Veo que algunos han fracasado
El que ha naufragado
tiembla incluso ante las olas tranquilas.
Ovidio
Alfonso Aguiló
Carácter y acierto en el vivir:100 relatos y reflexiones sobre la mejora personal

 

 

 

La ruptura y sus motivos

        — A mí lo que más me frena es ver cómo algunos han fracasado en su vocación.

        La experiencia personal de ver que otros abandonan el camino emprendido, y los conflictos a veces inherentes a ese tipo de situaciones, son siempre una experiencia dolorosa y difícil. Pero hay que saber sacar de todo ello siempre una enseñanza. Cuando uno ve, por ejemplo, noviazgos o matrimonios que se rompen, lo mejor que puede hacer es intentar sacar alguna experiencia de aquello para mejorar el propio noviazgo o el propio matrimonio. Pero ver que otros se rompen no debe llevarnos a romper el nuestro, ni a renegar del noviazgo o del matrimonio, sino a madurar nosotros y a procurar acertar en nuestra elección.

        Además, no todos los abandonos son iguales. Hay personas que emprenden el periodo inicial de prueba que hay en todos los caminos de entrega completa a Dios y, con el tiempo, comprueban que aquella no era su llamada. Y no hacen mal en dejar entonces ese camino, igual que no hace mal quien rompe un noviazgo cuando comprende que no debe casarse con esa persona. Y no por eso ha sido infiel el uno con el otro, ni ha habido propiamente un fracaso sino un periodo de prueba que se inicia y se concluye con toda normalidad.

        — Pero se puede ser infiel también en el noviazgo.

        Por supuesto, un novio puede ser infiel a su novia, o al revés. Pero si en determinado momento deciden dejar de ser novios, no por eso han sido infieles, sino que simplemente han decidido suspender un compromiso mutuo que por su propia naturaleza era temporal.

        Lógicamente, si se rompe un noviazgo por infidelidad de uno de los dos, o por no haber puesto el empeño y la consideración necesarias el uno con el otro, quizá esa pareja estuviera llamada a ser un matrimonio feliz, pero no ha podido llegar a serlo porque uno de ellos, o los dos, han maltratado su noviazgo. De manera semejante, una vocación al celibato podría malograrse durante el periodo de prueba, y aunque no se hubiera llegado a asumir ningún compromiso permanente, podría ser una infidelidad si ese fracaso se debe a que se ha malogrado la vocación y se ha hecho imposible que fructificara y se abriera camino.

Es normal un período de prueba

        — En muchos casos, el camino de la vocación se inicia con bastante poco conocimiento de lo que supone, y esa debe ser la causa de bastantes fracasos.

        Efectivamente. Es algo que sucede tanto con el noviazgo como con en las etapas de prueba en el inicio del celibato. De todas formas, tampoco hay que exagerar la cuestión del conocimiento previo, pues todos sabemos que los matrimonios que han surgido de un "flechazo", es decir, de un amor descubierto de forma súbita y con poco conocimiento previo, no tienen porqué ser menos felices o menos estables que los demás. En la vocación, como en el matrimonio, muchas veces el corazón va más allá que la inteligencia, y aunque los filósofos digan aquello de que "nihil volitum nisi praecognitum", es decir, que nada se quiere si antes no se conoce, en el amor no siempre sucede así.

        Además, tanto el noviazgo como el periodo de prueba en el celibato son etapas que, por su propia naturaleza, tienen una vuelta atrás, y esa vuelta atrás no debe entenderse como algo trágico. Todas las instituciones de la Iglesia tienen unos plazos para comprobar la madurez y la idoneidad de las personas que manifiestan una posible vocación. Así se les ayuda a crecer en la libertad de su decisión, para que su entrega sea siempre consecuencia de un querer seguro, consciente y responsable.

        — Pero la vocación no puede ser algo temporal.

        Es cierto, pues la vocación no es algo que venga y se vaya, pero quienes están en periodo de prueba deben ser conscientes de que durante esa primera etapa están todavía en un periodo de discernimiento de su vocación. Creer que Dios les llama, y desear seguir esa llamada y entregarse a Dios para toda la vida, es perfectamente compatible con el hecho de que, un tiempo después, algunos puedan comprobar que no es su camino. Y eso no debe considerarse como un fracaso, ni como un tiempo perdido, sino más bien lo contrario: durante ese tiempo han sido generosos, han avanzado en su trato con Dios, han recibido una amplia formación y han luchado por vivir unas virtudes. Esto sin duda les habrá ayudado y les ayudará mucho durante toda su vida.

