La vida a una carta
Cuando una chica de alta sociedad
opta por ponerse al servicio de los pobres
se produce una auténtica revolución,
la mayor de todas, la más difícil:
la revolución del amor.
Madre Teresa de Calcuta
Alfonso Aguiló Interrogantes.net
Carácter y acierto en el vivir:100 relatos y reflexiones sobre la mejora personal

 

 

 

 

 

El gran pánico de nuestros días

        En el primer volumen de las Memorias de Julián Marías hay una reflexión especialmente conmovedora y que refleja una cuestión verdaderamente crucial. Escribe, después de su boda, cuando se encuentra subjetivamente en la cima de la felicidad, y dice: "Siempre he creído que la vida no vale la pena más que cuando se la pone a una carta, sin restricciones, sin reservas. Son innumerables las personas, muy especialmente en nuestro tiempo, que no lo hacen por miedo a la vida, que no se atreven a ser felices porque temen a lo irrevocable, porque saben que si lo hacen, se exponen a la vez a ser infelices."

        "Efectivamente –añade José Luis Martín Descalzo–, una de las carcomas de nuestro siglo es ese miedo a lo irrevocable, esa indecisión ante las decisiones que no tienen vuelta de hoja o la tienen muy dolorosa, esa tendencia a lo provisional, a lo que nos compromete "pero no del todo", que nos obliga "pero solo en tanto en cuanto". Preferimos no acabar de apostar por nada, o si no hay más remedio que hacerlo, lo rodeamos de reservas, de condicionamientos, de "ya veremos cómo van las cosas".

        "Ocurre en todos los terrenos. Por de pronto, en la vida matrimonial. Pero el "miedo a lo irrevocable" ha llegado incluso a lo religioso y lo más intocable, que es el sacerdocio. Uno puede fracasar y equivocarse, es cierto, pero ¿cabe mayor fracaso que lanzarse a volar con las alas atadas por toda una maraña de condicionamientos?

        "Y lo que más me preocupa es que parece que este pánico a lo irrevocable se ha convertido en una de las características espirituales de la mayor parte de nuestra juventud y de un buen porcentaje de adultos. La gente no es amiga de jugarse la vida a una carta en ningún terreno; prefiere embarcarse hoy en el barco de hoy y mañana ya pensará en qué barco lo hace.

        "Y lo más grave es que esto se está presentando como un ideal, como "lo inteligente", como "lo civilizado". ¿Con qué razones? Te dicen: todo es relativo, comenzando por mí mismo. Yo sé cómo es hoy el hombre que yo soy; pero no sé cómo seré mañana. Todos cambiamos de ideas, de modos de ser. ¿Por qué comprometerlo todo a una carta cuando el juego de mañana no sé cómo se presentará?

        "Y hay en este raciocinio algo de verdad: es cierto que hay muchas cosas relativas en la vida, muchas ante las que un hombre debe permanecer y en las que hasta será bueno cambiar en el futuro, cuando se vean con nueva luz. Pero, relativizarlo todo, ¿no será un modo de no llegar nunca a vivir?

        "En realidad, esas cosas permanentes son pocas: el amor que se ha elegido, la misión a la que uno se entrega, unas cuantas ideas vertebrales y, entre ellas, desde luego, para el creyente, su fe. En éstas, lo confieso, mis apuestas siempre fueron y espero que sigan siendo totales. Por esas tres o cuatro cosas yo estoy dispuesto a jugar a una sola carta, precisamente porque estoy seguro de que esas cosas o son enteras o no son. Así de sencillo: o son totales o no existen. Un amor condicionado es un amor putrefacto. Un amor "a ver cómo funciona" es un brutal engaño entre dos. Un amor sin condiciones puede fracasar; pero un amor con condiciones no solo es que nazca fracasado, es que no llega a nacer."

Lo que hay que pedir a Dios en la oración

        — Pero es natural que, ahora que la gente vive un poco mejor, tenga más miedo a lo difícil, a lo irrevocable.

