|
|
|
Es el primer colaborador del Papa, el primero que le ayuda en su misión universal, tanto para la vida de la Iglesia como para las relaciones con los Estados o las Organizaciones Internacionales. Quiero ser un leal colaborador del Santo Padre, capaz de interpretar perfectamente su pensamiento y su voluntad para transmitirlo a todos.
El Papa ha explicado a menudo que la reforma del Concilio Vaticano II tenía como aut éntico objetivo resituar a Dios como centro de la liturgia, y permitir al pueblo cristiano la comprensi ón del sentido de los grandes ritos. El Vaticano II deseaba conservar el valor intrínseco de la liturgia, permitiendo, al mismo tiempo, a los fieles una participación en la celebración del sacrificio divino. El Santo Padre pide a los obispos, sacerdotes y fieles una verdadera aplicaci ón de los textos del Concilio.
Los abusos deben ser combatidos, porque una parte del pueblo cristiano ha podido alejarse de la Iglesia a causa de esos errores que no están en los textos del Concilio, sino en los comportamientos de quienes han pretendido interpretar, a su propio gusto, la reforma litúrgica del Vaticano II.
El valor de la reforma conciliar está intacto. Pero, tanto para no perder el gran patrimonio litúrgico otorgado por san Pío V, como para acceder al deseo de los fieles que quieren participar en misas según ese rito, en el marco del misal publicado en 1962 por el Papa Juan XXIII, no hay razón alguna para que los sacerdotes de mundo entero no ejerzan su derecho a celebrar según ese rito. La autorización del Papa dejaría, evidentemente, plena validez al rito de Pablo VI. Tendrá lugar la publicación de un Motu Proprio precisando esta autorización, pero será el propio Papa quien explicará sus motivaciones y el contexto de su decisión, y dará su visión personal sobre el uso del antiguo misal.
Efectivamente, la formación de futuros sacerdotes es fundamental y debe integrar un excelente aprendizaje de las virtudes sacerdotales, en particular el celibato, la oración y la consagración incondicional a Cristo. Los superiores de los seminarios tienen la obligación de reflexionar sobre la importancia de la formación para una vida de oración auténtica; la promoción de las vocaciones debe ser, además, constante. En este ámbito, ha habido una cierta dejación, totalmente inadmisible y cuando menos sorprendente.
La denuncia de los estragos del relativismo constituye un desafío histórico para la Iglesia. Porque una sociedad que considera que nada tiene verdaderamente importancia y que todo da igual no puede reconocer ya una verdad absoluta, ni compartir valores universales. El Papa quiere recordar la importancia del derecho natural, sobre el que se fundan las normas de la comunidad internacional.
El multiculturalismo es hoy una realidad en un cierto número de países europeos, en particular en Francia. La Iglesia es consciente de ello y trata de afrontar, naturalmente, esta situaci ón. La presencia católica y cristiana en Europa presupone una afirmación sin complejos de en particular de la educación moral. Las raíces cristianas de Europa son, ante todo, hitos espirituales y morales. El conocimiento de lo que somos permite la confrontación y el diálogo con otras culturas y con otras visiones del hombre.
La laicidad es la autonomía del ámbito de lo civil y de lo político en relación al ámbito de lo religioso, no en relación al ámbito de lo moral. Yo siento mucho que ciertos Estados, en particular Francia, se hayan opuesto tanto a la inscripción de las raíces cristianas en el Proyecto no aprobado de Constitución europea. No hay que confundir la laicidad y el laicismo. La fe no es un hecho privado: afecta al conjunto de los elementos que componen la vida y la ciudadan ía. La fe necesita una gran visibilidad.
Para empezar, Benedicto XVI es un gran pensador, un auténtico intelectual, que expresa, además, sus reflexiones con palabras muy claras. El Papa quiere, sobre todo, proteger la fe del pueblo. Yo oigo, a menudo, esa reflexión humor ística de que, antes, venían a ver al Gran Papa Juan Pablo II, mientras que ahora vienen a escuchar a Benedicto XVI? El Santo Padre es un hombre muy dulce, muy afable y siempre cordial. Cultiva la amistad. Cuando cruzaba a pie la Plaza de San Pedro para venir a su despacho, los jóvenes se le acercaban siempre para hablar y discutir con él libremente de su vida, de la fe, y de Dios. | |||||
Recibir NOVEDADES FLUVIUM |