No fue fiel al comienzo pero Santa final

        También es posible que al principio haya una entrega inicial no demasiado reflexiva, con un cierto componente de entusiasmo poco consciente, pero que luego madura y se descubre con todo su calado. Dios premia la generosidad de ese primer arrojo de la entrega algo inmadura con una claridad posterior grande sobre la propia misión. Así sucede también a quien inicia un noviazgo deslumbrado por algunas rasgos externos de la otra persona, y luego descubre su verdadera valía, más profunda, y se entrega a ella con gran madurez y convicción.

        Ahí está, por ejemplo, el caso de Santa Jacinta, una chica procedente de una familia adinerada de Viterbo a finales del siglo XVI. Era muy hermosa y aficionada a lujos y vanidades. Como era bastante superficial y orgullosa, tuvo varios desengaños amorosos y un buen día dijo que se hacía monja y que se marchaba a un convento de las hermanas franciscanas. Tenía veinte años. Fue una primera conversión, pero muy leve, pues en el convento quería seguir teniendo las mismas comodidades de antes y mostraba bastante poco interés por la vida religiosa. Cuando tenía treinta años, pasó por una grave enfermedad, con muchos dolores y grave peligro de muerte. Aquello, junto a la ayuda de un santo sacerdote, el padre Bernardo Bianchetti, que supo ayudarla a enfrentarse con sus propios defectos, hizo que se arrepintiera de su vida anterior, hiciera una confesión general y, desde aquel día, empezara otra vida totalmente distinta. Aquella sí fue una verdadera conversión. Desde entonces fue una religiosa ejemplar, muy humilde y mortificada. Fundó dos asociaciones piadosas que tuvieron enseguida una gran difusión y por medio de sus escritos logró la conversión de muchas personas. Recibió muchas gracias extraordinarias de Dios, y después de su muerte, en 1640, se le atribuyeron numerosos favores y milagros. Su figura ha quedado para la posteridad como ejemplo de una gran santa que, aunque no fuera nada ejemplar en los inicios de su vocación, supo ser finalmente muy fiel a ella.

Del fracaso a la santidad

        — Por lo que cuentas, durante sus primeros diez años más bien se podría haber dicho de ella que no tenía vocación y que estaba en aquel convento desengañada por sus desilusiones amorosas.

        Es una prueba de que Dios puede hacer que una vocación se abra camino a través de unos comienzos bastante imperfectos, tanto en el discernimiento de la vocación como en la correspondencia a ella, y que, pese a eso, alcanzar después una gran santidad en ese camino.

        Así sucedió también a San Telmo, que, siendo aún un joven sacerdote, fue nombrado canónigo de la Catedral de Palencia, y enseguida elevado a la primera dignidad después del obispo. Era muy inteligente y bien parecido, pero eso le hacía ser también bastante engreído y ambicioso. Quiso tomar posesión como Deán el día de Navidad y con cabalgata sonada, de manera que dispuso organizarlo todo en medio de un gran festejo. Se encaminaba hacia el templo en un elegante caballo, enjaretado y arrogante. El aplauso y los gritos iban creciendo, pero, en el culmen de la aclamación, cerca ya de la catedral, y queriendo lucir el caballo en el que marchaba con tanto orgullo y ostentación, así como su pericia como jinete, clavó las espuelas, pero el corcel se encabritó y resbalaron, cayendo ambos aparatosamente en un lodazal, entre las risas y burlas de quienes, momentos antes, le aplaudían. El ridículo fue espantoso. Como contaba luego él mismo, Dios se sirvió de aquello para salir a su encuentro, hacerle ver lo vanidoso que era y suscitar en él una fulminante conversión. Ingresó en el convento de Dominicos que Santo Domingo de Guzmán había fundado poco antes en la ciudad y allí se entregó a la oración, al estudio y al servicio humilde a los demás. Pasado un tiempo, con sus grandes dotes de predicador, produjo numerosísimas conversiones y dedicó mucho tiempo a los pobres y a los enfermos, hasta su muerte en el año 1246. A pesar de su falta de rectitud inicial en su entrega como sacerdote, tuvo después una vida austera y ejemplar, y ha pasado a la historia como uno de los santos medievales más populares.

