Don Quijote en ambulancia
        Tantos años esperando el momento de entrar en la universidad, y hay que ver lo que cuesta dar el salto:
Enrique Monasterio
Un safari en mi pasillo
Un safari en mi pasillo. Otra catequesis desenfadada a la gente joven

 

 

Aquellos ideales de antaño...

        — ¿En qué te vas a matricular?

        Eva me mira como pidiendo auxilio:

        — No sé… En biología, empresariales o algo así…

        — ¿Algo así?

        — Bueno, la biología mola más, pero no tiene salidas.

        Como se ve, Eva no destaca precisamente por su entusiasmo. Para ella, como para buena parte de los chavales de COU, la universidad es sólo un trámite. Lo importante es "la salida", el puesto de trabajo y "la pasta" que puedan conseguir después.

        Uno, que siente la tentación de añorar otras épocas, no cree, como Jorge Manrique, que cualquiera tiempo pasado fue mejor; pero sí detecta entre los chavales un lamentable déficit de idealismo. Las grandes e ingenuas ambiciones que teníamos en los años sesenta se han quedado viejas como el pantalón campana que lucíamos entonces. Ahora hablan como cínicos encallecidos: es el pasotismo en su más pura expresión; un fenómeno que siempre desconcierta verlo en chicos y chicas normales, con la misma capacidad de entusiasmo que uno tenía a su edad.

        — Yo me voy a empresariales –me dice Guillermo–; a ver si cojo una pasta y me dedico a viajar.

        — ¿Y tú, Javi?

        — Mi padre dice que haga económicas…

        — ¿Y tú, qué dices?

        — Yo paso.

Ideales inamovibles

        La culpa, por supuesto no es sólo de los chicos. Además no son todos, ni mucho menos. Algunos no han perdido la capacidad de ilusionarse, y están dispuestos a poner patas a sus sueños más insensatos.

        Ale, por ejemplo, lo tiene claro; lo suyo es la pintura. Dice que quiere romper moldes, buscar caminos nuevos, y, si es preciso, morirá pobre e incomprendido como Van Gogh, "pero con las dos orejas", precisa.

        Chevis, un tiarrón de casi dos metros, fuerte, patriota y un pelín tímido, será militar como su padre.

        — A que le pega mogollón –me dice Javi–.

        — ¿Y tú, Laura?

        Laura se ríe, pero de momento no suelta prenda. Tal vez, cuando salga publicado este artículo me autorice a revelar su secreto o nos lo cuente ella misma.

        Ana merece un capítulo aparte. Estudiaba enfermería cuando la conocí. Era –y sigue siendo–, cordial, charlatana, entusiasta…, y me temo que un pelín desconfiada. Un día descubrí que, además de cantautora, también era poeta, y me enseñó unos papeles repletos de vida y sensibilidad.

Comerse el mundo

        — ¿Qué vas a hacer cuando termines la carrera?, le pregunté.

        — Yo lo que quiero es comprarme una ambulancia y recorrer Cádiz buscando enfermos.

        La carcajada con que remató su respuesta no le quitó un ápice de seriedad.

        Ana, en efecto, como Alonso Quijano, aspira a ser caballero andante, para desfacer entuertos y enmendar sinrazones. La ambulancia sería su Rocinante; la guitarra, su lanza; y, como adarga o armadura, portaría esa sonrisa de medio lado, un tanto escéptica, con la que suele enmascarar su corazón de aventurera.

        Ahora, sin embargo, me escribe desde su tierra, donde ha comenzado a ejercer la carrera y, aunque tiene trabajo, habla de rutina, de los horizontes pequeñitos que se le presentan. Está inquieta…

        "Yo creía –me dice– que esta inquietud era sólo mía, por el enorme deseo que tengo de comprarme una ambulancia y estar sin dinero para tanto. Pero he visto que no soy un bicho raro, que aunque mis ganas por comerme el mundo y esta ambición quizás sean exageradas, a mi gente le pasa lo mismo. Hay muchos chicos de mi edad, que acaban de terminar la carrera, y tienen miedo, como yo, a saltar a la vida del trabajo.

¡Viva el Quijote!

        Es una sensación extraña: está el temor a no llegar a donde quieres; la inquietud por no hacer lo que te gusta…"

        Ana termina su e-mail diciendo que ella pone su inquietud en las manos de Dios. Y me pide que escriba un artículo dirigido a los que están en su situación. Yo, que no sé muy bien qué decir, le mando estas líneas por correo electrónico con la esperanza de que me autorice a publicarlas.

        Ya sé, Ana, que no te resuelvo ningún problema. Ahora te imagino en el laboratorio donde trabajas, y pienso que, en el fondo, has tenido suerte. Lo importante es que no dejes de lado nunca tus sueños de Quijote.

        Es cierto que en la vida profesional –igual que en la del espíritu– es preciso ir poco a poco, programando cada paso con propósitos pequeños y concretos. Pero, como escribió Santa Teresa, "gran ayuda es tener altos pensamientos para esforzarnos a que lo sean nuestras obras".

        Si Dios quiere, tendrás un buen copiloto, y, entre los dos, toda una flota de ambulancias.