1.
Bienaventurado el político que tiene un elevado conocimiento
y una profunda conciencia de su papel.
El Concilio
Vaticano II definió la política «arte noble
y difícil» (Gaudium et spes, 73). A más
de treinta años de distancia y en pleno fenómeno de
globalización, tal afirmación encuentra confirmación
al considerar que, a la debilidad y a la fragilidad de los mecanismos
económicos de dimensiones planetarias se puede responder
sólo con la fuerza de la política, esto es, con una
arquitectura política global que sea fuerte y esté
fundada en valores globalmente compartidos.
2.
Bienaventurado el político cuya persona refleja la credibilidad.
En nuestros
días, los escándalos en el mundo de la polí!
;tica, ligadas sobre todo al elevado coste de las elecciones, se
multiplican haciendo perder credibilidad a sus protagonistas. Para
volcar esta situación, es necesaria una respuesta fuerte,
una respuesta que implique reforma y purificación a fin de
rehabilitar la figura del político.
3.
Bienaventurado el político que trabaja por el bien común
y no por su propio interés.
Para vivir
esta bienaventuranza, que el político mire su conciencia
y se pregunte: ¿estoy trabajando para el pueblo o para mí?
¿Estoy trabajando por la patria, por la cultura? ¿Estoy
trabajando para honrar la moralidad? ¿Estoy trabajando por
la humanidad?
4.
Bienaventurado el político que se mantiene fielmente coherente,
con una coherencia
constante entre su fe y su vida de persona comprometida en política;
con una coherencia firme entre sus palabras y sus acciones;
con una coherencia que honra y respeta las promesas electorales.
5.
Bienaventurado el político que realiza la unidad y, haciendo
a Jesús punto de apoyo de aquélla, la defiende.
Ello, porque
la división es autodestrucción. Se dice en Francia:
«los católicos franceses jamás se han puesto
en pié a la vez, más que en el momento del Evangelio».
¡Me parece que este refrán se puede aplicar también
a los católicos de otros países!
6.
Bienaventurado el político que está comprometido
en la realización de un cambio radical,
y lo hace luchando
contra la perversión intelectual;
lo hace sin llamar bueno a lo que es malo;
no relega la religión a lo privado;
establece las prioridades de sus elecciones basándose en
su fe;
tiene una charta magna: el Evangelio.
7.
Bienaventurado el político que sabe escuchar,
que sabe escuchar
al pueblo, antes, durante y después de las elecciones;
que sabe escuchar la propia conciencia;
que sabe escuchar a Dios en la oración.
Su actividad brindará certeza, seguridad y eficacia.
8.
Bienaventurado el político que no tiene miedo.
Que no tiene
miedo, ante todo, de la verdad: «¡la verdad dice
Juan Pablo II no necesita de votos!».
Es de sí mismo, más bien, de quien deberá tener
miedo. El vigésimo presidente de los Estados Unidos, James
Garfield, solía decir: «Garfield tiene miedo de Garfield».
Que no tema, el político, los medios de comunicación.
¡En el momento del juicio él tendrá que responder
a Dios, no a los medios!