Un sacerdote con un corazón inmenso
El pasado 6 de abril, día de Viernes Santo, falleció en Madrid a los 74 años Salvador Suanzes, Don Pilé, como le llamaban familiares y amigos.
Elena San Román
18.04.07 ABC
Mero cristianismo

 

 

 

 

Porque el dolor no quita de suyo la alegría

        Nació el 6 de junio de 1932 y era el noveno de los catorce hijos de Juan Antonio Suanzes Fernández, fundador y primer presidente del Instituto Nacional de Industria y ministro de Industria y Comercio en 1938-39 y entre 1945 y 1951 y de su esposa Tina –Joaquina– de Mercader y Bofill. Salvador estudió en el Colegio de El Pilar, en Madrid y más tarde cursó en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales la carrera de Ingeniero Industrial en la que se doctoró en el año 1958.

        Desde joven destacó en él su afición por los deportes: era especialmente hábil para el frontón y, sobre todo, llegó a ser un excelente jugador de fútbol al que sólo las lesiones en sus rodillas alejaron de los campos. De carácter jovial, extrovertido y apasionado, compaginaba una simpatía espontánea y arrolladora con un corazón inmenso, magnánimo en el sentido tomista del término, es decir, dotado de auténtica grandeza.

        A finales de los años cincuenta pidió la admisión en la Prelatura del Opus Dei como miembro numerario. Fue durante más de un decenio director del Colegio Mayor Moncloa, el primer Colegio Mayor Obra Corporativa del Opus Dei, iniciado bajo el impulso directo de San Josemaría Escrivá. El 7 de agosto de 1966 Salvador Suanzes se ordenó sacerdote y, desde entonces, se dedicó enteramente a su labor sacerdotal. Vivió primero en San Sebastián, donde fue capellán del Colegio Mayor Ayete y de la Escuela de Ingenieros de la capital guipuzcoana. Más tarde se trasladó a Madrid, para ejercer como capellán del Colegio Mayor femenino Somosierra, adscrito a la Complutense. Desarrolló además una intensa labor entre sacerdotes diocesanos de Guadalajara y Madrid. Compaginaba sus actividades con la atención a sus amistades de siempre y no descuidó la asistencia a los actos de aniversario de sus promociones, tanto del Colegio como de la Escuela de Ingenieros. Su predicación traslucía su inmenso y delicado amor a Jesucristo.

        Los últimos veinte años de su vida estuvieron marcados por la enfermedad. Primero un cáncer del pulmón del que se curó de forma inexplicable, milagrosa decía él. Luego dos infartos y las secuelas de los duros tratamientos contra el cáncer le dieron por compañeros de camino una insuficiencia cardíaca y respiratoria permanente. En esas circunstancias don Salvador hizo gala de su señorío. No abandonó sus actividades apostólicas y continuó acudiendo a su confesionario en la Iglesia del Espíritu Santo de Madrid, a pesar de las limitaciones que le imponía su falta de salud. Quienes convivían con él fueron testigos del esfuerzo con que celebró, mientras sus fuerzas lo permitieron, la Santa Misa. Este sacerdote, cien por cien sacerdote, falleció el pasado Viernes Santo rodeado de los suyos. Descanse en paz.