Los planes progresivos de Dios         Y no es solo cuestión de que un comienzo menos generoso pueda ser enmendado, sino que Dios también puede ir descubriendo poco a poco sus designios sobre una persona. Ha sucedido así innumerables veces a lo largo de la historia de la Iglesia y de la vida de los santos. Por ejemplo, San Juan Bautista de la Salle, fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, solo llegó a entender aquello a lo que Dios le estaba llamando, por etapas, a medida que reflexionaba en la oración sobre su experiencia de lo que, poco a poco, Dios le iba descubriendo. El futuro santo llegó a decir con toda claridad que Dios probablemente lo habría perdido completamente si le hubiera mostrado desde el principio todo lo que quería de él, con todo el esfuerzo y las dificultades que supuso la fundación de las Escuelas Cristianas y toda una vida dedicada a la educación de los hijos de los pobres. Al principio, cuando su amigo el padre Nyel le pide ayuda para iniciar una escuela gratuita en Reims, en 1679, Dios le mostró solamente una pequeña parte de lo que quería de él. Y así empezó todo. Llevado por su generosidad, se implicó en ayudar a su amigo en esa pequeña obra, y acabó descubriendo que Dios quería que él iniciara otra fundación, mucho más grande, a la que dedicaría la totalidad de su vida y sus energías. Dios sale a nuestro encuentro en el lugar donde estamos y después nos guía hacia sitios que nunca imaginamos y a compromisos en los que jamás habíamos pensado como posibles. Y en eso no hay ningún engaño, sino una forma de hacer de Dios, que nos descubre poco a poco nuestro papel y nuestra misión, como hizo con San Juan Bautista de la Salle, que revolucionó la concepción de la enseñanza, fundó una congregación que dirige hoy más de mil colegios en todo el mundo y es considerado por la Iglesia como el patrono universal de todos los maestros.
El punto de referencia para lo mejor

        — Dices que los fracasos o el mal ejemplo de otros no deben influirnos negativamente, pero lo cierto es que siempre pesan.

        Es verdad. La vocación, nuestra misión sobrenatural, es un compromiso con Dios. Si veo el fracaso de otros, o incluso recibo un mal ejemplo directo, todo eso me duele, lo siento en el alma. Eso es algo totalmente normal. Pero la vocación no se recibe en grupo, es algo personal. Cada uno debemos mirar sobre todo a nuestro compromiso con Dios, y no tanto a la persona que ha dejado determinado camino, o que me parece que me da un mal ejemplo, pues una cosa es su vida y otra la mía. Todos tenemos defectos, y nuestra misión es contribuir a superar los nuestros, no limitarnos a señalar los de los demás, escandalizarnos de ellos, y concluir finalmente que eso devalúa nuestro compromiso con Dios.

        Además, como idea general, es mejor tender a fijarse en los buenos ejemplos de los demás. Si buscamos la referencia del buen ejemplo, del estímulo de otros que son mejores que nosotros, eso tirará hacia arriba de nuestra vida. Es verdad que también se puede aprender de lo que nos parece fracaso o mal ejemplo en otros, pero no debemos compararnos constantemente con otros menos generosos que nosotros para así sentirnos justificados en la propia mediocridad. Sobre todo, porque siempre encontraremos gente peor que nosotros, salvo que seamos la persona más malvada del planeta.

La respuesta siempre es ante Dios

        — Pero no debemos compararnos con otros, sino con lo que nosotros debemos ser, con lo que Dios espera de nosotros.

        Por supuesto. Me refiero a no entretenernos evaluando riesgos y dificultades de otros, aunque a veces sean innegables y evidentes, si resulta que el verdadero problema de fondo es nuestra falta de generosidad. Podemos repasar una y mil veces la eterna lista de ejemplos de defecciones, de personas que fracasaron en su camino, o de otras que siguen en él pero de modo poco edificante, pero todo eso no debería cambiar mucho nuestro diálogo vital con Dios.

        — ¿Y cómo puede saberse si alguien ha sido infiel o no?

        Solo Dios puede juzgar la intimidad de un alma, y solo Él puede saber qué sucedió de verdad en la historia de una presunta infidelidad. Por eso, lo mejor es ocuparse cada uno sobre todo de la propia fidelidad. Cuando una persona piensa en casarse, no debe retraerse pensando en los muchos casos de roturas o fracasos matrimoniales que conoce, o de los que ha oído hablar, sino que debe fijarse sobre todo en cómo los matrimonios felices logran serlo, y todos sabemos que eso depende mucho de cómo ambos se preocupan día a día de ser fieles a su vocación matrimonial.

        — ¿Y si después de entregarnos a Dios se ponen las cosas difíciles, y la gente no nos escucha con el interés que esperábamos?

        Algo parecido sucedió a Jesucristo en su paso por la tierra: sabía lo que había que hacer, lo explicaba maravillosamente, pero se encontró con innumerables obstáculos, de dentro y de fuera. Los hombres se resistían a escucharle, le calumniaron, le persiguieron, le cargaron una cruz y lo mataron. También nosotros podemos sufrir el zarpazo de la incomprensión. No siempre, ni la mayoría de las veces, pero tampoco debería sorprendernos demasiado.

Instituciones y vocación divina

        — ¿Piensas que importa mucho el atractivo que tenga para nosotros una determinada institución?

        La institución en la que vivamos nuestra vocación y nuestra entrega es importante. Nos aporta seguridad, compañía, formación, ayuda espiritual, consejo, etc. Pero lo más importante es que nos hemos comprometido con Dios, y eso es lo más alto e inefable. Nos hemos comprometido con Dios en ese camino, y nuestra santidad pasa por esa institución, como la santidad de una persona casada pasa por la persona de su cónyuge. Pero siempre hay que tener claro que estamos comprometidos con Dios, que tenemos una misión recibida de Dios, que hemos de tener una relación diaria con Dios, que tenemos que ser amigos de Dios.

