Margarita
Enrique Monasterio
Un safari en mi pasillo
Un safari en mi pasillo. Otra catequesis desenfadada a la gente joven

 

Quiere ser generosa

        Algunas veces te encuentras huérfano de ideas delante del papel y sientes la tentación de mandar a Mundo Cristiano una página en blanco con tu firma, a ver si te echan definitivamente. En otras ocasiones un ataque agudo de pesimismo, o quizá de lucidez, te lleva a pensar que las ochocientas palabras mensuales de esta sección en realidad no interesan a nadie.

        Gracias a Dios, un minuto antes de tirar la toalla, siempre ocurre algo inesperado. Esta vez es una carta. Está fechada en Galicia, y la autora no da más datos que su nombre: Margarita.

        — Rondo la mitad de la veintena –me escribe–. Crecí en un ambiente lleno de cariño, de don. Diario, minuto a minuto. Pero también de vida fácil, cómoda, burguesa, mimada. Ahora me doy cuenta. Bueno, me di cuenta hace bastantes años, en plena adolescencia...

        Era y soy idealista; así que durante muchas noches le decía al Señor en mi corazón: "no me lo pongas fácil, dame algo por lo que luchar mucho". Porque intuía que las vidas que merecen la pena son aquellas en las que uno se deja la piel cada día, en cosas ordinarias, pero luchadas, no regaladas como la mía.

         He leído varias veces este último párrafo y trato de imaginarme a una adolescente, a una de esas niñas en la edad del pavo sobre las que tanto he escrito (¿cuántos años tenías?) capaz de pedir a Dios un disparate tan insólito: "no me lo pongas fácil".

        — ¿No te han explicado mil veces, Margarita, que en esta vida lo importante es vivir cómodamente y coleccionar el mayor número de placeres –carpe diem!–, vengan de donde vengan, ganados o robados? ¿Cómo te atreves a llevar la contraria a medio Planeta?

        — Algún año después el Señor me hizo caso. Qué generoso, ¿verdad? Y me lo puso muy difícil.

        — Tenía que ser así. Le estabas pidiendo que te enviase un poco de su Cruz. Y Jesús no podía negártela.

Pero no es nada fácil

        — Entonces comprendí que necesitaba fortaleza, y se la volví a pedir. Y me volvió a hacer caso. Y entonces, quizá para que aprendiese en qué consiste la verdadera lucha y el verdadero esfuerzo, me quitó el idealismo, el entusiasmo, y me quedé en la aridez del desierto. Ahí sí que estaba siendo difícil. Tuve miedo y por poco le traiciono. No queriendo, sino sin darme cuenta, porque miraba sólo mi dolor y no el suyo.

        Margarita no explica las circunstancias externas que le llevaron a esa situación de crisis espiritual, quizá porque sabe que las verdaderas batallas no se libran nunca de puertas afuera, sino en el interior del alma. De hecho nada suena más auténtico que esta descripción de sus luchas…, y de su victoria.

        — Poco a poco se me pasó el miedo –escribe con sencillez–. He vuelto a ser valiente.

        A continuación refiere un episodio de su vida, y alude a un artículo que escribí en esta misma página hace varios meses. Hablaba de Ana, una enfermera andaluza que soñaba, y sigue soñando, con pilotar una ambulancia por las calles de Cádiz en busca de aventuras y de gloria; de heridos a los que curar y entuertos que desfacer, como un nuevo caballero andante. Aquel artículo era una especie de lamento por el déficit de idealismo que uno detecta entre los chavales que empiezan sus estudios universitarios; y, a la vez, animaba a Ana a seguir adelante con sus descabelladas y envidiables chaladuras.

Porque hacen falta "quijotes"

        Margarita, al parecer, se siente identificada con la buena de Ana y también con una frase de mi artículo.

        — Han pasado algunos años –concluye su carta–. Tengo un trabajo que me gusta, y dicen que he madurado. Sin embargo estos días andaba yo muy indecisa en cambiar de trabajo, que no de vida. Su artículo me ha traído la respuesta: "lo importante es que no dejes de lado nunca tus sueños de quijote".

        Muchas gracias. Esta historia, por si le sirve –¡nunca se pierde nada!–, ha valido la pena.

        Hoy rezaré por usted y por Ana: hoy y siempre, quijotes del siglo XXI.

        Después de leer esta carta, mi reacción ha sido de vergüenza. Entendedme: uno emborrona dos líneas, quizá con el solo propósito de completar el último hueco de un artículo, y al cabo de los meses comprueba que el Señor las ha utilizado para golpear un corazón a cientos de kilómetros. Y encima te da las gracias.

        Espero volver a tener noticias tuyas, Margarita. Y a lo mejor nos animamos a buscar más quijotes –de momento somos tres– y colocamos un chiringuito virtual –quijotes.com sería un buen nombre–, a ver si aparecen en la red unos cuantos millones de chavales políticamente incorrectos, que no estén dispuestos a vivir anestesiados, que sean capaces de soñar y tengan suficiente valor para poner en marcha sus sueños.