o se dicen: esto podría ser lo mío. Siempre, en la respuesta a la vocación, hay una conciencia personal de que uno elige. Por eso Jesús aclaraba a los Apóstoles –lo hemos recordado más arriba–: "No me habéis elegido vosotros; os he elegido Yo", para que sepan que la elección que ellos han hecho de seguirle ha sido posible, se la han planteado como una posibilidad real, que les afectaba, precisamente porque Él los había elegido. Esto es lo que significa que la llamada se manifiesta, no sólo como luz, sino también como impulso, que urge a elegir el sí, aunque uno es consciente de que corre un riesgo –no se mueve por evidencia– y de que podría elegir el no.

Vocación humana y vocación divina         Sucede en esto algo semejante a lo que acontece en la configuración de la vocación humana, profesional por ejemplo. Todas las situaciones y circunstancias de la vida ordinaria pueden y deben ser lugar y medio de unión con Dios, de santificación. Esto lo tenían muy claro los primeros cristianos. San Josemaría Escrivá predicó incansablemente que la vocación cristiana no la podemos vivir de una forma ridícula o raquítica, sino que hay que vivirla, como lo que es, sencillamente, nuestra vida. El mismo Concilio Vaticano II proclamó esta enseñanza (Const. Lumen Gentium, 11, 39-41). Se trata de que cada uno descubra que ha sido llamado a una tarea en el mundo. La Providencia cuenta con las libres elecciones de la persona en la misma configuración de su vocación humana. Así, si uno decide estudiar una determinada carrera o cambiar de trabajo, será en esa situación donde deberá buscar la santidad y donde Dios le dará la gracia necesaria para llevar a buen término aquello que se ha propuesto, porque "todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor" (Const. Lumen Gentium, 40; y Carta Apostólica Novo millennio ineunte, 30).
No es posible la indiferencia

        Resumiendo, la llamada de Dios:

        Se descubre (existe antes de existir yo), con una luz nueva, como un amor gratuito y excesivo de Dios.

        Irrumpe en la conciencia como una posibilidad que trastoca los planes anteriores, porque los subvierte, o porque los proyecta con una plenitud insospechada.

        Urge con un sentimiento de inquietud, porque lleva a entender que para que ese amor sea mío debo decidirme a elegirlo, porque sé que puedo rechazarlo, pero no puedo quedarme indiferente.

        Atrae con la fuerte intuición –que es esperanza– de que la decisión de elegir ese amor traerá, como consecuencia, la ilusión y la alegría.