Correr el riesgo de elegir el amor
Juan Manuel Roca
Cómo acertar con mi vida
Cómo acertar con mi vida
Juan Manuel Roca

 

Silencio y libertad

        Sólo la persona abierta, dispuesta a asumir el compromiso que lleva consigo el encuentro con su verdad, es capaz de descubrir la vocación, porque esa persona responde a las posibilidades que le son ofrecidas y las asume como propias. Si no se tiene esa disposición, es inevitable tomar como valores de referencia, más o menos conscientemente, distintas manifestaciones del afán de defender y asegurar la propia vida, según aquellas palabras evangélicas que ya hemos comentado.

        En el ámbito humano la persona que se entrega confiadamente con sinceridad y sencillez, con generosidad, se expone a que traicionen su confianza, pero si no se corriera ese riesgo, no se enamoraría nadie, no habría encuentros.

        Cuando busco conformar toda mi vida al Valor Absoluto, no estoy obedeciendo a una instancia externa y extraña, sino a una voz interior que es algo mío. No me alieno, me elevo, más bien, a lo mejor de mí mismo, pues lo mejor de mí mismo es lo que voy llegando a ser a través del riesgo de la entrega y el compromiso con la verdad, con Dios, que no engaña ni traiciona.

        A veces nos sorprende –y a algunos les cuesta aceptarlo– el silencio de Dios: nos gustaría que nos hablara más claro, tener más seguridad de lo que nos pide. Es como si nos incomodara la figura de un Dios que oculta su divinidad y se anonada. Quizá nos falta descubrir que el silencio de Dios puede tener un sentido muy positivo, a saber: no imponer la fuerza de la divinidad, dejar libres a los hombres para aceptar o rechazar su propuesta.

        El silencio "aparente" de Dios es respeto a lo más preciado del hombre: su libertad ante el sentido último de la vida y ante la decisión más importante de su vida. Dios quiere que la relación que tengamos con Él sea absolutamente libre, porque sin libertad no se puede amar ni dejarse amar.

        Todo lo grande se compra a un precio muy alto: exige compromiso, entrega, riesgo, dedicación, vaciamiento de uno mismo. La vocación se capta al dejarse captar por ella.

Riesgo y seguridad

        La luz para comprender las realidades más profundas brota en el trato mutuo. Para conocer a Dios y su llamada es necesario mirarle, oírle y una relación de trato personal que pueda fundar sucesivos encuentros. Lo decisivo aquí es la hondura habitual del conocimiento, no la seguridad (tal como se suele entender, porque, a fin de cuentas, ¿cabe mayor seguridad que la confianza en Dios, en un Dios tan cercano que quiere ser Dios con nosotros?).

        La llamada de Dios no tiene límites rígidos, es abierta, dinámica, se debe renovar y vivir cada día, por eso no puede ser fijada en el conocimiento de forma inequívoca. En la medida en que nos comprometemos con la vocación –y sobre todo con Aquél que llama– vamos cobrando seguridad, como San Pablo, que, a pesar de las durísimas dificultades de su vida, podía exclamar: "Sé de quién me he fiado". En cambio, el que permanece a la expectativa, queriendo mantenerse sin compromiso hasta tener la plena certeza de que no tiene más remedio que comprometerse, no captará nunca la luz que brota del encuentro.

        El descubrimiento de la vocación nunca es sólo pasivo: requiere decidirse a correr el riesgo de salir, con disponibilidad, al encuentro del Amor, porque "Dios no es el patrono que gobierna esclavos, sino la fuente interior de nuestras posibilidades; llamándonos a la salvación e indicándonos personalmente el camino, Él no coarta nuestra libertad, sino que nos ofrece sencillamente la posibilidad y nos capacita para realizarla" (A. Pigna).