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Benedicto XVI: Mi viaje tiene sobre todo dos objetivos. El primer objetivo es la visita a la Iglesia en América, en los Estados Unidos. Existe un motivo particular: la diócesis de Baltimore, hace 200 años, fue elevada a metropolía y a la vez nacieron otras cuatro diócesis: Nueva York, Filadelfia, Boston y Louisville. De manera que se trata de un gran jubileo para este núcleo de la Iglesia en los Estados Unidos, un momento de reflexión sobre el pasado y sobre todo de reflexi&! oacute;n sobre el futuro, sobre cómo responder a los grandes desafíos de nuestro tiempo, en el presente y con vista al futuro. Y naturalmente, forma parte de esta visita también el encuentro interreligioso y el encuentro ecuménico, particularmente también un encuentro en la Sinagoga con nuestros amigos judíos, en la víspera de su fiesta de Pascua. Por lo tanto, éste es el aspecto religioso-pastoral de la Iglesia en los Estados Unidos en este momento de nuestra historia, y el encuentro con todos los demás en esta fraternidad común que nos vincula en una responsabilidad común. Desearía en este momento igualmente dar las gracias al presidente Bush, quien vendrá al aeropuerto, me reservará mucho tiempo para coloquios y me recibirá con ocasión de mi cumpleaños. Segundo objetivo, la visita a las Naciones Unidas. También aquí hay un motivo particular: han pas! ado 60 años de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Ésta es la base antropológica, la filosofía fundante de las Naciones Unidas, el fundamento humano y espiritual sobre el que están construidas. Por lo tanto es realmente un momento de reflexión, un momento de volver a tomar conciencia de esta etapa importante de la historia. En la Declaración de los Derechos del Hombre han confluido varias tradiciones culturales, sobre todo una antropología que reconoce en el Hombre un sujeto de derecho precedente a todas las Instituciones, con valores comunes que hay que respetar por parte de todos. Por lo tanto esta visita, que tiene lugar precisamente en un momento de crisis de valores, me parece importante para reconfirmar a la vez que todo emperezó en ese momento y para recuperarlo para nuestro futuro.
Benedicto XVI: No puedo hablar en español, pero mis saludos y mi bendición para todos los hispánicos [sic]. Ciertamente tocaré este punto. He recibido varias visitas «ad Limina» de los obispos de América Central, también de América del sur, y he visto la amplitud de este problema, sobre todo el grave problema de la separación de las familias. Y esto verdaderamente es peligroso para el tejido social, moral y humano de estos países. Sin embargo hay que diferenciar entre medidas que hay que adoptar enseguida y soluciones a largo plazo. La solución fundamental es que ya no exista necesidad de emigrar porque haya en la propia patria suficientes puestos de trabajo, un tejido social suficiente, de manera que nadie tenga ya que emigrar. Por lo tanto debemos trabajar todos por este objetivo, por un desarrollo social que consienta ofrecer a los ciudadanos trabajo y un futuro en la tierra de origen. Y también sobre este punto desearía hablar con el presidente, porque sobre todo los Estados Unidos deben ayudar a fin de que los países se puedan así desarrollar. Está en el interés de todos, no sólo de estos países, sino del mundo y también de los Estados Unidos. Además, medidas a corto plazo: es muy importante ayudar sobre todo a las familias. A la luz de las conversaciones que he mantenido con los obispos, el principal problema es que las familias estén protegidas, que! no se destruyan. Cuanto se pueda hacer, se debe hacer. Asimismo, naturalmente, hay que hacer lo posible contra la precariedad y contra todas las violencias, y ayudar para que puedan tener realmente una vida digna allí donde se encuentren actualmente. Desearía asimismo decir que existen muchos problemas, muchos sufrimientos, ¡pero hay también mucha hospitalidad! Sé que sobre todo la Conferencia Episcopal Americana colabora muchísimo con las Conferencias Episcopales de América Latina en vista de las ayudas necesarias. Con todas las cosas dolorosas, no olvidemos también tanta verdadera humanidad, tantas acciones positivas que igualmente existen.
Benedicto XVI: Ciertamente en Europa no podemos sencillamente copiar a los Estados Unidos: tenemos nuestra historia. Pero todos debemos aprender unos de otros. Lo que encuentro fascinante en los Estados Unidos es que comenzaron con un concepto positivo de laicidad, porque este nuevo pueblo estaba formado por comunidades y personas que habían huido de las Iglesias de Estado y querían tener un Estado laico, secular, que abriera posibilidades a todas las confesiones, para todas las formas de ejercicio religioso. Así nació un Estado intencionalmente laico: eran contrarios a una Iglesia de Estado. Pero laico debía ser el Estado precisamente por amor a la religión en su autenticidad, que puede vivirse sólo libremente. Y así encontramos este conjunto de un Estado intencional y decididamente laico, pero precisamente por una voluntad religiosa, para dar autenticidad a la religión. Y sabemos que Alexis de Tocqueville, estudiando América, vio que las instituciones laicas viven con un consenso moral de hecho que existe entre los ciudadanos. Esto me parece un modelo fundamental y positivo. Hay que considerar que en Europa, entretanto, han pasado doscientos años, más de doscientos años, con muchos desarrollos. Ahora existe también en los Estados Unidos el asalto de un nuevo secularismo, del todo diverso, y por lo tanto antes los problemas eran la inmigración, pero la situación se ha complicado y diferenciado en el curso de la historia. Pero el fundamento, el modelo fundamental, me parece igualmente hoy digno de tenerlo presente también en Europa.
Benedicto XVI: Es precisamente el objetivo de las Naciones Unidas: que salvaguarden los valores comunes de la humanidad, sobre los cuales se basa la convivencia pacífica de las Naciones: la observancia de la justicia y el desarrollo de la justicia. Ya he mencionado brevemente que me parece muy importante que el fundamento de las Naciones Unidas sea precisamente la idea de los derechos humanos, de los derechos que expresan valores no negociables, que preceden todas las instituciones y son el fundamento de todas las instituciones. Y es importante que exista esta convergencia entre las culturas que han encontrado un consenso sobre el hecho de que estos valores son fundamentales, que están inscritos en el propio ser Humano. Renovar esta conciencia de que las Naciones Unidas, con su función pacificadora, pueden trabajar sólo si tienen el fundamento común de los valores que se expresan después en «derechos» que deben ser observados por todos. Confirmar esta concepción fundamental y actualizarla en lo posible es un objetivo de mi misión. Finalmente, dado que al principio el padre Lombardi me había planteado una pregunta sobre mis sentimientos, desearía decir: ¡voy a los Estados Unidos con alegría! He estado anteriormente varias veces en los Estados Unidos, conozco este gran país, conozco la gran vivacidad de la Iglesia a pesar de todos los problemas, y estoy contento de poder encontrar, en este momento histórico tanto para la Iglesia como para las Naciones Unidas, a este gran pueblo y a esta gran Iglesia. ¡Gracias a todos!
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