Entrevista de Benedicto XVI en previsión de su próximo viaje a Baviera (I)
Primera parte de la trascripción de la entrevista en alemán que Benedicto XVI concedió a los canales de televisión «Bayerischer Rundfunk»; «ZDF»; «Deutsche Welle» y a «Radio Vaticano». Fue realizada el 5 de agosto, en la residencia pontificia de Castel Gandolfo y transmitida el 13 de agosto, en previsión de su viaje apostólico a Baviera, que tendrá lugar del 9 al 14 de septiembre.
CASTEL GANDOLFO, miércoles, 16 de agosto 2006 (ZENIT.org).
 

Santo Padre, en septiembre usted visitará Alemania o, con más precisión, naturalmente Baviera. «El Papa tiene nostalgia de su patria», así han dicho sus colaboradores en el curso de la preparación de este viaje. ¿Qué temas desearía tocar en particular durante la visita? El concepto de «patria», ¿forma parte de los valores que desea proponer en particular?

        Ciertamente. El motivo de la visita es precisamente que quería volver a ver los lugares, las personas con las que he crecido, que me han marcado y han formado parte de mi vida. Personas a las que quería dar las gracias. Y naturalmente también expresar un mensaje que vaya mas allá de mi tierra, como es coherente con mi ministerio. Simplemente he dejado que las conmemoraciones litúrgicas me indicaran los temas. El asunto fundamental es que debemos redescubrir a Dios, no a un Dios cualquiera, sino al Dios con el rostro humano, porque cuando vemos a Jesucristo vemos a Dios. Y partiendo de esto debemos encontrar los caminos para encontrarnos en la familia, entre las generaciones y también entre las culturas y los pueblos, entre los caminos de la reconciliación y la convivencia pacifica en este mundo, y los caminos que conducen hacia el futuro. Y estos caminos hacia el futuro no los encontraremos si no recibimos la luz desde lo alto. Por tanto, no he decidido temas muy específicos, pero, por así decirlo, es la liturgia la que me guía a expresar el mensaje fundamental de la fe, que naturalmente se inserta en la actualidad de hoy, en la que sobre todo queremos buscar la colaboración de los pueblos y los caminos posibles hacia la reconciliación y la paz.

Como Papa, usted es responsable de la Iglesia en el mundo entero. Pero naturalmente su visita hace que la atención se dirija a la situación de los católicos en Alemania. Ahora todos los observadores concuerdan que la atmósfera es buena, también gracias a su elección. Pero naturalmente los antiguos problemas permanecen. Sólo por poner algunos ejemplos: cada vez menos practicantes, cada vez menos bautizados, sobre todo cada vez menos influencia en la vida social. ¿Cómo ve la actual situación de la Iglesia católica en Alemania?

        Ante todo diría que Alemania forma parte de Occidente, si bien con sus características particulares, y en el mundo occidental hoy vivimos una ola de un nuevo iluminismo drástico o laicidad, o como se le quiera llamar. Creer se ha vuelto más difícil, porque el mundo en el que nos encontramos está hecho completamente por nosotros mismos y en el que, por decirlo así, Dios ya no aparece directamente. Ya no se bebe directamente de la fuente, sino del recipiente que se nos presenta ya lleno, etc. Los hombres se han construido el propio mundo, y encontrarle a Él en este mundo se ha convertido en algo muy difícil. Esto no es específico de Alemania, si no que es algo que se constata en todo el mundo, de manera particular en el occidental. Por otra parte, Occidente viene hoy tocado fuertemente por otras culturas, en las que el elemento religioso de origen es muy poderoso, y quedan horrorizadas por la frialdad que encuentran en Occidente por lo que respecta a Dios. Y esta presencia de lo sagrado en otras culturas, aunque quede velada de muchas maneras, toca nuevamente al mundo occidental, nos toca a nosotros, que nos encontramos en el «cruce» de tantas culturas. Y también desde lo más profundo del hombre en Occidente, y en Alemania, surge la búsqueda de algo «más grande». Vemos que en la juventud aparece la búsqueda de ese «más»; vemos cómo en cierto modo el fenómeno religión --como se dice-- vuelve, aunque se trata de un movimiento de búsqueda a menudo indeterminado. Pero con todo esto la Iglesia está de nuevo presente, la fe se ofrece como respuesta. Creo que esta visita, como la de Colonia, será una oportunidad para que mostrar que creer es algo bello, que el gozo de una gran comunidad universal posee una fuerza que arrastra, que tras ella hay algo importante y que por lo tanto junto a los nuevos movimientos de búsqueda, existen también nuevas desembocaduras de la fe que nos llevan los unos hacia los otros y que son positivas también para la sociedad en su conjunto.