        Puede ser, pero no por eso es una opción mejor, ni más inteligente. Me recuerda la escena en que Salomón pide a Dios sabiduría y discernimiento, en vez de riquezas, salud, larga vida, poder o placeres. A Dios le agradó ese deseo de Salomón, por ser una petición buena e inteligente, y le dijo que le daría lo que pedía, y también lo que no pedía. Con la entrega, a Dios o a otra persona, sucede algo parecido. No debemos dejarnos seducir por esos señuelos que absorben la vida de tantos, sino procurar orientar nuestra vida con un horizonte más elevado, con una apuesta clara y decidida por ser fieles toda la vida, y entonces Dios se mostrará generoso con nosotros, y nos dará lo uno y lo otro: la sabiduría y la felicidad.

        — ¿Crees entonces que no hay que tener miedo a pedirle a Dios que nos conceda lo que no siempre nos apetece?

        Hay que pedirle luz y sabiduría, como Salomón. Mucha gente tiene a Dios como un mero recurso en caso de dificultad. Le piden cosas como si Dios fuera un fontanero al que llaman cuando quieren que les arregle sus goteras. Pero quienes tratan a Dios con mayor cercanía, no le piden eso, o al menos no solo eso, sino que comprenden enseguida que Dios no está para solucionarnos problemas domésticos sino que debe iluminar nuestra vida constantemente. Entonces, como Salomón, comprenden qué es lo que deben pedir. Y quizá les impone un poco pedirlo, pero lo hacen. Y piden lo que nadie pide. Piden a Dios que les llene de sabiduría, que alumbre su camino, que les haga ver qué quiere, qué espera de ellos. Y descubren su vocación, y dan a su vida un sentido de misión.

        Desde fuera, algunos pensarán que es una tontería no buscar y pedir riquezas y goces. No se dan cuenta de que Dios, con su sabiduría, da la mayor riqueza. Que, en el fondo, con su sabiduría nos da también lo que no hemos pedido y que otros tanto ansían.

Intimidad con Dios y jugarse la vida

        Esa cercanía a Dios es necesaria para el discernimiento de la propia vocación y también para corresponder a ella y para alcanzar la felicidad. "Hemos de trabajar mucho cada día –explicaba la Madre Teresa de Calcuta– para vencernos a nosotras mismas. Hemos de pedir la gracia de amarnos mutuamente. Para poder hacer eso nuestras hermanas llevan una vida de oración y sacrificio. Por eso comenzamos nuestro día con la comunión y la meditación. Todas las noches, cuando volvemos del trabajo, nos reunimos en la capilla para hacer una hora ininterrumpida de adoración. En la quietud de la oscuridad encontramos paz en la presencia de Cristo. Esa hora de intimidad con Jesús es algo muy hermoso. He visto un gran cambio en nuestra congregación desde el día en que comenzamos a hacer adoración diaria. Nuestro amor por Jesús es más íntimo. Nuestro amor entre nosotras es más comprensivo. Nuestro amor por los pobres es más compasivo."

        Si uno se atreve a pedirle a Dios lo que nadie le suele pedir, pero que supone la mayor inteligencia, Dios nos hace ver nuestro camino cada vez con más claridad. Eso supone exigencia, pero con la exigencia viene la satisfacción y la felicidad. Aunque todo eso no quiere decir que uno tenga ya un seguro a todo riesgo para la santidad. De hecho, Salomón se descuidó al final de su vida y se apartó de Dios.

        — ¿Piensas entonces que hay que jugarse la vida a una carta?

        Son una multitud numerosísima los santos de la Iglesia. Cada uno de ellos tuvo su misión. Cada uno de ellos se jugó la vida a una carta. También nosotros tenemos una misión específica y concreta por la que hemos de apostar la vida. Un camino, un itinerario personal para alcanzar esa plenitud de la vida cristiana a la que estamos todos llamados. Un camino para realizar, en definitiva, la misión de la Iglesia, que continúa, a través de los siglos, la misión de Cristo de anunciar la salvación a todos los hombres y a todos los tiempos. ¿No sientes la responsabilidad de tu misión? Porque, como ha escrito Javier Echevarría, "toda criatura humana ha de enfrentarse a los años de su existencia con la conciencia de que son un tesoro puesto en sus manos por Dios, y de que, como toda dádiva, entrañan una responsabilidad. El cristiano ve sus días como el plazo que se le concede para responder a la vocación y a la misión que le han sido confiadas."

