Eric o la gratitud
Enrique Monasterio
Un safari en mi pasillo
Un safari en mi pasillo. Otra catequesis desenfadada a la gente joven

 

Para ser agradecido ...

        Estábamos acabando la cena cuando Eric se puso en pie con una copa en la mano. Carraspeo lo justo y dijo:

        — Quiero dar las gracias…

        Eric tiene 25 años, es pintor y va para genio; trabaja en Nueva York, pero vino a España para asistir como padrino al bautizo de su sobrina, que aunque nació en Alburquerque unos meses antes, prefirió ser remojada con agua de Bilbao. Y es que no hay color.

        Eric miró la copa por segunda vez como buscando inspiración en el rioja, y levantó la cabeza:

        — Quiero dar las gracias en primer lugar a mi hermano, que me ha ofrecido ser padrino de su hija. También a mi suegra…

        Enredado con el inglés, Eric llamó suegra a su cuñada, una rubia encantadora y sonriente de Georgia; pero, terminadas las risas, continuó imperturbable dando gracias a diestro y siniestro.

        Al acabar el brindis, el tintineo de las copas sirvió para disimular ese pelín de emoción que flotaba en el ambiente. Alguien a mi lado comentó:

        — ¿Te parece normal que un chico de esta edad dé las gracias con tanta elocuencia?

        — Es que los americanos son muy corteses –respondí–.

        Y es cierto; pero debí añadir que la gratitud no sólo es cuestión de cortesía. Para ser agradecido es preciso además ser humilde, justo, generoso e inteligente.

La gratitud y su riqueza

        — Hay que ser humilde, ya que sólo desde la humildad se comprende que la mayor parte de las cosas que uno recibe son gratuitas: una puesta de sol, la brisa del mar, la buena salud, la sonrisa de una niña o el canto de un pájaro, no son exigibles. Y dar gracias a Dios o al prójimo es una forma de admitirlo. Los vanidosos, tan encantados de haberse conocido, suelen volverse estúpidos, incapaces de pensar en estas cosas.

        — Hay que ser justo, puesto que la justicia es virtud que nos inclina a dar a cada uno lo suyo. Y la gratitud es el salario mínimo que todos damos y recibimos para no deprimirnos demasiado.

        — Hay que ser generoso para descubrir la existencia del prójimo y ver en sus acciones mil motivos de agradecimiento. El egoísta no se entera: está fascinado con la contemplación del propio ombligo. .

        — Además, por razones obvias, la gratitud es incompatible con la envidia, con el rencor y con la estrechez de espíritu.

        — Por último, es signo de inteligencia, ya que dar las gracias es una forma de ganar el corazón de los demás.

Lo que se ha perdido

        Hace años vino a verme una niña de siete años. Estaba en vísperas de su Primera Comunión y quería confesarse. La atendí con todo cariño, y al acabar, salió del Confesonario, se me acercó sonriente, y dijo:

        — Muchísimas gracias, don Enrique.

        Y por sorpresa me estampó un beso en la mejilla.

        Desde entonces esa niña es mi ojito derecho. Gracias a Dios ella no lo sabe.

        En estos últimos tiempos, dar gracias se ha convertido ya en una práctica insólita en claro peligro de extinción. Supongo que la culpa fue del extraño sarampión que afectó al Planeta en la década de los sesenta, y que nos volvió medio cretinos.

        Por aquella época el virus de la mugre afectó a amplios estratos de la población civil, y, como consecuencia, la tosquedad, la mala educación y el churrete físico o moral se convirtieron en signos inequívocos de progreso e igualitarismo. La tele vomitó sus primeras groserías. Y fuimos, por algún tiempo, como esos adolescentes llenos de mugre y granos, que necesitan afirmar su independencia escupiendo por el colmillo.

        Se arrinconaron los viejos manuales de urbanidad –se conoce que eran represivos y antidemocráticos–, y ya nadie se sintió obligado a dejar el asiento a las viejecitas, a ceder el paso a los mayores, a saludar quitándose el sombrero o a pedir perdón antes de interrumpir al prójimo.

Todavía estamos a tiempo

        Había nacido la "generación-del-derecho-a-ser-feliz" (tendré que buscarle un nombre en alemán para que suene mejor), de la que ya hablé el mes pasado; una tribu arrogante y presuntuosa, vacunada contra gratitud, porque se considera acreedora de todo y deudora de nada.

        Gracias a Dios, la epidemia remite. Al menos a uno le gustaría que fuese así. Y la pequeña anécdota de Eric parece confirmarlo. A no ser que todo haya sido un espejismo, fruto de la cortesía made in USA.

        En cierta ocasión fui al aeropuerto a esperar a alguno de mis parientes que llegaba de América. En el mostrador de la compañía aérea pregunté la hora de llegada del vuelo. Agradecí la información, y la empleada me contestó con tono cansino:

        — Gracias a usted por preguntar en TWA.

        Era sólo un eslogan, desde luego. Pero estuve a punto de dar las gracias otra vez para sentir de nuevo el gustirrinín.