Santo Padre, hace exactamente un año usted estaba en Colonia con los jóvenes, y creo que en esa oportunidad experimentó que la juventud está extraordinariamente dipuesta a acoger, y que usted fue muy bien acogido. En este próximo viaje ¿lleva quizá un mensaje especial para los jóvenes?

        Quisiera decir antes que nada que estoy muy contento de que haya jóvenes que quieran estar juntos, que quieran estar juntos en la fe, y que quieran hacer el bien. La disponibilidad para hacer el bien es muy fuerte en la juventud, basta pensar en las diversas formas de voluntariado. El compromiso para ofrecer en primera persona una contribución propia ante las necesidades de este mundo es una gran cosa. Un primer impulso puede ser por lo tanto alentar a esto: ¡seguid adelante! ¡Buscad las ocasiones para hacer el bien! ¡El mundo necesita de esta voluntad, necesita de este compromiso! Y luego quizás dejaría este mensaje: ¡tened el valor para tomar decisiones definitivas! En la juventud hay mucha generosidad, pero ante el riesgo de comprometerse para toda la vida, ya sea en el matrimonio o en el sacerdocio, se experimenta miedo. El mundo está en movimiento de manera dramática: ahora puedo disponer continuamente de mi vida entera con todos sus imprevisibles eventos futuros: con una decisión definitiva ¿no ato mi libertad y no me privo de la libertad de movimiento? Despertar el valor de atreverse a tomar decisiones definitivas, que en realidad son las únicas que permiten crecer, caminar hacia adelante y alcanzar cualquier objetivo importante en la vida, las únicas que no destruyen la libertad, si no que le ofrecen la justa dirección en el espacio. Arriesgar esto, este salto -por así decir- en el definitivo, y con eso acoger plenamente la vida, esto es algo que con dicha quisiera poder comunicar.

Santo Padre, una pregunta sobre la política exterior. La esperanza de la paz en Oriente Medio en las pasadas semanas se ha nuevamente debilitado. ¿Qué posibilidades ve usted para la Santa Sede en relación a la actual situación? ¿Qué influencia puede ejercer ésta en el desarrollarse de la situación en Oriente Medio?

        Naturalmente no tenemos ninguna posibilidad política, y no queremos ningún poder político. Pero queremos hacer un llamamiento a los cristianos y a todos aquellos que se sienten de alguna manera interpelados por la palabra de la Santa Sede, para que sean movilizadas todas las fuerzas que reconocen que la guerra es la peor solución para todos. No aporta nada bueno para nadie, ni siquiera para los supuestos «vencedores». En Europa lo sabemos muy bien, como consecuencia de las dos Guerras Mundiales. La paz es lo que todos necesitan. Existe una fuerte comunidad cristiana en el Líbano, hay cristianos también entre los árabes, hay cristianos en Israel, y los cristianos de todo el mundo se empeñan por estos países tan queridos a todos nosotros. Existen fuerzas morales listas a hacer comprender que la única solución es que debemos vivir juntos. Estas son las fuerzas que nosotros queremos movilizar: los políticos deben encontrar los caminos para que esto pueda acontecer lo más pronto posible y sobre todo de forma duradera.

Como Obispo de Roma usted es sucesor de san Pedro. ¿Cómo puede mostrarse en los tiempos actuales el ministerio de Pedro? ¿Cómo ve usted la relación de tensión y equilibrio entre el primado del Papa por una parte y la colegialidad de los obispos por otra?

