No más atascos
Jaime Nubiola
Invitación a pensar
Invitación a pensar
Jaime Nubiola

 

 

Muy lejos del trabajo

        La pasada semana un atasco monstruoso en Sao Paulo, ciudad con más de 17 millones de habitantes, hizo que me costara tres horas llegar desde el aeropuerto hasta mi alojamiento en la megalópolis brasileña. Se trata de un recorrido que de ordinario se hace en tres cuartos de hora, pero probablemente un accidente de tráfico causó aquel colapso de la circulación en el que nos vimos atrapados millares de coches y de camiones hasta altas horas de la madrugada.

        El atasco me hizo pensar en las muchas horas que invierten cada semana tantos conciudadanos nuestros en Madrid o en Barcelona para desplazarse a su lugar de trabajo y regresar a su casa al término de la jornada. Resulta poco comprensible que a estas alturas del siglo XXI no hayamos logrado invertir esa tendencia a malgastar nuestro tiempo en unos desplazamientos que crispan las vidas de tantas personas. Viene a mi memoria una brillante profesora británica que, al ser fichada por la Universidad de Miami, puso como única condición que le facilitaran una vivienda a «walking distance» de la Universidad, esto es, una casa a una distancia desde la que pudiera ir paseando cada mañana a su despacho sin necesidad de coger el coche ni de tener que preocuparse luego de aparcarlo.

        Ir paseando al trabajo es realmente un signo de calidad de vida y son muy pocas las personas que se lo pueden permitir a causa de un planeamiento defectuoso y anacrónico de nuestras ciudades. Leía hace unos días al arquitecto Alonso del Val que defendía la necesidad de repensar nuestras ciudades para hacerlas más humanas. Hoy en día, cuando la mayor parte de las fábricas e industrias son limpias, no tiene especial sentido alejarlas de las viviendas: es simple inercia administrativa la que programa el suelo de forma tan rígida siguiendo muchas veces pautas de tiempos pasados. «Los mecanismos que hemos utilizado hasta ahora para construir las ciudades no nos acaban de servir. Estamos construyendo la ciudad que no queremos», declaraba Alonso del Val, quien defendía que la ciudad debería ser «mucho más medieval», más densa y más capilar, en el sentido de que los sectores residenciales, industriales y comerciales estuvieran mucho más mezclados y la relación entre todas las áreas y sectores fuera mucho más fluida. Para ello resulta imprescindible en nuestro país un pacto entre los partidos para abaratar el suelo y mejorar a la vez la financiación de los ayuntamientos: no tiene sentido que los matrimonios jóvenes y los no tan jóvenes se vean obligados a vivir a 30, 40 ó 50 kilómetros de su trabajo, dedicando tanto tiempo a los traslados.

Lugar de vivienda y de trabajo

        Salir de Manhattan a la hora punta es una experiencia realmente inolvidable: el conductor paciente puede ver cómo millares de coches van siendo engullidos lentamente por los túneles bajo el Hudson que conectan la isla con la tierra firme. Hacer eso todas las tardes con lluvia, nieve, frío y oscuridad requiere un temple de acero. Son más de dos millones de personas las que entran y salen diariamente de Manhattan. Por eso son muchos millares los que se desplazan en tren o en autobús tras haber dejado su automóvil en los enormes aparcamientos de las estaciones suburbanas.

        Es preciso pensar en el tiempo que invertimos a diario en el transporte y en la erosión personal que supone esta dedicación de tiempo. Leí en Time hace unos meses que la empresa Google ofrece un autobús corporativo gratuito, dotado por supuesto de las últimas prestaciones tecnológicas, para el transporte de sus empleados. No resulta esto sorprendente, pues es quizá también una manera indirecta de que sigan trabajando durante los viajes de ida al trabajo o de regreso a sus hogares. Lo sorprendente ha sido que alrededor de cada parada del autobús ha ido creciendo una urbanización, pues los empleados se trasladan a vivir a los lugares desde donde les resulta más fácil el transporte hasta Mountain View, la sede central de la compañía en California.

Soluciones que no concluyen

        Para evitar algunos de estos problemas se ha defendido el teletrabajo y los horarios flexibles, pero ambas medidas —estupendas desde muchos puntos de vista— son sólo parches por lo que al tráfico se refiere. En Bogotá existe la norma del «pico y placa» que establece que a las horas punta («horas pico») sólo pueden circular determinadas matrículas («placas ») cada día. Aun así los «trancones» —que es como llaman allí a los atascos— son muy considerables. En los accesos de San Francisco y en otras ciudades norteamericanas hay un «fast lane», una vía rápida para aquellos conductores que llevan un segundo pasajero; esto se ha aplicado en el carril BUS-VAO (vehículos de alta ocupación) de la entrada a Madrid por la carretera de La Coruña. Con estas y otras medidas similares se pretende disminuir el número de vehículos en las carreteras, pero el resultado habitual es que la capacidad del sistema se satura y el tráfico se detiene penosamente.

        El caos de los trenes de cercanías de Barcelona o los atascos tan frecuentes en los accesos a Madrid deberían hacernos pensar que hay algo en nuestras ciudades que no está bien resuelto. No basta con pedir la dimisión de la ministra, sino que hay que replantearse a fondo cómo queremos vivir, cómo queremos que vivan las próximas generaciones y cuáles son los medios para lograrlo. No hay una solución simple, por supuesto, pero creer que es imposible o utópico solucionar el problema equivale a condenar a las nuevas generaciones a malvivir en un permanente atasco: hemos de repensar nuestras ciudades para eliminar de raíz los atascos diarios.