Redes virtuales y vida real
Jaime Nubiola
Invitación a pensar
Invitación a pensar
Jaime Nubiola

 

 

Un modo de "relacionarse" sin entrar en relación

        Leí hace algunos años en la revista Time que el espectacular éxito de Nokia tiene su origen en la timidez de los jóvenes finlandeses, que descubrieron que los primeros pasos de la amistad y del amor eran muchísimo más fáciles a través del SMS. El teléfono móvil permitía prescindir de la rígida norma tradicional que requería la presentación por parte de una tercera persona. Algo parecido ocurre en España: cuántos y cuántas que no se atreven a abordar directamente a una compañera de curso, se sienten mucho más «sueltos» a través de un mensajito. Las nuevas tecnologías están cambiando las maneras de relacionarse y las formas de vivir, sobre todo entre los estudiantes.

        Un caso emblemático es el de Mark Zuckerberg, estudiante de Harvard, que en el 2004 creó Facebook, el primer libro virtual con las fotos de los estudiantes, que servía para establecer redes sociales en el ámbito universitario, compartiendo fotos con los amigos y conociendo así nuevos amigos. Me contaba un norteamericano —estudiante ahora de Filosofía en Navarra— que, antes de llegar a la Universidad, él invertía por lo menos una hora diaria en su página de Facebook para mantener así el contacto virtual con sus amigos y que al comenzar a estudiar aquí había tenido que dejarlo. La hijuela de Facebook en castellano se llama Tuenti y está teniendo —tengo la impresión— un notable éxito en España.

        Como siempre me han interesado las tecnologías capaces de transformar nuestras vidas, me apunté hace unos meses a ambas redes sociales. Mi experiencia personal ha sido más bien pobre, pues no tengo la paciencia y el tiempo para prestarles la atención que requieren, pero compruebo de día en día a mi alrededor el entusiasmo de los estudiantes, sobre todo de primer año, al figurar en una de esas redes con tantos y tantas amigas interesantes. En cierto sentido, siempre halaga mi vanidad que algún conocido quiera figurar como amigo mío en una red, pero no deja de sorprenderme cuando esa persona es un estudiante que vive en mi mismo Colegio Mayor y con el que de hecho tengo poco trato.

        Una filósofa, antigua alumna de Navarra, me escribía desde América que «el tipo de vida social que ofrecen las sociedades virtuales puede ser como una especie de videojuego sofisticado que engancha, vicia y desconecta de la realidad, de forma que puede haber gente que tiene muchos amigos en Facebook y contactos en Skype, y sin embargo lleva una vida solitaria entre sus familiares, vecinos y compañeros de estudio o de trabajo». Realmente esto es en algunos casos así: cuántas veces quienes más tiempo dedican a una red social tecnológica son unos «colgaos», unos frikis solitarios, encerrados en su cuarto frente a la pantalla del ordenador. Sin embargo, la mayoría de la gente, —me decía una valiosa alumna de Comunicación— «lo usa para lo que más nos gusta y mejor se nos da: cotillear. Es una forma fácil —explicaba— de saber lo que hacen los demás sin que ellos se enteren».

Nunca un sustitutivo

        Los amigos virtuales —añadía mi corresponsal americana—, en vez de convertirse en un sustituto de los amigos reales, deberían más bien fomentar y desarrollar las relaciones personales, en las que hay también un factor físico. De hecho, las personas más sociables no son las que tienen más amigos en Tuenti o en Facebook, sino las que dedican su tiempo a estar realmente con los demás. Estoy persuadido de que estas redes pueden ayudar un poco a los más tímidos, ya que hacen más fácil conocer más gente («las amigas de mis amigos son mis amigas», etc.), y sobre todo sirven para mantenerse en contacto —gratuitamente y con poco esfuerzo— con toda la red de conocidos mediante el envío de noticias, mensajes o fotos. Esto es especialmente útil para quienes con motivo de los estudios van cambiando de ciudad y de país. Tal como me escribía Bernie Paternina desde Hong Kong, «tienen el aspecto muy positivo de mantener el contacto con amigos en otros países o con gentes con las que no hay contacto continuo. Estas redes deben complementar las relaciones en la vida real, no sustituirlas».

        A modo de valoración global, viene a mi memoria una frase del conocido especulador financiero de origen húngaro, convertido ahora en filántropo internacional, George Soros: «Networking is not working». Establecer redes no es trabajar. La vida real no es una red virtual. La amistad y el amor reales son muchísimo más interesantes —y difíciles— que sus pálidas versiones virtuales y requieren mucha más generosidad, tiempo y esfuerzo. Como casi todas las cosas que realmente valen la pena, la amistad y el amor no están a un click, pero esto no significa que no merezca la pena ser invitado a formar parte de una red virtual. Nos puede servir para conocer a más personas y, sobre todo, nos ayudará a mantener el contacto con los viejos amigos que ya no están físicamente cerca.