        Una relación de tensión y equilibrio existe naturalmente, y nosotros decimos que así debe ser. Multiplicidad y unidad deben siempre encontrar nuevamente su relación recíproca, y esta relación debe incluirse de una manera siempre nueva en las cambiantes situaciones del mundo. Hoy en día existe una nueva polifonía de las culturas, en la cual Europa ya no es más la única que determina, sino que las comunidades cristianas de los diversos continentes están adquiriendo su propio peso, su propio color. Debemos aprender siempre de esta fusión de los diversos componentes. Por esto hemos desarrollado diversos instrumentos; las llamadas «visitas ad limina» de los obispos, que han existido siempre, son en la actualidad mucho más aprovechadas para hablar con todas las instancias de la Santa Sede y también conmigo. Yo hablo personalmente con cada obispo. Ya he hablado con casi todos los obispos de África y con muchos de los de Asia. Ahora vendrán los de Europa central, Alemania, Suiza, y en estos encuentros, en los que precisamente el centro y las afueras se encuentran juntos en un intercambio franco, yo pienso que crezca la correcta relación recíproca en esta tensión equilibrada. Además tenemos otros instrumentos, como el Sínodo, o el Consistorio, que mantendré regularmente y que querría desarrollar. En ellos, aún no teniendo un orden del día importantísimo, se discutirán juntos los problemas actuales, intentando encontrar soluciones. Por un lado sabemos que el Papa no es un monarca absoluto, pero tiene que –por decirlo de alguna forma- personificar la totalidad que se une en escucha de Cristo. Pero la conciencia de la necesidad de una instancia unificadora, que garantice también la independencia de las fuerzas políticas y que los «cristianismos» no se identifiquen demasiado con la nacionalidad, esta conciencia precisamente, que necesita de una tal instancia amplia y superior, que cree unidad en la integración dinámica del todo, y por otro lado que acoja y promueva la multiplicidad, esta conciencia es muy fuerte. Por eso creo que se trata una adhesión íntima al ministerio petrino que se expresa en la voluntad de desarrollarlo ulteriormente, de forma que responda tanto a la voluntad del Señor, como a las necesidades de los tiempos.

Alemania como tierra de Reforma está marcada naturalmente y de forma particular por las relaciones entre las distintas confesiones. Las relaciones ecuménicas son una realidad sensible, que encuentra siempre nuevas dificultades. ¿Qué posibilidad ve de mejorar la relación con la Iglesia evangélica, o qué dificultad ve en este camino?.

        Quizá sea importante decir, antes que nada, que la Iglesia evangélica presenta una notable variedad. En Alemania tenemos, si no me equivoco, tres comunidades principales: Luteranos; Reformistas; y la Unión Prusiana. Además hoy se forman numerosas Iglesias libres (Freikirchen) y, en el interior de las Iglesias clásicas, movimientos, como la «Iglesia confesante» entre otras. Por lo tanto, se trata también de un conjunto con muchas voces, con las cuales tenemos que entrar en diálogo en la búsqueda de unidad con respecto a la multiplicidad de voces, y con las que quiero colaborar. Creo que lo primero que hay que hacer es que en esta sociedad, todos juntos nos preocupemos por hacer que sena claras, de encontrar y de traducir en hechos, las grandes directrices éticas, para garantizar de este modo la consistencia ética de la sociedad, sin la cual ésta no puede llevar a cabo las finalidades de la política, que son la justicia para todos, una buena convivencia y la paz. En este sentido creo que ya se ha conseguido mucho, que nosotros nos encontramos realmente unidos bajo un pilar cristiano común, frente a los grandes desafíos morales. Naturalmente, después hay que testimoniar a Dios en el mundo, que tiene dificultades a la hora de encontrarle, como ya hemos dicho, y de hacer visible a Dios en el rostro humano de Jesucristo, y de ofrecer a los hombres el acceso a esas fuentes, sin las cuales la moral se aridece y pierde sus referencias, y también donar la felicidad, porque no estamos solos en este mundo. Sólo de este modo nace la felicidad ante la grandeza del hombre, que no es un producto mal conseguido de la evolución, sino imagen de Dios. Nos tenemos que mover en estos dos sentidos –por decirlo de algún modo- el de las grandes referencias éticas, y el que muestra –a partir del interior y orientándose hacía el- la presencia de Dios, de un Dios concreto. Si lo hacemos, y sobre todo, si en todos nuestros agrupamientos singulares buscamos no vivir la fe de forma industrial, sino a partir de raíces más profundas, entonces quizá no lleguemos tan rápido a las manifestaciones externas de unidad, sino que maduraremos hacia una unidad interior, que si Dios quiere un día llegará también a exteriorizarse.

