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Ante todo constato que el concepto de naturaleza humana, en contra de lo que podría parecer, es tremendamente elusivo y puede ser usado de manera antitética. A lo largo de mi obra trabajo con siete u ocho conceptos distintos de naturaleza humana, y eso que me limitado a la tradición realista y a las corrientes filosóficas que están en debate con ella. Este ha sido uno de los factores más problemáticos al comienzo: intentar deslindar con precisión los significados para procurar evitar siguiendo las advertencias de la filosofía analítica- una discusión sobre términos.
Es posible, pero difícil. La tradición católica y la filosofía realista apelan con mucha frecuencia al concepto de naturaleza humana como salvaguarda de la dignidad humana, de los valores humanos, de la común humanidad de todos los hombres. Este uso es absolutamente necesario. Es lo que he llamado, tomándolo de Mounier [el personalismo surgió en la época de entreguerras de la mano del conocido filósofo francés, fallecido en 1950. Ndr], entender la naturaleza humana como fundamento, justificación o confirmación de la unidad de la humanidad. Lo que ocurre es que este concepto de naturaleza es muy genérico, y no basta para hacer filosofía. Y aquí es donde aparece el proble! ma. Los conceptos de naturaleza humana que emplean las diversas escuelas filosóficas hoy en día no son, a mi juicio, muy apropiados para comprender cabalmente al hombre.
Hay una primera corriente -que yo he denominado naturalista- que defiende con furia la existencia de una naturaleza humana, pero la entiende de un modo totalmente biologicista. Se puede pensar, por ejemplo, en Wilson, Pinker o Mosterín en España. Para ellos, el hombre no es más que un animal especialmente complejo. Pero la corriente mayoritaria, que se opone a la anterior, es la culturalista, y sostiene que el hombre no es naturaleza, sino fundamentalmente cultura, y que la cultura, cuando lo desee, debe someter a la naturaleza. Esta es la base de la teoría del género. Las dos anteriores, a su vez se oponen a la posición clásica o realista, dentro de la cual existen dos acepciones distintas: la aristotélico-tomista y la personalista.
Se da una posición de enfrentamiento en busca del predominio cultural. En el libro he distinguido dos debates fundamentales. El que enfrenta a la tradición realista (tomista y personalista) a las otras dos, y el que, más que enfrentar, diría que distingue estas dos posiciones. La tradición
realista defiende que el hombre tiene una estructura dada por Dios,
que esa estructura posee una dimensión espiritual y que no
cambia sustancialmente a lo largo de la historia. El naturalismo lógicamente
rechaza esta postura y el culturalismo también, aunque por
motivos muy distintos.
Vemos que estas posiciones mantienen un acuerdo sustancial, pero las diferencias de matices, que se juegan sobre todo en un plano técnico, son importantes. El personalismo considera que el concepto tomista de naturaleza humana tiene algunos problemas: es demasiado estático, tiende a contraponerse a la dimensión cultural, da cuenta con dificultades de la historicidad, etcétera. Todo, en buena medida, porque Tomás de Aquino dependió demasiado en este punto de la cosmovisión griega que piensa la «physis», la naturaleza, valga la redundancia, para el mundo natural, no pa! ra el hombre. Y eso es lo que explica que hayan aparecido otras versiones, sobre todo la culturalista. Tienen sus razones.
Ante todo, es consciente de que el concepto de naturaleza humana, en la versión de la filosofía clásica, presenta problemas. Y éste es ya un dato importante, pues a veces se acude a este término con unas expectativas desproporcionadas, como si, por el mero hecho de apelar a la naturaleza humana, los problemas morales y sociales con los que nos enfrentamos pudieran resolverse. Además entiende que hoy la sociedad identifica la naturaleza sobre todo con el mundo no humano (minerales, plantas, animales) y eso genera mucha confusión. Cuando la tradición clásica apela al concepto de naturaleza o de ley natural para defender una visión trascendente y estable d! el hombre, resulta que muchas personas piensan que lo que están haciendo es reducir al hombre a biología o imponerle unas leyes naturales heterónomas a las que tiene que someterse.
Considero que las tres vías fundamentales que hay que recorrer son las siguientes: el concepto genérico de naturaleza humana es irrenunciable, pero hay que formularlo sin caer en los límites de la tradición clásica (tomista): para ello lo mejor es recurrir a la posición de Mounier y entenderlo como unidad de la humanidad. También cabe intentar perfeccionar el concepto clásico. Y aquí recurriría a Wojtyla [elegido posteriormente Sumo Pontífice. Ndr] y a su concepto de autoteleología que perfecciona y completa la teleología clásica, esto es, ins! istiendo en la influencia de las acciones en la persona que las realiza, porque las acciones tienen la capacidad de modificar al propio sujeto. Por último, y de modo paralelo, intentaría una «transición hacia la persona». Sin renunciar en ningún momento al concepto de naturaleza humana, pues es totalmente necesario y no es equivalente al de persona; sería partidario de hablar más de la persona y menos de la naturaleza, porque el concepto de persona está plenamente aceptado por la sociedad y no genera los problemas que he mencionado anteriormente. | |||||
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