Dar el cante
Enrique Monasterio
Un safari en mi pasillo
Un safari en mi pasillo. Otra catequesis desenfadada a la gente joven

 

 

En verdad que es pintoresco

        Me lo dijo ayer mi amigo Kloster:

        — Tal como se van poniendo las cosas, me temo que a los cristianos nos toca dar la nota.

        — ¿A qué te refieres?

        — A que nos habíamos acostumbrado a la normalidad, a ser gente corriente en una sociedad corriente. Pero vivimos tiempos extraños en los que ser normal no mola; lo evidente ya no es evidente: todo debe ser revisado, discutido, verificado. Y ni aun así se acepta. Tener convicciones empieza a ser tan pintoresco como ese traje de clérigo que llevas sin ningún pudor. Tú mismo ya vas dando el cante. Y haces bien.

        Mientras Kloster se extendía hasta el infinito con éstas reflexiones, me distraje recordando algo que me ocurrió hace más de quince años.

        Por entonces tenía yo una especie de mendigo de cabecera con el que me tropezaba cada mañana. Era un tipo alto y voluminoso de andares oscilantes y aromas etílicos, que lucía como prendas más destacadas un largo capote negro y un sombrero de ala ancha.

        Aquel día, sin embargo, había completado su atuendo con una estructura de alambre integrada en el sombrero, de la que pendían cuatro ó cinco campanillas. El mendigo, cada vez que aparecía un cliente potencial, agitaba la cabeza para hacer sonar el carillón, y gritaba:

        — ¡Por cinco duros, oiga! ¡Mi programa político por cinco duros!

        — ¿Es que te presentas a las elecciones? –le pregunté–.

        — ¡Por supuesto! Aquí tiene mi programa. Son veinticinco pesetillas.

        Y me alargó un folio fotocopiado y mugriento en el que, en efecto, podían leerse un conjunto de propuestas políticas a cual más estrafalaria. Entre ellas, el logro de "una sociedad sin clases, sin policías y sin curas".

El relativismo que nos invade

        — Oye –le dije–, ¿no pretenderás que un cura te compre esto?

        — Ah…, eso. No se preocupe, padre, no es problema.

        Sacó un bolígrafo del bolsillo y. sin cortarse un pelo, tachó la línea conflictiva.

        — Son cinco duros –remachó–.

        Se los di, por supuesto; pero mientras se alejaba me sentí inmerso en una profunda crisis de melancolía. ¡Ah, si don Quijote levantara la cabeza! Hasta los locos se nos han vuelto pragmáticos. Hasta ahí llega la epidemia de relativismo que nos invade.

        Guardé la anécdota en el congelador, consciente de que allí había una enseñanza, que convendría sacar a su tiempo. Ahora ya sé cual es.

        Como bien dice mi amigo, a los cristianos de este siglo nos toca dar el espectáculo. Es preciso nadar contracorriente, escandalizar a los tibios, ser políticamente incorrectos, es decir, dar la nota, o "el cante", como dicen los chavales. Igual que el mendigo de las campanillas.

Menos corrientes y más auténticos

        No es tarea fácil, porque todos sentimos la presión del ecosistema intelectual que nos diseñan. ¡Es tan agradable amoldarse al entorno y no crear más problemas que los previstos por el mando! Por otra parte, ¿quién no tiene miedo a que le hinquen una etiqueta como un par de banderillas en todo lo alto? Si te sales de lo establecido, si se te ocurre hablar, por ejemplo, de castidad, del matrimonio cristiano, de la dignidad de los embriones, de fidelidad…, cuenta con llevar en adelante un rótulo descalificador.

        Sin embargo Jesucristo no quiere un rebaño de borregos resignados que vendan la mitad de sus convicciones por cinco duros o por un abono para el club de los megaprogres. Al contrario: quiere hombres y mujeres auténticos, que no se avergüencen de haber recibido de Dios el don precioso de la fe. Necesita clérigos que den la cara; que salgan al ruedo con el vestido de torear, para que se sepa que están disponibles las veinticuatro horas del día. Y, sobre todo, cristianos corrientes que luchen menos por ser "corrientes" y más por ser cristianos.

        — No pide nada –me interrumpe Luis–.

        — En efecto. No pido nada…, sólo pensaba en mí mismo.