Don Jesús

Cuando pisé Gaztelueta por primera vez, mi amigo Juan Manuel, que tenía diez años como yo, me reveló dos secretos de aquel colegio:

Enrique Monasterio
Un safari en mi pasillo
Un safari en mi pasillo. Otra catequesis desenfadada a la gente joven

 

El cura del Colegio

        — Tenemos un profesor croata, pero no se le nota nada. Y el cura ha escrito un libro.

        Lo del croata no lo entendí. Pensé que era una especie de enfermedad. Lo del libro me llenó de asombro, aunque, por el momento, no sentí la menor tentación de leerlo.

        Enseguida conocí a don Jesús Urteaga. Me pareció muy mayor y muy serio. Lo menos tendría treinta años, y en clase ponía cara de pocos amigos. Fuera no: jugaba con todos y apostaba caramelos a que ganaba la Real Sociedad.

        Esto, sin embargo, tenía poca importancia. De don Jesús recuerdo, sobre todo, sus pláticas en el oratorio del colegio, cuando éramos muy pequeños. En pie, junto al Sagrario, contaba mil historias, y charlaba con nosotros y con el Señor. Un día nos trajo un regalo: mientras hablaba, fue desempaquetando algo: era un borrico de loza con su cabezota sumergida en un libro de latín. Nos dijo que era un regalo de un sacerdote muy bueno, que vivía en Roma, que se llamaba Josemaría Escrivá y que quería mucho a los alumnos de Gaztelueta.

        — ¿Y es para nosotros?

        Don Jesús aquel día nos habló del estudio, de ser como aquel borriquillo de largas orejas o como el que mueve la noria y hace posible la lozanía del jardín.

        Algún tiempo más tarde recuerdo la voz de don Jesús, que decía jaculatorias al oído de un alumno de 12 años. No es que estuviese "malito": se estaba muriendo a chorros por culpa de un árbol que se encontró con su cabeza: una cabeza de chorlito, que se asomó imprudentemente por la ventanilla del autobús en marcha.

Mientras se moría

        Cuentan que el chico estaba inconsciente, pero él recuerda con toda nitidez la voz de su cura:

        — Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía. Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía…

        El chaval no entendía muy bien de qué agonía hablaba, porque se sentía la mar de bien. Pero, por si acaso, repetía por lo bajo aquellas palabras.

        En el cole sabíamos que a don Jesús había que contárselo todo. Entre los alumnos incluso corrió el sorprendente rumor de que te adivinaba el pensamiento. Así que más valía ser sincero y "soltar el sapo", cuando íbamos a charlar con él.

        — Don Jesús, llámeme en clase de Geografía.

        — ¿Y por qué en Geografía?

        — Es que don Pedro va a preguntar…

Entre fútbol y los libros

        Y don Jesús, que era siempre nuestro cómplice, nos libraba de la quema en el momento oportuno.

        Me temo que no era de la Real; nos engañó. Era y sigue siendo del Real Madrid, lo cual viene a demostrar que cualquiera comete errores en la vida. Pero sí que sabía algo de fútbol: cuando mi promoción se despidió del colegio, jugó de extremo izquierdo (con mayor voluntad que acierto) en el partido entre profesores y alumnos.

        En las fiestas deportivas "jugaba" de Matías Prats, comentando lleno de entusiasmo, micrófono en mano, las hazañas que protagonizaban los chavales en el campo.

        Mientras tanto, seguía escribiendo: "El Valor divino de lo humano" se convirtió en un clásico, y no hubo más remedio que leerlo. Pocos libros han dejado una huella tan honda en tantas generaciones. Después vinieron "Dios y los hijos", "Los defectos de los santos", "Ahora comienzo", "Siempre alegres"…

        Un día nos enteramos de que iba a editar una revista: Mundo Cristiano. Y no nos cupo la menor duda de que haría historia: aquí seguimos cuarenta años después con don Jesús al frente. Y de la revista nacieron los folletos, y los libros…

Al pie del cañón

        Y cuando llegó la tele a España dispuesta a hipnotizar a millones de contribuyentes, allí estuvo también don Jesús inyectando optimismo a las familias. Y se convirtió en "el cura de la tele": un cura que hacía reír y pensar hablando sólo de Dios.

        Ahora, mientras termino estas líneas, don Jesús está a muy pocos metros, como casi siempre, con un montón de papeles junto el mostrador que hay a la entrada de Ediciones Palabra. Ese mostrador es su mesa de trabajo y su puente de mando. Siempre de pie (¿por qué no se sentará nunca?), don Jesús escribe, corrige y sigue inyectando optimismo a todos los que trabajan en la empresa.

        Espero que me perdone estos apresurados recuerdos. Los vascos, por lo general, somos tímidos, aunque no se nos note, y nos cuesta expresar de palabra según qué cosas.

        Así, por escrito, resulta más sencillo.