El descubrimiento de la vocación personal
Juan Manuel Roca
Cómo acertar con mi vida
Cómo acertar con mi vida
Juan Manuel Roca

 

 

 

 

Todo cambia sin cambiar nada

                        "Fíjate bien: hay muchos hombres y mujeres en el mundo, y ni a uno solo de ellos deja de llamar el maestro.
                        Les llama a una vida cristiana, a una vida de santidad, a una vida de elección, a una vida eterna" (J. Escrivá, Forja, 13).

        Hasta ahora hemos venido insistiendo en el sentido vocacional de la existencia cristiana –llamada a la existencia y a la santidad–, vivida (vivenciada) como diálogo divino. Si se procura vivir en ese diálogo personal, se está en condiciones de discernir la precisa voluntad de Dios para cada uno, como resume muy bien la famosa jaculatoria que muchos aprendimos de pequeños: "Tuyo soy, para Ti nací, ¿qué quieres, Señor, de mí?". Así, en la historia de cada persona hay –puede haber– un momento en el que uno descubre: "yo he nacido para esto, para esto me ha llamado el Señor a la existencia".

        En una carcasa pirotécnica que sube por los aires están contenidas ya todas las posibilidades de explosiones de color sucesivas que llegarán a adoptar gran variedad de formas y figuras. Algo así sucede con la vocación personal: todo está contenido ya en mi llamada a la existencia y más tarde en mi llamada a la santidad por el bautismo. La llamada divina abarca y contiene mi llamada a la existencia y mi llamada a la santidad. Pero si la carcasa va explotando en diversas formas con una sucesión cuidadosamente programada por el pirotécnico, en el caso del hombre, en cambio, ese despliegue de posibilidades sólo se produce gracias y a causa de su libertad. Si el hombre dice no, no hay "explosión".

        "El descubrimiento de la vocación personal es el momento más importante de toda existencia. Hace que todo cambie sin cambiar nada, de modo semejante a como un paisaje, siendo el mismo, es distinto después de salir el sol que antes, cuando lo bañaba la luna con su luz o le envolvían las tinieblas de la noche. Todo descubrimiento comunica una nueva belleza a las cosas y, como al arrojar nueva luz provoca nuevas sombras, es preludio de otros descubrimientos y de luces nuevas, de más belleza" (F. Suárez, La Virgen Nuestra Señora).

        Todo en mi vida contribuye a predisponerme y hacerme capaz de recibir las sucesivas llamadas, pero es en un momento muy concreto de mi historia cuando descubro el sentido de mi pasado y mi futuro; entonces todo adquiere como una nueva luz, un nuevo sentido: ¡Para esto he nacido yo! Es el momento en el que la libertad de Dios que llama se encuentra con la libertad del hombre, que escucha la llamada al descubrir su verdad. Se entiende muy bien que ese encuentro de libertades resulta muy difícil sin las condiciones y disposiciones de las que hemos hablado.

A cada uno desde la eternidad

        Describir la vocación como la elección que Dios hace desde la eternidad y por la cual llama a cada persona a la existencia implica, ante todo, que la vida de cada persona es objeto de una providencia especialísima de Dios, que predispone las gracias necesarias para que la llamada, de un modo u otro, se abra camino y pueda fructificar. Lo veíamos hace un momento a la luz de aquellas palabras de Juan Pablo II en Porto Alegre: "se puede decir que vocación y persona se hacen una misma cosa. Esto significa que en la iniciativa creadora de Dios entra un particular acto de amor para con los llamados (...) Por eso, desde la eternidad, desde que comenzamos a existir en los designios del Creador y Él nos quiso criaturas, también nos quiso llamados, predisponiendo en nosotros los dones y las condiciones para la respuesta personal, consciente y oportuna a la llamada de Cristo".

        La vocación cristiana no se verifica de forma idéntica en todas las personas; en cada una está personalizada: "Dios no deja a ninguna alma abandonada a un destino ciego: para todas tiene un designio, a todas las llama con una vocación personalísima, intransferible" (J. Escrivá, Conversaciones, n. 106). Y a cada persona le da las gracias necesarias para reconocerse interpelado por esa llamada personalísima y para ser capaz de dar su personalísima respuesta.