Mutis
Miguel Aranguren
ALBA
Los guardianes del agua
Miguel Aranguren

 

 

¿Imprescindibles?

        Arrastro un virus desde hace un par de semanas y no logro ser yo mismo: me cuesta escribir incluso este artículo para los amables lectores de ALBA, como me cuesta dar continuidad a mi nueva novela o atender el teléfono con la amabilidad que corresponde al que se ha molestado en marcar mi dial. Son las consecuencias de creerse imprescindible, de considerar que no se puede dar un parón a la vorágine laboral del día a día y meterse a la cama a sudar y dormir, que es como de verdad se le gana el pulso a la mala salud.

        Los padres de familia, especialmente si somos autónomos, nos volvemos tercos como mulas frente a los consejos de quienes nos quieren. No estamos dispuestos a soltar los arreos, a abrir las cinchas con las que salimos a la calle cada mañana dispuestos a arar el asfalto. “Las cosas están muy feas”, nos justificamos, “como para andarnos con remilgos” y, claro, después pagamos el pato.

        Uno de los vicios que ensombrece a las sociedades desarrolladas es la sensación de ser imprescindibles, de no delegar, de creernos el ombligo de un mundo al que pensamos observándonos constantemente. Me lo hizo ver un sacerdote con el que volé de África a Europa. Él regresaba para curarse de una enfermedad tropical después de varios lustros entregado a su labor pastoral en un país remoto. Apenas aterrizamos en el viejo Continente, le subió a la garganta una áspera tristeza: “Aquí la vanidad se puede cortar”, murmuró en cuando pusimos un pie en el aeropuerto. Y es que cada cual (pasajeros, personal de tierra, de aire…) iba a lo suyo, todos muy serios, encantados de haberse conocido, muy distinto que en las sociedades pobres, en donde a la gente le mueve la necesidad de la familia, del clan, del grupo y casi todo se acompaña con una risa.

        Así que no pasa nada por hacer mutis por el foro y largarse a descansar, a vencer los miasmas o a pasar la tarde entre las piezas de Lego, rodeado de niños. Necesitamos contemplar cómo el mundo sigue su camino, gira que te gira, sin darse siquiera cuenta de que no estamos allí donde se nos espera.