El sexo enloquecido
Jaime Nubiola
Invitación a pensar
Invitación a pensar
Jaime Nubiola

 

"Darse un respiro"

        La terrible historia del depredador sexual austriaco, que tanto conmovió a la opinión pública mundial, confirma la impresión de que el sexo se ha vuelto loco y, al menos en algunos casos, ha regresado a la barbarie.

        Los medios de comunicación traen a diario noticias de violencias sexuales de todo tipo también en nuestro país. Muy probablemente, todos conocemos también personas cercanas que han quebrado sus compromisos más nobles por una más o menos efímera satisfacción sexual. Esto es así desde antiguo, como atestigua la legendaria guerra de Troya, desatada por el encaprichamiento —y subsiguiente rapto— de Paris por Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta. Pero hay algo particularmente sórdido en el momento presente, o al menos así me lo parece a mí. Todo tipo de desviaciones, transgresiones y perversiones pretenden encontrar su espacio en nuestra sociedad como si fueran la cosa más natural del mundo. Hace poco se denunciaban en la prensa los anuncios de varios portales inmobiliarios en internet en los que se ofrecía habitación gratis a cambio de sexo. «Siempre que ambas partes estén de acuerdo —afirmaba un portavoz de la policía— esta práctica no constituye delito». Basta con mirar por encima las secciones de contactos sexuales de tantos periódicos para comprobar que no estoy cargando las tintas. Me ahorro citar sus textos literales, porque son —casi siempre— asquerosos y degradantes para quienes los escriben y para quienes los utilizan, explotan o encubren. Además, todos sabemos que detrás de esos anuncios —descritos frívolamente como «darse un respiro» o «echar una canita al aire»— hay unas penosas estructuras internacionales de verdadera esclavitud sexual.

Para el matrimonio         Quienes aspiran a encontrar la felicidad en el placer sexual padecen un grave error antropológico, pues están pidiendo a la sexualidad algo que ésta no puede dar. El sexo es algo bueno y noble, parte esencial de la vida matrimonial, pero ni es la felicidad ni da realmente la felicidad. Más aún, como enseña tantas veces la experiencia universal, cuando el sexo se desgaja de la intimidad conyugal se transforma a menudo en una estructura de explotación, e incluso en los casos patológicos en una verdadera locura. Es bien comprensible que esto sea así, pues el sexo tiene una importancia grande en el equilibrio vital humano. Los seres humanos se desquician al abusar del sexo fuera del horizonte conyugal que es el que le confiere su genuino sentido procreador y familiar.
Algo hay que hacer

        Esas historias sobrecogedoras que de cuando en cuando nos llegan a través de los medios de comunicación deberían alertarnos. La civilización del amor no es una civilización pansexual en la que todo vale si es entre adultos y por consentimiento mutuo. El sexo debe guardarse para el ámbito íntimo de donde nunca debería haber salido. Hay que retirarlo de la publicidad, de internet, de las pantallas de televisión. Una sana ecología ambiental, que eliminara esa sexualización del espacio público, ayudaría a desarrollar unas relaciones mucho más humanas entre hombres y mujeres.

        Pero lo que más nos hiere quizá de la historia del depredador austriaco es que el abuso sexual se perpetró en el ámbito familiar. Cuando el espacio del amor se convierte en un infierno de explotación es cuando pensamos —sin miedo a equivocarnos— que el sexo ha enloquecido totalmente y que algo debemos hacer. Por lo menos hay que empezar a hablar de lo que es de verdad el amor.