¿Un final feliz?
José Luis Mota Garay
Estoy enamorad@
La vida sale al encuentro
José Luis Martín Vigil

 

 

 

 

 

Para el piso, los padres

        A casi todo el mundo le gusta que las novelas y las películas tengan un final feliz, aunque comprendo que no siempre es posible. Todavía recuerdo el enfado de un profesor de secundaria con el final de la novela "Vigo es Vivaldi", en la que se cuenta la vida de un grupo de amigos, parecido al de Marisa y Carlos. La novela se puede decir que acababa como tenía que acabar, pero él creía que no. El autor parece que le había oído, y la completó con una segunda parte, "El diario de Paula", que también resulta interesante.

        Nuestra narración podría terminar de la siguiente manera.

        Marisa siguió saliendo con Enrique. Ella hizo su carrera en tres años. Aunque Enrique había empezado antes la suya, pero como era más larga y más difícil, tardó en acabar un par de cursos más. Marisa estuvo dudando entre irse un invierno entero a Inglaterra a perfeccionar su inglés, trabajando de camarera, o hacer un master en Logopedia que también le interesaba mucho. A Enrique no le hacía mucha gracia que estuviera fuera un año entero, "¡no sabía si podría vivir sin ella!" Marisa se dejó convencer: "iré un par de veranos a Inglaterra y en invierno haré el master en Logopedia".

        Después de terminar los dos, les llevó un cierto tiempo encontrar un trabajo, más o menos estable. Desde antes, ellos querían casarse pero... no tenían nada, ni trabajo, ni casa... Una vez que cada uno consiguió un trabajo, ahorraron para pagar parte de la entrada del piso y, aunque les daba vergüenza, decidieron pedir ayuda a sus padres.

        – Pero, hija mía, si todavía eres muy joven. Conocemos chicas más mayores que tú que no se casan porque los contratos de trabajo son inseguros, no tienen pagado el piso, no han podido comprarse un coche para cada uno…

        – Mamá, tú ¿a qué edad te casaste? Me has dicho que tenías 19 años. Sí, ya sé que me vas a decir que eran otros tiempos. Yo creo que todos los tiempos son iguales. Enrique y yo nos queremos, ya llevamos unos añitos saliendo juntos, por fin tenemos un trabajo cada uno, y... lo único que nos falta es un poco de dinero para pagar la entrada del piso. ¿Me vas a ayudar para convencer a papá de que nos prestéis unos miserables eurillos para terminar de pagar la entrada?

        –¡Eres incorregible!, siempre te tienes que salir con la tuya. Lo de tu padre déjalo de mi cuenta; además, ya sabes que eres su ojito derecho.