        — ¿Y una institución puede caer en el error de absolutizarse un poco y dejar en segundo plano a la Iglesia?

        Lógicamente, ese peligro existe. Igual que en el matrimonio existen los celos, o el protagonismo personal, o muchos otros posibles defectos que deterioran la convivencia familiar o la relación con otros, en las instituciones de la Iglesia también hay que estar en guardia ante posibles celotipias, exclusivismos o cualesquiera de las otras múltiples formas que puede tomar la soberbia o la falta de rectitud, y que también se pueden presentar en los superiores diocesanos o en los obispos. Como señaló el entonces Cardenal Ratzinger, existe el riesgo de exagerar el mandato específico que tiene origen en un carisma particular, o de vivir la experiencia espiritual a la cual se pertenece, no como una de las muchas formas de existencia cristiana, sino como si fuera la más perfecta expresión del mensaje evangélico, y eso sería un error muy grave.

Responder o no responder

        Todos esos peligros son riesgos ligados a la soberbia humana, bastante elementales por otra parte, de los que todos debemos procurar guardarnos, y sobre los que han procurado alertar con contundencia casi todos los grandes fundadores a lo largo de la historia. Leyendo los testimonios de quienes han promovido las obras que más gloria han dado y dan a la Iglesia, siempre se encuentran esas sabias recomendaciones, en las que insisten en la importancia de que los deseos de crecimiento y extensión de esas fundaciones sean siempre fundamentados en la caridad y en el servicio a Dios y a las almas, sin conceder protagonismo al propio desarrollo, sabiendo alegrarse de que haya muchos otros que trabajen en servicio de Dios y deseando que esos otros obtengan cada vez más y mejores frutos.

        — ¿Y si, al final del periodo de prueba, sigo teniendo dudas, y no lo veo claro?

        Tienes que verlo suficientemente claro; si no, no debes seguir adelante. Pero debes hacerlo con toda la rectitud que te sea posible, considerando si esa falta de claridad que sientes se debe a que no es tu camino, o bien a que has seguido ese camino sin el empeño necesario. No dejes de considerar que muchos planes de Dios han quedado sin realizarse por faltas de generosidad enmascaradas en un "no lo veo claro". Muchas personas han dejado de recibir ayuda porque quienes estaban llamados por Dios a una mayor entrega no fueron sensibles a esa llamada, que casi nunca es rotunda ni apantallante.

        Si esa desconocida adolescente albanesa llamada Ganxhe Bojaxhiu no hubiera respondido que sí a Dios cuando le pidió ser monja –y pasó a ser la Madre Teresa–, o cuando después le pidió esa otra "llamada dentro de la llamada", si no hubiera dicho que sí, hoy millones de manos necesitadas se alzarían inútilmente sin encontrar respuesta, porque no habría existido la Madre Teresa de Calcuta ni la institución que ella fundó.

Sobre un fundamento inconmovible

        Y si Maximiliano Kolbe se hubiera dejado vencer por la crisis que en 1910 le empujaba a abandonar el seminario franciscano en el que estaba, el mundo no habría tenido su ejemplo heroico de santidad en Auschwitz en 1941, ni tampoco la institución que fundó y que hoy atiende a cientos de miles de personas en todo el mundo. Es bastante natural tener dudas, y que esas dudas se disipen con la ayuda, a veces inopinada, de otras personas. En el caso de Maximiliano Kolbe, fue una visita imprevista de su madre al seminario. El chico estaba decidido a explicar a su madre sus dudas y su deseo de dejar el camino franciscano para seguir la carrera militar, pero, antes de que lo hiciera, ella le habló con tanta ilusión de la vocación de sus otros hijos, que el pequeño Maximiliano se encontró fortalecido por el entusiasmo de su madre y aquello disipó sus dudas, y acabó siendo un gran santo, hoy patrono de Europa.

        Como decía Benedicto XVI a un grupo de jóvenes en Cracovia en 2006, "el miedo al fracaso a veces puede frenar incluso los sueños más hermosos. Puede paralizar la voluntad e impedir creer que pueda existir una casa construida sobre roca. Puede persuadir de que la nostalgia de la casa es solamente un deseo juvenil y no un proyecto de vida. Como Jesús, decid a este miedo: "¡No puede caer una casa fundada sobre roca!". Como San Pedro, decid a la tentación de la duda: "Quien cree en Cristo, no será confundido". Sed testigos de la esperanza, de la esperanza que no teme construir la casa de la propia vida, porque sabe bien que puede apoyarse en el fundamento que le impedirá caer: Jesucristo, nuestro Señor."