Lo que se pierde y lo que se gana

        Puede ser que Dios te llame a un camino específico y singular dentro de la Iglesia, por ejemplo, como sacerdote. En ese caso particular, te esperan miles de almas sedientas de los sacramentos, sedientas del mensaje salvador de la Palabra de Dios. Tus manos harán que les lleguen las aguas de la gracia de Dios. Miles de hombres y mujeres abandonados encontrarán en tu palabra y en tu vida un refugio contra su soledad y su cansancio, una razón para seguir viviendo. Si respondes generosamente a su llamada, tus manos elevarán sobre la tierra el Cuerpo de Cristo, perdonarán los pecados en su nombre, abrirán las puertas del Cielo a muchas almas. Unas, por tu testimonio o tu trabajo directo; otras, fruto de tu oración, de tu sacrificio personal, de tu entrega escondida que Dios contempla y hace fructificar. De muchas de ellas tendrás noticia y conocimiento; de otras, quizá muchas más, quizá no sepas nunca. Todo eso, tanto en ese camino como en cualquier otro que Dios te señale, se hará realidad, como explica la parábola de la semilla que muere para dar fruto, si eres capaz de apostar tu vida a una carta y morir a ti mismo por amor a Dios.

        Jugarse la vida a una carta no es simplemente tomar una decisión en un momento de la vida y renunciar por Dios a otros proyectos menores. Es toda una actitud en la vida, apostar con total determinación por el camino que Dios te inspire y seguirlo con perseverancia aunque no siempre encontremos a nuestro alrededor la acogida o la correspondencia que esperábamos..

Vocación y dificultades

        Santa Francisca Cabrini había fundado en 1880 la Comunidad de las Misioneras del Sagrado Corazón y se había establecido en Lombardía con sus primeras religiosas. En aquel tiempo eran muchísimos los italianos que emigraban a Norteamérica, y allí apenas tenían asistencia espiritual. El Arzobispo de Nueva York, Mons. Corrigan, había pedido personalmente a Francisca que enviara sus religiosas a ese país. Ella deseaba que fueran a China, pero León XIII le rogó que atendiera esa petición y Santa Francisca cambió de planes inmediatamente. El viaje le resultó muy duro, pues siendo niña se había caído a un río y desde entonces tenía horror al agua, pero cruzó el Atlántico con seis de sus religiosas y desembarcó en Nueva York en marzo de 1889. La acogida no fue precisamente entusiasta. Al llegar, se encontraron con que las benefactoras que habían prometido conseguir una casa para poner en marcha un orfanato y una escuela primaria, habían tenido algunas diferencias con el arzobispo y se había abandonado el proyecto. Cuando fueron a ver a Mons. Corrigan, estaba tan desanimado que terminó diciendo que, en vista de las circunstancias, lo mejor era que la madre Cabrini y sus religiosas regresaran a Italia. Pero ella respondió: "No, señor arzobispo, el Papa nos envió aquí, y aquí nos vamos a quedar". Podía haberse desanimado, pero había apostado su vida a un carta y no se iba a retirar por este nuevo envite de la dificultad. A los pocos meses ya habían encontrado otra casa y en menos de un año ya fueron a formarse a Italia las dos primeras novicias norteamericanas. Y la Comunidad de Misioneras del Sagrado Corazón no solo se asentó enseguida en Nueva York, sino que empezó a extenderse por toda América del Norte y del Sur, con numerosas escuelas, orfanatos y hospitales. A la vuelta de veinte años, eran ya más de mil religiosas. Santa Francisca Cabrini acabaría siendo la primera ciudadana norteamericana canonizada, y ha quedado para todos como un ejemplo de tesón y de fortaleza, de despliegue de actividad en servicio de Dios y de preocupación santa por el desamparo que muchas veces pasa la juventud.

        Al final, responder que sí a la llamada de Dios será siempre una apuesta, un acto de fe en esa llamada y en quien la hace. Así han obrado los santos a lo largo de la historia. Y así obró la Virgen, como testimonia el Evangelio en las palabras de la Visitación a su prima Santa Isabel: "Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor"