La forja de una vocación
Muy pocos grandes hombres
proceden de un ambiente fácil.
Herman Keyserling
Alfonso Aguiló
Carácter y acierto en el vivir:100 relatos y reflexiones sobre la mejora personal

 

Una personalidad impresionante

        Juan Pablo II ha sido sin lugar a dudas –así lo reconocen hasta sus más acérrimos detractores– la figura más colosal y carismática del final del segundo milenio. Junto a ser guía espiritual de más de mil millones de católicos, se convirtió enseguida en el más vigoroso defensor de la justicia social y los derechos humanos de todo el mundo contemporáneo. En su largo pontificado demostró una prodigiosa capacidad para conciliar fidelidad y creatividad, prudencia e ingenio, paciencia y audacia. Apoyado en su prestigio y autoridad moral como pontífice, se reveló también como un diplomático de inmensa envergadura e influencia mudendial. Ha sido además protagonista de descollantes realizaciones intelectuales, así como de un innegable carisma ante la gente joven.

        Muchos se preguntan con frecuencia de dónde vinieron a Juan Pablo II esas indiscutibles cualidades personales. ¿Cómo ha surgido este hombre? ¿Cómo se ha forjado una personalidad tan extraordinaria? ¿Qué hay en la biografía de Juan Pablo II que le ha permitido prepararse de un modo tan sobresaliente para ejercer su misión como cabeza de la Iglesia católica en una encrucijada tan difícil de su historia?

        — Desde luego, si unos grandes expertos se plantearan preparar un líder mundial a partir de un chico joven, seguramente pensarían en una educación de elite, con unas condiciones cuidadosamente preparadas para facilitar en todo lo posible su formación académica, intelectual y humana.

        Sin embargo, en la biografía del joven Karol Wojtyla no hay nada de eso. Apenas aparecen momentos de facilidad. Su infancia y su juventud están marcadas por la tragedia, la pobreza y la dificultad. ¿Qué había entonces distinto a otros? ¿Por qué esas difíciles circunstancias no le hundieron sino que curtieron su personalidad y le prepararon para ser un hombre tan extraordinario? ¿Cuál fue su actitud ante los obstáculos que encontró en su vida?

Curtido en el sufrimiento

        La biografía de Karol Wojtyla es una prueba de cómo el hombre, sean cuales sean las circunstancias en que viva, puede elevarse por encima de sus condicionamientos personales, familiares o sociales. Su madre falleció cuando él aún no había cumplido nueve años. Cuando tenía doce, falleció Edmund, su único hermano. Quedaron solos él y su padre. Karol era terriblemente pobre. Asistía a sus clases vestido con unos pantalones de tela burda y una arrugada chaqueta negra, la única que tenía. Si pudo matricularse en la Universidad de Jagellón fue gracias a las excelentes calificaciones que había sacado en el instituto. Aquel curso, Karol se matriculó de dieciséis asignaturas, asistía regularmente a cursos y conferencias sobre temas muy variados, se dedicó durante meses a estudiar francés, participaba en una escuela de arte dramático, en un círculo intelectual y en varias asociaciones literarias y estudiantiles más. También escribía de forma inagotable. Desarrolló una actividad con la que resulta difícil imaginar cuándo comía y dormía. Permanecía despierto gran parte de la noche en su casa, en el pequeño sótano de la calle Tyniecka, ya que las horas del día las llenaba el trabajo académico y todas esas actividades ajenas a los estudios, que también ocupaban parte de la noche.

        Todo aquello, aunque era duro, marchaba. Pero, de pronto, todo salta por los aires con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial y la invasión de Polonia por los nazis. A las pocas semanas, el mando nazi impuso una obligación de trabajo público que no era otra cosa que trabajo forzoso. Karol empezó a trabajar en una fábrica que la Solvay tenía cerca de las canteras de Zakrzówek. El invierno resultó de una dureza extraordinaria aquel año. Perdía peso rápidamente y sentía frío en los huesos y agotamiento de manera casi constante. Un día especialmente frío, encontró muerto a su padre al llegar a casa. Karol aún no había cumplido veintiún años. Pasó la noche rezando de rodillas ante el cadáver.

        La muerte de su padre, junto con el hecho de no haber podido estar con él cuando falleció, fue el golpe más fuerte y dramático que sufrió en su vida. A partir de entonces, iba al cementerio todos los días al salir de trabajar de la cantera, cruzando Cracovia de parte a parte, para rezar ante su tumba. Sus amigos estaban preocupados, viendo su sufrimiento, pensado que quizá no superara aquel golpe.

Una gran ayuda

        — ¿Y cómo surgió su vocación?

