Patriotismo y Ombliguismo
Enrique Monasterio
Un safari en mi pasillo
Un safari en mi pasillo. Otra catequesis desenfadada a la gente joven

 

 

"Unos tímidos compensados"

        Estoy en Bilbao. Desde hace años siempre vengo de paso, sin tiempo siquiera para recuperar el acento perdido, la inconfundible cadencia que se gastan en el Bocho y que descubro intacta en las voces de mi familia y mis amigos. Esa música, como el aroma incierto de la ría, la brisa del Abra o la puesta de sol sobre el Serantes, es una especie de álbum de fotos en el que ya amarillean mis recuerdos.

        Trato de escribir el artículo del mes, y me pregunto si, después de tanto tiempo fondeado en esta página, que nació desenfadada y risueña, mis clientes me dejarán hablar en serio, incluso con cierta melancolía.

        Hace cuarenta años salí de esta tierra para estudiar en la Universidad. Entonces no era consciente de que mi marcha se convertiría en definitiva. En todo caso, era muy joven y no me habría importado saberlo. Los vascos somos gente viajera y de mal asiento. Fuimos pescadores en Terranova, conquistadores de media América, marinos de todos los mares, empresarios en Castilla, Madrid, Andalucía... Y, más chulos que un ocho, conservábamos siempre lo importante: un amor apasionado por nuestra tierra…, y el Athletic, que era el segundo equipo de los que no habían tenido la fortuna de nacer por estos lares.

        Tengo para mí que la chulería bilbaina (sin acento, please) no molestaba a nadie, porque era tan ingenua como desmesurada. De lejos se veía que era una forma de disimular la timidez. Caía simpática porque los chistes de bilbainos los inventábamos aquí, igual que en Lepe se inventan las historias de leperos.

        Los bilbainos solemos ser unos tímidos compensados, que cantamos en coro porque nos da vergüenza ser solistas y hablamos muy alto para que el volumen enmascare nuestra inseguridad. Es cierto que nos encanta dejar constancia de que somos de Bilbao, pero también San Pablo declaró con orgullo ante el juez su condición de ciudadano romano. Y eso que no hay color: ser de esta tierra es mucho más importante.

El patriotismo bien entendido

        Aquellos bilbainos de los años 60 íbamos por el mundo con la arrogancia de quien se supone envidiado por el resto del Planeta. Ya lo dijo Unamuno: "el mundo entero es un Bilbao más grande". Con parecida modestia añade Ruiz Olabúenaga: "Bilbao es, como Roma, madre de todos los imperios". Y Kloster asegura que cuando sale de su tierra un bilbaino, adopta andares de propietario que va de visita a la finca.

        Todo esto es sólo una caricatura; pero las caricaturas suelen tener un fondo de verdad. Y la verdad es que aquí se vive intensamente, aunque de forma peculiar, una virtud humana y cristiana que siempre se ha llamado "patriotismo".

        Ser patriota es amar con pasión –y por este orden– a los padres, a la familia, al pueblo, a la patria chica, a la patria grande, y, en definitiva, al mundo entero, que también se reconoce como patria. Se trata de un amor centrífugo, expansivo, que no desprecia a nadie ni se acompleja ante nadie; que no divide ni separa, que a nadie ofende ni molesta.

        El patriotismo bilbaino, reconozcámoslo, es patriotero, fantasmón y perdonavidas, pero es éste un pecado venial que se absuelve fácilmente cuando viene adobado con sentido del humor.

        Sin embargo nunca (hasta ahora, ¡ay de mí!) hemos sido "ombliguistas".

Bilbao es mucho Bilbao

        El ombliguismo, o tendencia desordenada a contemplar fascinado el propio ombligo, es un aldeanismo con tortícolis. El ombliguista cree que ama a su tierra, pero lo único evidente es que no soporta a las demás. El ombliguista es un seudo patriota acomplejado, que vive convencido de que los de fuera, los otros, le odian, le desprecian y, por supuesto, no le entienden.

        El ombliguista, en el fondo, no sabe amar ni siquiera a su propio pueblo, porque no lo ve como raíz sino como fortín. Amar las propias raíces es crecer, salir de uno mismo para dar fruto; es hacer que las ramas se vuelvan alas y volar lejos. El ombliguista no quiere esto: se encasqueta la boina, se parapeta en su lengua y en sus neurosis y se pasa la vida afirmando su identidad, en busca de enemigos con los que poder confrontarse.

        El ombliguismo atrofia el corazón; el patriotismo lo dilata. El ombliguismo genera rivalidades, odios e incluso violencia; el patriotismo, como todos los amores, es difusivo, contagioso y alegre; enriquece a quien lo tiene y a quien lo ve en los demás.

        Nada más opuesto al espíritu de mi tierra que ese ombliguismo de que hablo. Por eso, cuando vengo al Bocho y veo…, lo que veo, me lleno de melancolía y de añoranzas.

        Pero estoy convencido de que la enfermedad no puede durar. Bilbao es mucho Bilbao. Y siempre nos quedará el Athletic.