Dar la vida
El tirano muere, y su reino termina.
El mártir muere, y su reino comienza.
Soren Kierkegaard
Alfonso Aguiló
La llamada de Dios: anécdotas, relatos y reflexiones sobre la vocación
Alfonso Aguiló

 

A punto de abandonar

        Maximiliano Kolbe nace en 1894 en Zdunska Wola, una pequeña ciudad polaca. Es hijo de unos modestos tejedores que pertenecen a la Orden Tercera Franciscana. Cuando tiene doce años, un domingo escucha en la homilía de la Misa la noticia de que los padres franciscanos abren un nuevo seminario en Lvov. Aquello hace despertar y madurar su vocación, y al inicio del curso siguiente, en octubre de 1907, marcha a ese seminario junto con su hermano Francisco.

        Pero, de pronto, ambos hermanos entran en una fuerte crisis interior. Maximiliano se convence y convence a su hermano de que lo mejor es abandonar el seminario y seguir la carrera militar, en aquella ciudad que es por entonces el centro de la resistencia polaca. Un día antes de comenzar el noviciado, el 3 de septiembre de 1910, se disponen a comunicar su decisión al ministro provincial cuando suena la campanilla del recibidor: es María Dabrowka, su madre, que viene, como otras veces, a visitar a sus hijos. Sin saber nada de todo aquello, ella les cuenta con gran ilusión que José, el hermano pequeño, también va a ingresar en la orden franciscana. Y como además ella y su marido son terciarios franciscanos, toda la familia estará presidida por el espíritu de San Francisco. Aquella visita disipa sus dudas. Al día siguiente, ambos hermanos reciben el hábito conventual. Es entonces cuando adopta el nombre de Fray Maximiliano María y emite su profesión simple bajo la Regla de San Fralo, que lancisco con apenas diecisiete años de edad.

        Nunca más volvió a tener dudas de su vocación. Tiempo mas tarde, en una carta de Maximiliano a su madre, recordará con emoción aquel memorable episodio, que siempre consideró salvador de su vocación: "La providencia, en su infinita misericordia, por medio de la Inmaculada, te envió a nosotros en aquel crítico momento. Han pasado ya nueve años desde aquel día, y pienso en ello con temor y gratitud hacia la Inmaculada. ¿Qué habría sido de nosotros si no nos sostuviese con su mano?".

        En 1912, a la vista de sus excelentes cualidades intelectuales, es enviado a Roma. Allí permanece siete años, hasta terminar sus dos doctorados en Filosofía y en Teología, y es ordenado sacerdote. Son unos años muy fecundos y decisivos en su vida, en los que funda un movimiento llamado "La Milicia de la Inmaculada". En 1919 vuelve a Polonia, con veinticinco años y bastante mala salud, aunque con una fuerza espiritual extraordinaria. No le faltan incomprensiones, calumnias y obstáculos. En 1922 comienza la publicación de una revista mensual llamada "Caballero de la Inmaculada", con la que quiere conquistar para la gloria de la Virgen el mundo entero con las nobles armas de la cultura y verdad. Se propone "forrar el mundo entero con papel impreso para devolver a las almas la alegría de vivir". La Milicia de la Inmaculada crece muy rápido en vocaciones y en producción editorial.

Presentía con claridad el inminente conflicto

        En 1929 funda en Niepokalanów, a cuarenta kilómetros de Varsovia, un convento de sacerdotes y hermanos franciscanos comprometidos en promover la Milicia por todas partes por medio del uso de todos los medios de comunicación a su alcance. Bajo su dirección, Niepokalanów se desarrolla con gran fuerza y en pocos años el número de frailes supera los novecientos. El apostolado de sus publicaciones supera el millón de revistas mensuales destinados para el millón de miembros de la Milicia en todo el mundo.

        Pero el padre Kolbe presiente su fin y el acercarse del calvario para sus hijos espirituales. En marzo del 1938 les dice: "Hijos míos, sabed que un conflicto terrible se avecina. No sabemos cuáles serán las etapas. Pero, para nosotros en Polonia hay que esperar lo peor. En los primeros tres siglos de historia, la Iglesia fue perseguida. La sangre de los mártires hacía germinar el cristianismo. Cuando más tarde la persecución terminó, un Padre de la Iglesia comenzó a lamentar la mediocridad de los fieles y no vio con malos ojos la vuelta de las persecuciones. Debemos alegrarnos de lo que va a suceder, porque en las pruebas nuestro celo se hará más ardiente".

        Tres días antes de estallar la guerra, prepara de nuevo sus corazones: "Trabajar, sufrir y morir heroicamente, y no como un burgués en la propia cama. Recibir una bala en la cabeza para sellar el propio amor a la Inmaculada. Derramar valientemente la sangre hasta la última gota, para acelerar la conquista de todo el mundo para Ella. Esto os deseo y me deseo a mí mismo. Nada más sublime puedo augurarme y auguraros. Jesús mismo lo dijo: "No hay amor mas grande que dar la vida por el propio amigo"."

Torturados a morir de hambre y sed

        Estalla la Segunda Guerra mundial y los nazis invaden Polonia. En pocas semanas, el ejercito y toda la nación polaca sufren la humillación de la derrota. La Wermach alemana bombardea Niepokalanów y comete todo tipo de saqueos y vandalismos en la ciudad mariana: destrozan imágenes, queman ornamentos sagrados y requisan la maquinaria tipográfica. El padre Kolbe no se deja dominar por el rencor. Solo reza, llora y consuela. Pese al clima de odio al enemigo, él perdona como Cristo en la Cruz. Un día se presenta en Niepokalanow la Wermacht con gritos de "Todos fuera!¡Todos en marcha!". Todos los frailes fueron reunidos en el patio y cargados en camiones rumbo a campos de concentración: de Lamsdorf a Amtitz, y de aquí a Ostrzeszow.

