El estreno de la versión cinematográfica de 'Las Crónicas de Narnia' vuelve a poner de moda al filólogo y apologista anglicano.

En león, la bruja y el armario
C. S. Lewis, el maestro de la alegoría fantástica
OXFORD, un martes cualquiera de 1950. Los Inklings se disponen a comenzar su tradicional tertulia literaria en el pub The Eagle and Child. John Ronald Reuel Tolkien deleitará con algún capítulo de El Señor de los Anillos, Charles Williams ofrecerá una de sus obritas y Clive Staples Lewis leerá algún párrafo de El león, la bruja y el armario, primera parte de las Crónicas de Narnia. Al cabo de 55 años esta saga infantil de fantasía heroica vuelve a ser noticia gracias a la impresionante versión fílmica de Andrew Adamson.
Jerónimo José Martín
 

Los Inklings
        Aunque la recta final de su vida fue retratada en 1993 por Richard Attenborough en su película Tierras de penumbra, lo cierto es que C.S. Lewis (Belfast, 1898-Oxford, 1963) no es muy conocido fuera del ámbito anglosajón. Su historia corre pareja a la de su íntimo amigo Tolkien. Filólogo como él, Lewis llegó a ser fellow y tutor en el Magdalen College de Oxford, y —de 1954 a su muerte—, profesor de literatura medieval y renacentista en la Universidad de Cambridge.

        Los dos lideraron el club de los Inklings, también conocidos como Los cristianos de Oxford, pues reflejaron su sincero compromiso religioso en su producción científica y literaria: Tolkien desde la posición católica; Williams y Lewis desde la anglicana.

Apologista y alegórico
        C. S. Lewis es famoso por sus obras de apología, a las que se dedicó tras su conversión al cristianismo en 1933, pues antes fue agnóstico durante 20 años. Con ellas logró un gran éxito popular, y llegó a realizar varios programas de radio para la BBC. Sin embargo, también escribió importantes relatos fantásticos en los que usa la alegoría, entendida como composición creativa, pero preocupada por la metafísica y la teología.

        A Lewis le gustaba diferenciar la alegoría del mito. “El Señor de los Anillos —decía— no es una alegoría, forma que a Tolkien no le gusta. La raíz de su idea sobre el arte narrativo es la subcreación, el hacer un mundo secundario. Lo que la gente llamaría un bonito cuento para niños sería para él más serio que una alegoría. Mi opinión es que un buen mito es algo superior a una alegoría, pues en ésta el autor sólo puede poner lo que ya sabe, mientras que en un mito pone lo que no sabe y a lo que no podría llegar por ningún otro camino”. Pero, aunque Lewis reconoce la preeminencia del mito, usa la alegoría porque la encuentra más adecuada para su finalidad apologética.

Sagas modernas
        Quizá su principal obra de ficción alegórica sea The Pilgrim Regress; pero las más populares son dos sagas fantásticas: la futurista Trilogía de Ramson y Las Crónicas de Narnia, siete cuentos infantiles, independientes pero relacionados, que Lewis publicó entre 1950 y 1956, a la vez que Tolkien editaba El Señor de los Anillos.

        Según el orden de la acción, sus títulos son: El sobrino del mago (1955), El león, la bruja y el armario (1950), El caballo y el muchacho (1954), El Príncipe Caspian (1951), La travesía del Viajero del Alba (1952), La silla de plata (1953) y La última batalla (1956). De esta heptalogía ya se han vendido más de 95 millones de ejemplares en 41 idiomas. Relata las idas y venidas de diversos niños al maravilloso país de Narnia, al que acceden por diversas rutas. Y en ella, Lewis combina magistralmente aventuras, humor y fantasía, logrando unos relatos profundos y optimistas.

Optimismo cristiano
        Ese optimismo es otro de los atractivos de las obras de Lewis. Y eso que muestran las debilidades humanas y asumen la realidad del pecado, el cielo y el infierno, pues siempre defendió que “la vida sin una doctrina de las cosas postreras sería simplemente un túnel de desesperación”. Así, afirmaba que cuando cayese la bomba H siempre tendríamos esa décima de segundo para poder decir: “Tú eres sólo una bomba, yo soy un alma inmortal”. O también: “La naturaleza es mortal, pero nosotros viviremos fuera de ella; cuando todos los soles y nebulosas hayan desaparecido, cada uno de nosotros vivirá”.

        Por eso concretará la tarea de curar la Tierra en reavivar ese rescoldo de buena voluntad que siempre queda, “en atender esa pequeña chispa, en encarnar ese fantasma, que aún sigue vivo en cada verdadero pueblo”.