        Karol asistía a unos círculos de formación espiritual para jóvenes organizados por los salesianos en la parroquia de Debniki, cerca de su casa, y allí conoció a un hombre llamado Jan Tyranowski, que abrió a Karol unos nuevos horizontes espirituales y humanos. Aquel hombre, que no era sacerdote, sino un sastre de unos cuarenta años, era un auténtico maestro y trabajaba las almas de aquellos chicos con una gracia muy particular. Su palabra, en conversaciones personales o en aquellos círculos, iba penetrando hondamente en cada uno de ellos, "liberando en nosotros –son palabras de Karol, años después– la profundidad oculta de una enormidad de recursos y posibilidades que hasta entonces, trémulamente, habíamos evitado".

        Karol charlaba cada semana con Jan Tyranowski, normalmente en el modesto y abarrotado piso del sastre, además de verse en los encuentros en grupo. En aquellas conversaciones, Karol iba comentando el resultado de sus esfuerzos personales por mejorar en los puntos que se trataban en las reuniones. Tyranowski sabía la importancia de esa disciplina ascética para la formación de una persona. A medida que la amistad entre ambos fue creciendo, paseaban con frecuencia, se visitaban en sus respectivos domicilios y pasaban largos ratos leyendo y conversando.

        Un amigo suyo, que asistía con él a aquellos círculos, asegura que "fue la influencia de Jan Tyranowski la que le ayudó a recuperar el equilibrio"; también dice que "de no haber sido por Tyranowski, Karol no sería sacerdote, y yo tampoco; no quiero decir que nos empujara: sencillamente, nos abrió un camino nuevo."

Fortalecido en la oración

        Sin embargo, la decisión del sacerdocio aún tardaría año y medio en madurar en el corazón y en la mente de Karol. Años después, recordaría "con orgullo y gratitud el hecho de que me fue concedido ser trabajador manual durante cuatro años; durante ese tiempo surgieron en mí luces referentes a los problemas más importantes de mi vida, y el camino de mi vocación quedó decidido..., como un hecho interior de claridad indiscutible y absoluta."

        La oración constante fue lo que permitió a Karol salir adelante, tanto en su vida espiritual como emocional, en medio de su dura vida de trabajo. Rezaba cada día en la iglesia de Debniki antes de ir al trabajo, rezaba en la fábrica, rezaba en una antigua iglesia de madera cerca de la fábrica, y cuando se dirigía cada día al cementerio, después de trabajar, rezaba ante la tumba de su padre, y después rezaba en su casa. La mayoría de sus compañeros de trabajo, que conocían cómo era su vida en medio de aquella persecución religiosa, le miraban con respeto, admiración y afecto. Stefania Koscielniakowa, que trabajaba en la cocina de la planta, recuerda que su supervisor señaló en una ocasión a Karol y le dijo: "Este chico reza a Dios, es un chico culto, tiene mucho talento, escribe poesía...; no tiene madre, ni padre...; es muy pobre..., dale una rebanada de pan más grande porque lo que le damos aquí es lo único que come".

        Una tarde de septiembre de 1942, después de ensayar una obra de teatro de Norwid, Karol explicó a Kotlarczyk –que era el alma del grupo teatral, y con el que ahora compartía piso después de la muerte de su padre– que pensaba ingresar en un seminario clandestino porque quería ser sacerdote. Kotlarczyk pasó varias horas intentando disuadirle de su propósito. Invocó la santidad del arte como gran misión, recordó a Karol la advertencia del Evangelio contra el desperdicio del talento y le suplicó que aplazara su decisión.

La vocación y las dificultades

        Sin embargo, Karol se mantuvo firme y al mes siguiente comenzó sus estudios en el seminario. Las clases eran individuales y se daban en lugares secretos. La mayoría de los alumnos no supieron de la existencia de los demás seminaristas hasta que acabó la guerra. La vida externa de Karol apenas cambió: continuó trabajando en la Solvay y cumplió sus compromisos con la compañía de teatro durante seis meses. La diferencia era que, ahora, a sus anteriores obligaciones se añadía la de estudiar en el seminario clandestino, lo cual suponía además un gran riesgo. Ser detenido como seminarista secreto significaba la muerte en un campo de concentración, como de hecho sucedió a no pocos seminaristas polacos.

        Con el final de la guerra, el seminario dejó de ser secreto. Karol culminó con gran brillantez sus estudios y fue ordenado sacerdote. Cincuenta años después, era un Papa que, a pesar de su ancianidad y su falta de salud, seguía desplegando una actividad infatigable y valiente. Desde el principio, las circunstancias del ambiente parecían confabularse para impedir su avance en el camino de entrega a Dios. Pero también eran condicionantes que hacían madurar y curtir su vocación. Así supo asumirlos Karol, y así preparó Dios su alma para los altos designios que le tenía preparados, pero que, como sucede siempre, son designios que quedan en buena media a merced de la libertad humana.

