Card. Tarsicio Bertone
Cooperadores de Dios
«Había una especie de dogma no escrito pero ampliamente aceptado: los empresarios son malos por naturaleza y los obreros son buenos; los primeros van al infierno casi con toda seguridad –en caso de que exista– y los segundos van al cielo, hagan lo que hagan».
Santiago Martín 10.10.07 La Razón
La religión y el origen de la cultura occidental
Christopher Dawson
        Cuando yo era un joven sacerdote, en aquella Vallecas tan inquieta desde el punto de vista eclesial, había una especie de dogma no escrito pero ampliamente aceptado: los empresarios son malos por naturaleza y los obreros son buenos; los primeros van al infierno casi con toda seguridad –en caso de que exista– y los segundos van al cielo, hagan lo que hagan. La pertenencia a una clase social lo marcaba todo, lo decidía todo. Lo importante era la afiliación a un grupo, a un clan, a una clase. No es que no importara la vida personal, pero era vista como algo secundario, de menor relieve. Por eso me han sorprendido –gratamente– las palabras que el secretario de Estado del Vaticano, cardenal Bertone, dirigió a la asociación de empresarios católicos italianos el pasado domingo. Les ha dicho, nada menos, que "ser empresario es cooperar con el proyecto de Dios". Cooperar con el proyecto de Dios a base de cuidar de la naturaleza y no destruirla para obtener un beneficio mayor. Cooperar con ese proyecto divino creando puestos de trabajo y procurando que los salarios sean justos y permitan a los obreros llevar una vida digna. Cooperar, también, fomentando la ayuda internacional, la solidaridad con otros pueblos que se encuentran en situaciones de gran precariedad social y económica. Y hacer todo eso teniendo en cuenta que el hombre no debe estar al servicio de la economía, sino la economía al servicio del hombre, para lo cual se debe aplicar siempre uno de los principios básicos de la doctrina social católica: la propiedad privada es legítima, pero sobre ella pesa una hipoteca social. Qué diferente este planteamiento al reduccionista y maniqueo de antaño. Hay empresarios buenos y obreros buenos. Y también los hay malos. De lo que se trata es de que cada uno haga el bien en función de sus posibilidades. Y las de los empresarios no son pocas, aunque no sean de fácil aplicación. Tienen que ser, nada menos, que los "cooperadores de Dios".