Dejar pasar el tiempo
Aprender sin pensar es inútil.
Pensar sin aprender, peligroso.
Confucio
Alfonso Aguiló
Carácter y acierto en el vivir:100 relatos y reflexiones sobre la mejora personal

 

 

El peligro de no pensar

        — ¿Y no es mejor dejar pasar el tiempo? Quizá esa inquietud luego se resuelva en nada. Si tiene que venir, ya vendrá.

        Pienso que es mejor resolver la duda, no dejarla correr sin más. C. S. Lewis, en sus "Cartas del diablo a su sobrino", explica con agudeza cómo la mayor parte de las buenas acciones de los hombres dejan de realizarse simplemente por la tendencia a no pensar seriamente en ellas, por dejarlo para después. "Es curioso –comenta el diablo veterano a su sobrino, un tentador menos experimentado– que los mortales nos pinten siempre dándoles ideas, cuando, en realidad, nuestro trabajo más eficaz consiste en evitar que se les ocurran cosas".

        Y cuenta cómo una persona estaba enfrascada en una interesante lectura y sus pensamientos iban acercándose a comprender sus obligaciones con Dios. Su tentador vio enseguida que sería inútil defender sus posiciones a base de razonamientos, y dirigió su ataque, inmediatamente, hacia aquella parte del hombre que tenía mejor controlada, y le sugirió que ya era hora de comer. El hombre se resistió inicialmente, argumentando que aquellos pensamientos eran mucho más importantes que la comida, a lo que el veterano diablo repuso que, efectivamente, aquello era demasiado importante como para abordarlo con el estómago vacío, y era mejor estudiarlo a fondo, con la mente despejada, después de comer. Una vez en la calle, la tentación había ganado la batalla. Bastó con hacerle fijarse en unas cuantas cosas del bullicio urbano, de modo que a los pocos minutos estaba convencido de que cualquier idea rara que pudiera pasársele por la cabeza a un hombre encerrado a solas con sus libros, una sana dosis de "vida real" era suficiente para demostrarle que "ese tipo de cosas" no pueden ser verdad.

        Muchas veces, el principal trabajo de nuestros tentadores es, simplemente, alejarnos de la tarea de pensar. La fe, o la vocación, no corren peligro habitualmente, como muchos creen, por pensar demasiado, sino por sustituir el razonamiento por unas sencillas percepciones acerca de si esas ideas son actuales o superadas, modernas o convencionales, si se llevan o no se llevan, si tienen futuro o no. La imagen sustituye a la argumentación, el flujo de experiencias sensoriales inmediatas sustituye al flujo de la razón, y el barullo de la supuesta "vida real" –sin preguntarse qué entiende por "real"– sustituye a cualquier análisis profundo sobre el sentido de su vida.

Dar respuestas y no vueltas

        — A veces rehuimos la tarea de pensar, pero puede darse el caso de que nos liemos un poco de tanto darle vueltas a las cosas, y eso no es un buen modo de dilucidar cuál es nuestro camino.

        Por supuesto. Hay que conocerse a uno mismo. Si tenemos tendencia a complicarnos y a cargar nuestra cabeza con extremos, puede darse eso que dices. Pero si tendemos más bien a ser un poco tranquilos, o un poco frescos, es fácil que si tenemos esas inquietudes no sean una obsesión ni un escrúpulo.

        — Pero siempre piensas que hay muy pocos que se entreguen por completo a Dios, y que por tanto es rarísimo que sea precisamente mi caso.

        Quizá no son tan pocos, porque Dios no llama poco, sino que quizá hay pocas respuestas generosas. Y, aunque fueran muy pocos, si esos pocos siguieran esa argumentación que haces, aquello les llevaría al error sobre su propio camino.

        En cambio, si te enfrentas con serenidad y honradez a esas inquietudes tuyas, quizá compruebes que, a medida que avanzas, a medida que cotejas el relato de tu vida con el del Evangelio, todo se va llenando de claridad. Y quizá también de sorpresa. Esas preguntas que ayer te parecían para gentes extrañas o lejanas, están ahí, ahora, más cerca, muy cerca, acechando tu rostro y tu alma. "¿Y si me entregara a Dios?". Y te encuentras quizá respondiéndote de inmediato, nervioso: "¡Calla!". Pero luego vuelve el pensamiento: "¿No me estará queriendo decir Dios algo?". Son sugerencias, impresiones, interrogantes, muchas veces imperceptibles –Dios habla bajito–, que te están pidiendo respuesta.

Pedir consejo y generosidad

        Quizá eludes la oración, o, cuando rezas, no quieres planteártelo a fondo. Hablas con Dios de mil cosas pero, como si fuese la soga en casa del ahorcado, pasas de puntillas sobre ese tema. ¿Por qué? Y si comprendes que debes ser más templado, para purificar el alma y ver claro, no te lo tomas en serio. Y si te das cuenta de que deberías comentarlo con una persona que pueda ayudarte de verdad, vas dando largas, y no lo haces. O ves que deberías hacer un retiro espiritual, pero nunca tienes tiempo para eso. Y van pasando los días, los meses, los años. Y si te remuerde la conciencia, enseguida repones que no hay que meterse presión con el tema, que en las cosas importantes no debe haber prisas.

        — ¿Qué aconsejas hacer, entonces?

        Juan Pablo II ofrecía un programa para esto: "Necesitaréis el consejo de vuestros sacerdotes, de vuestros padres, de vuestros maestros. Y necesitaréis de la guía divina. Orad. Confiad en Cristo. Abridle vuestros corazones. Abrid vuestros corazones de par en par a Cristo. No tengáis miedo. Sed generosos. Quien da poco, cosechará poco. El que da con generosidad, recogerá una cosecha abundante. Podéis contar con la gracia de Dios".

        "No hay que conformarse con rezar para que el Señor suscite vocaciones. Es preciso estar personalmente atentos a la llamada que Él quiera dirigiros; es preciso que no falte el valor de responder generosamente a esa llamada".

Las ilusiones y la vida

        A lo mejor ves la llamada de Dios como un rayo que está a punto de derribar tu fabulosa torre de ilusiones. Sientes como si la mano de Dios fuese a complicarte la vida, como muchos se apresuran a señalarte. Y todo eso te detiene. Estás dispuesto a dar la ropa usada a la parroquia, a "perder" alguna hora en alguna tarea piadosa, a colaborar con un generoso donativo en la campaña en favor de lo que sea, pero ¿y a dar tu vida?

        Es lógico que estés muy enamorado de tus proyectos y te cueste cambiarlos por los proyectos de Dios. Y por eso te cuesta dedicar tiempo a Dios (aunque dispones de él muy generosamente cuando se trata de tus cosas), y eso hace que vayas tan despacio, lento, muy lento.

        San Jerónimo Emiliano tenía un palacio del Renacimiento espléndido, como convenía a su condición de aristócrata, lleno de obras de arte, criados y lujos palaciegos. Pero lo abandonó todo por amor a Dios. Y toda Venecia lo vio distribuyendo su riqueza entre los pobres. Y San Francisco de Asís, y muchos otros, renunciaron a sus posesiones para llevar una vida llena de austeridad. A ti quizá no te pida eso. Pero te pide, desde luego, que te liberes de los apegamientos a las cosas que te apartan de Él. Quizá tus riquezas, que lastran tu camino, son tu apegamiento a la comodidad, a tu tiempo, a unos proyectos buenos, pero distintos de los que Dios te pide.