        — Desde luego, es todo un testimonio de cómo sacar adelante una vocación en medio de mil dificultades.

        Puede servir para aquellos que asocian la idea de vocación con un entorno de facilidad para abrirse camino. La realidad es que, cuando se analiza la vida de las grandes figuras de la historia de la Iglesia, lo habitual es que todas hayan pasado por serias dificultades interiores o exteriores para sacar adelante su vocación.

A la santidad por las dificultades En el año 1765, un joven austriaco llamado Hansl Hofbauer quiere ser sacerdote. Tiene catorce años. Desgraciadamente, al ser huérfano y de familia pobre, tiene pocas posibilidades de seguir los estudios necesarios. Comienza por hacerlos acudiendo a diario a la casa parroquial, pero aquello acaba al poco tiempo de modo repentino con la muerte del párroco. El nuevo párroco no encuentra tiempo para ayudarle en sus estudios, y el chico se ve en la necesidad de trabajar como aprendiz en la panadería de un convento. El superior del convento comprueba la valía y la abnegación del chico atendiendo a la gente necesitada que acude por allí, y le ayuda a retomar sus estudios para el sacerdocio. Sin embargo, pronto fallece el superior, y el joven candidato queda de nuevo desamparado. A los diecinueve años, decide hacerse ermitaño, pero a los pocos meses comprende que aquel no es su camino. Intenta después ingresar en el noviciado de los Padres Blancos de Kloster Bruck, pero el emperador había prohibido que este monasterio premonstratense admita nuevos novicios. Una vez más, se le cierran las puertas al sacerdocio. Cuando tiene ya casi treinta años, un día acude en auxilio de dos señoras en medio de un aguacero. Aquel favor conmueve a aquellas mujeres que, al enterarse que Hansl deseaba ser sacerdote pero no podía costearse los estudios, se encargan de sufragar los gastos. Y así, a los treinta y cuatro años, logra llegar al sacerdocio después de cinco intentos fallidos a lo largo de más de veinte años. Ingresa por entonces en la comunidad redentorista, tomando el nombre de Clemente, y en las décadas siguientes da un enorme impulso a la congregación en toda Polonia y luego en Austria. Cuando fallece, con casi setenta años, su fama de santidad se extiende por toda Europa. Si no hubiera superado con tenacidad las numerosas dificultades que tuvo para llegar a ser sacerdote, y las muchas otras que vinieron después en el ejercicio de su ministerio, hoy la Iglesia no contaría con la gran figura de San Clemente Hofbauer, cuya fecundidad apostólica fue tan notable que es considerado como el segundo fundador de los Redentoristas.
Vocación e incomprensión familiar

        Unos pocos años antes, en 1731, en Nápoles, una chica joven trabaja muchas horas diarias en el taller de hilados de su padre, y demuestra también una notoria vida de piedad. Rinde en el trabajo más que sus compañeras y, a la vez, dedica mucho tiempo a la oración y a dar catequesis a niños pobres. Como es muy hermosa, su padre le concierta un ventajoso matrimonio con un chico de clase alta. Pero María Francisca le dice que ella ha prometido a Dios dedicarse a la vida espiritual y a ayudar a las almas. Entonces su padre estalla en cólera, le da violentos azotes y la encierra en su habitación a pan y agua por varios días. Su madre logra que un padre franciscano vaya a la casa y convenza al furibundo padre para que deje libertad a su hija a la hora de escoger su futuro. El religioso lo logra y María Francisca, con dieciséis años, toma el hábito de Terciaria Franciscana. Sigue viviendo en su casa, y como demuestra un gran discernimiento de las conciencias y un extraordinario don de consejo, su padre quiere explotar económicamente las cualidades de su hija cobrando las numerosas consultas que recibe. Ella se niega, y de nuevo su padre la castiga ferozmente. Tiene que defenderse acudiendo al juez y finalmente se ve obligada a dejar la casa de sus padres. Pero resiste a todas esas dificultades y, hasta su muerte, pasa casi sesenta años de vida religiosa atendiendo a gentes venidas desde los lugares más recónditos a pedir su consejo. Recibió muchas gracias extraordinarias de Dios y hoy Santa María Francisca es venerada por millones de personas en todo el mundo. Nada de esto habría sido posible sin su fortaleza ante los obstáculos que encontró para defender su vocación.