Un mártir de la objeción de conciencia en tiempos de los nazis
Franz Jägerstätter: “Ni el calabozo, ni las cadenas, ni siquiera la muerte pueden separar a alguien del amor de Dios, ni arrebatarle la fe y el libre albedrío”.
Javier Garralda Alonso
Don Bosco

 

 

De mal cristiano a cristiano ejemplar

        Agosto de 1943. En la prisión militar de Berlín-Tegel, un condenado a muerte traza con mano torpe las siguientes líneas: “Aunque escriba con las manos encadenadas, es preferible a tener la voluntad encadenada. A veces, Dios se manifiesta dando fuerza a quienes le aman y no anteponen las cosas terrenales a las realidades eternas. Ni el calabozo, ni las cadenas, ni siquiera la muerte pueden separar a alguien del amor de Dios, ni arrebatarle la fe y el libre albedrío. El poder de Dios es invencible”. Este “mártir de la conciencia” fue beatificado por la Iglesia el 26 de octubre de 2007, en presencia de su esposa, de 94 años de edad.

        Franz (Francisco) Jägerstätter nace el 20 de mayo de 1907, hijo natural de Rosalía Huber, en Santa Radegonda, Alta Austria, muy cerca de la frontera alemana. En 1917, al casarse su madre con el granjero Heinrich Jägerstätter es legitimado; será el heredero de la granja de su padrastro.

        A la edad de veinte años se gana la vida en una explotación minera. El joven se halla en un ambiente materialista y hostil a la Iglesia, lo que le provoca una crisis religiosa. Durante un tiempo deja de ir a Misa, pero enseguida volverá a la práctica cristiana; ésta, probablemente insuficiente, no le impedirá caer en un pecado grave: en agosto de 1933 Franz es padre de una hija natural, de la que se ocupará de por vida. A pesar de ello decide pronto llevar una vida responsable.

        En el pueblo todos quieren y aprecian a Franz por su disposición a ayudar. El 9 de abril se casa con Franziska Schwaninger, que es una fervorosa cristiana de comunión frecuente, una joven llena de encanto y buen humor. Franz ha encontrado la perla preciosa. Más tarde escribirá a su esposa: “Jamás pude imaginar que el matrimonio fuera algo tan hermoso”. Empujado por el ejemplo de Franziska, también él empieza a comulgar con frecuencia, lo que supone un giro crucial en su vida espiritual.

Plenamente convencido

        En 1933, Hitler toma el poder en Alemania y, muy pronto, las relaciones con Austria se vuelven tirantes. Monseñor Gföllner, en cuya diócesis se encuentra Santa Radegonda, constata la incompatibilidad entre la doctrina católica y la del nacionalsocialismo. Franz seguirá esa línea de conducta: no comprometerse con el neopaganismo. En 1938 es el único del pueblo que vota ‘no’ en el plebiscito organizado por los nazis tras la anexión de Austria.

        Es llamado a filas, pero logra esquivar la movilización. A partir de 1941, Franz está decidido a no obedecer a una nueva llamada a servir en los ejércitos del tercer Reich. Después de una larga y prudente reflexión, está convencido de que, si lo hace, cometerá pecado, al colaborar directamente en una guerra injusta. Algunos sacerdotes le aconsejan que transija.

        Por su parte, Franz hace penitencia, ayuna e intensifica sus oraciones. Pero de donde consigue la fuerza es, sobre todo, de la sagrada comunión (asiste diariamente a Misa).

        A su párroco, que intentaba disuadirle de su negativa a incorporarse a filas, según cuenta este mismo sacerdote, le refutaba citando la Escritura: “No hagamos el mal para conseguir el bien”.

        En 1942 Franz escribe: “¿Acaso significa lo mismo hoy en día hacer una guerra justa o injusta? ¿Hay algo peor que tener que asesinar y despojar de todo a hombres que defienden su patria, sólo para ayudar a que un poder anticristiano triunfe para establecer un imperio sin Dios?” Por otra parte piensa que prefiere arrostrar el peligro de muerte por sus convicciones, en vez del que comportaría luchar en el frente por ideas que no comparte.

Lo deluno dos de

        El 25 de febrero de 1943 es movilizado por el ejército nazi y escribe al padre Karobath: “Debo anunciarle que quizás vaya a perder a uno de sus feligreses... Como nadie puede conseguir que me dispensen de cumplir una cosa que pondría en peligro mi salvación eterna, nada puedo cambiar respecto a mi resolución, que usted ya conoce”. El sacerdote comprende entonces la posición de su amigo y la aprueba.

        Desecha la posibilidad de esconderse porque haría peligrar a su familia. Se presenta en el cuartel el día 1 de marzo y el día 2 anuncia al oficial que rehúsa tomar las armas en razón de su oposición al nacionalsocialismo.

        Algunos de buena fe intenta disuadirle de su postura, y él dice “Tengo puesta mi confianza en Dios; si Él quiere que actúe de otro modo, me lo hará saber”. En la prisión militar hace apostolado entre otros que han rechazado empuñar las armas. Su esposa le escribe: “Querídisimo esposo:... que sea la voluntad de Dios, incluso si hace mucho daño...”

        En sus notas íntimas Franz escribe: “Intentan siempre doblegar mi resolución por el hecho de ser casado y de tener hijos. Sin embargo, el hecho de tener esposa e hijos, ¿convierte en buena una mala acción? O también, ¿acaso una acción se convierte en buena o en mala simplemente porque miles de católicos la realizan? ¿De qué sirve pedir a Dios los siete dones del Espíritu Santo si de todos modos hay que practicar la obediencia ciega? ¿De qué le sirve al hombre haber recibido de Dios inteligencia y libre albedrío si, como se pretende, no le corresponde a él discernir si esta guerra provocada por Alemania es justa o injusta?”

La ofrenda de su vida

        El 8 de agosto de 1943 le comunican la condena a muerte (no se le acepta su objeción de conciencia y se certifica su salud mental por lo que se le tienen que aplicar las leyes del Reich). Cuando es inminente su ejecución escribe a los suyos: “¡Me habría gustado tanto ahorraros todo este sufrimiento que debéis soportar por mi causa!...Pero ya sabéis lo que dijo Cristo: El que quiere a su padre, a su madre, a su esposa o a sus hijos más que a mí, no es digno de mí (cf. Mt 10, 37)”

         En su carta de despedida, escrita pocas horas antes de la ejecución, añade: “Doy gracias a nuestro Salvador por el hecho de poder sufrir e incluso morir por Él... Espero que Dios se digne aceptar la ofrenda de mi vida en sacrificio de expiación no solamente por mis pecados, sino también por los de los demás”. Luego recomienda que no se alimenten pensamientos de ira ni de venganza contra nadie: “Durante todo el tiempo que un hombre está vivo, es nuestro deber ayudarle con nuestro amor para que camine por el camino del Cielo”.

        A las 16 horas del 9 de agosto, Franz Jägerstätter es decapitado: el capellán de la prisión comenta: “Tengo la certeza de que ese hombre sencillo es el único santo que he tenido la oportunidad de encontrar en la vida”: Y la Iglesia corroborará oficialmente esa intuición beatificándolo el 26 de octubre de 2007, en presencia de su esposa de 94 años de edad.

        (Espigado y resumido a partir de una publicación de la “Abbaye Saint-Joseph de Clairval”, del 13 de abril de 2009).