El presidente de la Audiencia Nacional, Carlos Dívar.
"No me averguenzo de Aquél al que amo sobre todas las cosas"
Entrevista realizada por Gonzalo Altozano
Revista Alba
Contra el cristianismo
Eugenia Rocella y Eugenia Scaraffia

 

 

 

 

 

 

No más bombas
Shane O’Doherty

 

 

 

 

 

España Épica
José Javier Esparza

 

 

 

 

 

Ortodoxia

 

 

 

 

 

 

 

 

Ustedes, los adoradores nocturnos, rezan cuando todos duermen.

        Es que, como dice el apóstol san Pablo, hay que orar sin descanso. Por otra parte, Pío XII definía la oración como “la respiración del alma”, y todos sabemos que ni dormidos podemos dejar de respirar.

Se reza mejor de noche?

        El silencio es más profundo, nadie te interrumpe, te concentras más. Esto hace que Dios te hable más de cerca al corazón. No hay que olvidar que Jesús gustaba de orar por la noche.

¿Y más? ¿Se reza más?

        Aunque nunca se ora lo suficiente, hay que hacer horas extras: por los que no rezan, por los que no creen, por los que no le conocen...

¿Qué les diría a éstos?

        Que llorarían de alegría si supieran cómo nos ama Jesús. Muchos de los que no aman a Dios es porque no le conocen.

Tantos años en la Adoración Nocturna... ¿qué le han enseñado?

        Que lo verdaderamente importante en la vida es Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar. Es decir, Jesús en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Lo más importante.

También es congregante mariano.

        Desde pequeño. Me eduqué en Bilbao y allí aprendí a dirigirme a Nuestra Señora bajo la advocación de la Virgen de Begoña.

Ser congregante mariano y adorador nocturno...

        Aquí quedan reflejados los dos grandes amores de mi vida: la Santísima Virgen y la Eucaristía.

¿Qué papel tuvieron ahí sus padres?

        Les debo mucho en cuestión de fe: crecí viéndolos hacer oración, rezar el Rosario, ir a Misa... El hogar como iglesia doméstica (así la definió el Concilio) es clave en la vida del cristiano.

¿También lo es la oración?

        “Todo apostolado que no esté basado en la oración está destinado al fracaso”. Eso dijo Juan Pablo II en su primera visita a España.

Antes citaba a Pío XII para definir la oración. ¿Cómo la definiría usted?

        Como la conversación con Dios, con Jesús. El trato íntimo con Dios.

Dice Requero que la imagen que tiene de Dios no es la de un presidente del Supremo elegido por consenso entre PP y PSOE, sino la de un padre.

        Toda la revelación de Jesucristo consiste en decirnos que Dios es padre para expresar así todo el amor que nos tiene.

Entonces, ¿se lo imagina como a un padre?

        No es que me lo imagine, es que dentro de mi corazón lo siento como un padre que me ayuda, me aconseja y, sobre todo, perdona mis muchas faltas. Él es el que tiene la iniciativa de amor, no nosotros.

¿Y el Juicio Final? ¿Cómo se imagina el Juicio Final?

        El Evangelio ya nos dice cómo tenemos que hacerlo: “Allá vendrá Jesús para juzgar a vivos y muertos y dirá: ‘Venid, benditos de mi Padre. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber...’”. Será un juicio de caridad.

¿Eso le reconforta?

        Claro, porque no nos preguntarán por artículos o dogmas, sino si hemos pasado por el mundo haciendo el bien. Como dijo san Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida seremos juzgados por el Amor”.

No le veo nada partidario de dejar sus creencias en casa antes de ir al despacho.

        El amor de Dios, que es el que ha dirigido toda mi vida, nunca puede quedarse en casa.

¿Y si se viera obligado a elegir?

        Yo tengo que actuar conforme a mi conciencia. No puedo dejar de creer por tener un cargo público. Mi vida es una unidad. Antes de abandonar a Dios, abandonaría mi trabajo, sin hacer ningún ruido.

Hay hombres públicos a los que les da pudor hablar de Dios. A, usted, en cambio...

        Dios está tanto en mi vida pública como en la privada y yo no puedo renunciar a Él ni en una ni en otra. Jesús dijo: “Quien se avergüence de mí yo me avergonzaré de él delante de mi Padre”.

Y usted, claro, no quiere que eso le pase.

        No, no quiero. Además, ¿cómo voy a avergonzarme de Aquel al que amo sobre todas las cosas?