        En mayo de 1941, el padre Kolbe es conducido a Auschwitz. Allí trabaja inicialmente como peón en el acarreo de cantos rodados y arena para la construcción de un muro alrededor del horno crematorio. En todo momento prosigue su ministerio, a pesar de las terribles condiciones de vida, con su gran generosidad y preocupación por los demás, que nunca le abandonan.

        El 3 de agosto, un prisionero escapa. Por la tarde, al pasar lista, se descubre el hecho. El terror congela los corazones de aquellos hombres. Todos saben la terrible norma establecida como represalia: por cada evadido, diez de sus compañeros, escogidos al azar, son condenados a morir de hambre en el bunker de la muerte. A todos aterroriza el lento martirio del cuerpo, la tortura del hambre, la agonía de la sed. Al día siguiente, mientras los otros grupos siguen sus faenas diarias, los del suyo quedan formados en la explanada bajo el sol calcinante del verano, sin comer ni beber. Las horas pasan con enorme lentitud. Cuando se distribuye la comida, todos observan como sus raciones son tiradas de las ollas al desagüe. Al romper filas todos van a catres sabiendo que pronto diez de ellos serán escogidos para el bunker de la muerte. Ya había ocurrido en dos ocasiones.

Decide morir por otro condenado con mujer e hijos

        Al día siguiente, a las seis de la tarde, el coronel Fritsch, comandante del campo, se planta de brazos cruzados ante sus víctimas. Hay un silencio de tumba sobre la inmensa explanada, con dos mil presos formados, sucios y macilentos. "El fugitivo no ha aparecido. De modo que diez de ustedes serán condenados al bunker de la muerte. La próxima vez serán veinte". Los condenados son escogidos al azar. "¡Este! ¡Aquel!", grita el comandante. El ayudante Palitsch anota los números de los condenados. Aterrorizado, cada uno de los señalados sale de la formación, sabiendo que es su final. Entre ellos hay un sargento polaco llamado Franciszek Gajowniczek, que lanza un grito de dolor: "Dios mío, tengo esposa e hijos. ¿Quién los va a cuidar?".

        Las palabras del sargento sin duda tocan el corazón de muchos presos, pero en el corazón del padre Kolbe hacen algo más. Mientras los diez condenados se van quitando los zapatos, pues deben ir descalzos al lugar del suplicio, de pronto ocurre algo que nadie podía imaginar. Maximiliano Kolbe sale de su fila y quitándose la gorra se planta delante del comandante. Señala con la mano hacia Gajownieczek y se ofrece a morir en su lugar: "Soy un sacerdote católico polaco, estoy ya viejo. Querría ocupar el puesto de ese hombre que tiene esposa e hijos". El comandante, después de un momento de duda, acepta el cambio.

        Después de haber ordenado a los presos que se desnudaran, los empujan al bunker, del que ya solo salen cadáveres directamente para el crematorio. Diariamente, los guardias inspeccionan y ordenan retirar los cadáveres. Aquellos tenebrosos días son de angustia y agonía continuas. Aquel sacerdote enfermo de cuarenta y siete años anima en todo momento a los demás y reza con ellos. Poco a poco, van muriendo todos. Al final, solamente queda él con vida. Como los guardias necesitan ese lugar para otros presos que están llegando, le ponen una inyección de ácido fénico y muere. Es el 14 de agosto de 1941.

Con las armas del perdón

        En 1982 es canonizado por Juan Pablo II. En la ceremonia está presente un testigo excepcional: el anciano Franciszek Gajowniczek, aquel hombre que, cuarenta y un años antes, había salvado su vida en Auschwitz gracias al heroico gesto del nuevo santo.

        San Maximiliano Kolbe venció al mal con el poder de las armas del perdón, el amor y la generosidad. Murió tranquilo, rezando hasta el último momento. Cuenta un testigo, el Doctor Stemler, que en los campos de exterminio casi no se veían manifestaciones de amor al prójimo, y era corriente que un preso se peleara con otro por un mendrugo de pan, pero él, en cambio, dio su vida por un desconocido. Aquello fue la más elocuente y eficaz respuesta al odio y la barbarie impuestos por la brutalidad nazi. De esa manera, dio un testimonio y un ejemplo de dignidad en medio de la más terrible adversidad: "No hay amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos" (Jn 15, 13).

        Muchas personas han sido beneficiadas por el influjo de la vida de este santo. Juan Pablo II dejó escrita cuál fue la influencia que tuvo en su propia vocación sacerdotal. La Milicia de la Inmaculada está hoy extendida por todo el mundo, con más de tres millones de miembros en casi cincuenta países. Caben muchas preguntas y reflexiones, pero quizá podría destacarse una que puede ayudar a muchos en algún momento de dificultad en los comienzos de su camino: ¿Qué habría sucedido si Maximiliano hubiera abandonado el seminario cuando atravesó aquella crisis en su vocación? ¿Cómo habría cambiado la historia de tantas vidas si su madre no le hubiera impulsado hacia delante, casi sin saberlo?