Descansar
Enrique Monasterio
Un safari en mi pasillo
Un safari en mi pasillo. Otra catequesis desenfadada a la gente joven

 

 

Cansarse para descansar

        — ¿Qué vas a hacer este verano?

        Elena y Sofía, sentadas en el suelo del pasillo, hacen planes, entre examen y examen agarradas a sendas latas de cocacola light. Sofía pone cara de mártir antes de responder:

        — Descansar.

        Por supuesto, ninguna de las dos presenta síntomas alarmantes de agotamiento. Si acaso unas leves ojeras, mínima secuela del estudio o del botellón nocturno. A los veinte años, el verbo descansar es pura exageración, una metáfora de significado impreciso.

        Aparece Ramón y dice que él se va a Noruega quince días ("a ver los fiordos; ya le mandaré una postal"). Luego, viajará a Toronto con el Papa, y a la vuelta a lo mejor va a Jerez con unos amigos. O a Santander, aunque tampoco está muy seguro.

        — No vives mal –le digo tratando de disimular la envidia que me corroe–.

        — Bueno, todo el año currando..., hay que descansar un poco.

        Para descansar es preciso estar cansado, y uno piensa que a estos chavales no hay forma humana de agotarlos. Por eso, su descanso suele ser de lo más fatigoso, y cuando regresen en octubre necesitarán una pausa de inactividad absoluta para superar el inevitable síndrome post vacacional.

        Sin embargo tienen razón: todos necesitamos descansar, pero no sólo del trabajo. Hay mil cosas en la vida que agotan bastante más. Me revienta hablar del estrés, pero existe aunque se abuse del término hasta el colmo de la cursilería. Por eso no está mal mirar hacia el verano con la esperanza de recuperar algunas energías.

Otros sanos descansos

        ¿Qué plan os propongo? Éste es el mío:

        — Descansar del Ayuntamiento, de sus zanjas, y del estrépito de los martillos neumáticos que ya han trepanado suficientemente nuestros urbanos tímpanos. (Yo, de paso, descansaré de los perritos madrileños y de los aromáticos restos orgánicos que depositan en las aceras.)

        — Descansar de las tertulias radiofónicas y televisivas. Por favor, señores contertulios, tómense unas largas y reparadoras vacaciones; olvídense de interrumpirse los unos a los otros con el ingenio que les caracteriza; renuncien por unos meses a agitar las madrugadas de los automovilistas solitarios. (En todo caso, aunque sigan ahí, conmigo no cuenten: yo descanso).

Hay mucho de qué descansar

        — Descansar de los insultos que propinan unos políticos a otros; de las invectivas contra los árbitros, contra el gobierno o contra la oposición; contra los futbolistas del equipo contrario o del propio. (Si alguna vez he insultado a alguien, aunque sea en voz baja, hago ahora el propósito de no volverlo a hacer. Más que nada porque cansa una barbaridad).

        — Descansar de las disputas sobre meras palabras. Ya se lo dijo San Pablo a Timoteo: "no sirven para nada, y son catastróficas para los oyentes". ¿No tenéis la impresión de que la mayor parte de los debates políticos son pura y agotadora verborrea?

        — Descansar de la revistas y de los programas del corazón y otras vísceras. Es cierto que en verano suelen estar más activos que nunca y hacen su agosto en agosto explotando la estupidez estival. Pero hay que defenderse: si es necesario, tiremos la tele al mar para descansar un poco.

        — Si nos dejan, descansar también de los atascos y del tráfico; del lenguaje de los cláxones –impacientes, gruñones, acusadores, camorristas o simplemente bullangueros–, que ponen incandescente mi vieja y entrañable úlcera de duodeno.

        — Pero, sobre todo, hay que descansar de lo que más agota: de la soberbia, la envidia, la codicia, la lujuria…, es decir, de los siete pecados capitales y de la reata de pecados provinciales que uno, por desgracia, va acumulando con los años. El egoísmo, que los resume todos, puede fatigar hasta la extenuación.

Lo que más descansa

        Gracias a Dios, el remedio está al alcance de cualquier fortuna: el Sacramento de la Penitencia. Una confesión personal, sincera, serena y profunda, puede ser más saludable que el primer baño del verano. No hay mejor forma de ponerse a tono, de preparar el alma para descubrir que lo que realmente descansa no es la huida del trabajo, ni las caravanas hacia la costa, ni el tostadero de la playa, ni las siestas eternas, sino el cariño de la familia, el encuentro con los amigos, el diálogo con Dios y la generosidad con todos.

        Jesús nos lo explicó muy bien en el Evangelio: "venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros, y encontraréis descanso para vuestras almas"

        Como casi siempre, enseño el artículo al que tengo más cerca.

        — Usted lo que quiere es el descanso eterno –me dice Luis–.

        — Por supuesto; pero sin prisas.