Tema: la familia. Hace un mes usted estuvo en Valencia para celebrar el Encuentro Mundial de las Familias. Quien ha escuchado con atención --como hemos intentado hacerlo desde «Radio Vaticano»-- se ha dado cuenta de que usted no ha pronunciado la palabra «matrimonio homosexual», no ha hablado de aborto, ni de contraconcepción. Atentos observadores se han dicho: ¡Interesante!, evidentemente su intención es anunciar la fe y no dar la vuelta al mundo como «apóstol de la moral». ¿Nos puede hacer un comentario al respecto?

        Claro que sí. Ante todo tengo que decir que tuve solamente dos ocasiones de veinte minutos para hablar. Teniendo tan poco tiempo no se puede comenzar diciendo: «no». Tenemos que saber qué es lo que queremos decir, ¿no es así? Y el cristianismo, el catolicismo no es un cúmulo de prohibiciones, sino una opción positiva. Y es muy importante que esto se vea nuevamente, ya que hoy esta conciencia ha desaparecido casi completamente. Hemos oído hablar tanto de lo que no está permitido que ahora hay que decir: tenemos una idea positiva que proponer; el hombre y la mujer están hechos el uno para el otro; existe, por así decir, una escala --sexualidad, éros, ágape--, que indica las dimensiones del amor y sobre este camino crece desde siempre el matrimonio, como encuentro entre un hombre y una mujer, culmen de la felicidad y de la bendición, y después la familia, que garantiza la continuidad entre generaciones, en la que las generaciones se reconcilian entre ellas y en la que también las culturas se pueden encontrar. Por lo tanto, ante todo es importante subrayar lo que queremos. En segundo lugar, se puede ver después también el porqué nosotros no queramos algo. Y yo creo que sea necesario ver y reflexionar, ya que no se trata de una invención católica el hecho de que un hombre y una mujer estén hechos el uno para el otro para que la humanidad continúe a vivir: lo saben todas las culturas. En relación al aborto, no pertenece al sexto, sino al quinto mandamiento: «No matarás». Y esto tenemos que presuponerlo como obvio y tenemos que rebatir siempre que: la persona humana inicia en el seno materno y sigue siendo persona humana hasta el último aliento. El hombre tiene que ser respetado siempre como hombre. Pero todo esto queda más claro, si antes hemos explicado lo positivo.

Santo Padre, mi pregunta se une en cierto modo a la del padre von Gemmingen. En todo el mundo los creyentes esperan de la Iglesia católica respuestas a los problemas globales más urgentes, como el sida y la superpoblación. ¿Por qué la Iglesia católica insiste tanto sobre la moral en lugar de proponer soluciones concretas para estos problemas cruciales de la humanidad, por ejemplo en el continente africano?

        Ya, éste es el problema: ¿insistimos realmente tanto sobre la moral? Yo diría --estoy cada vez más convencido tras mis encuentros con los obispos africanos-- que la cuestión fundamental, si queremos dar pasos adelante en este sentido, se llama educación, formación. El progreso puede ser progreso real sólo si sirve a la persona humana y si la propia persona humana crece, no crece sólo su poder técnico, sino también su capacidad moral. Y creo que el verdadero problema de nuestra situación histórica sea el desequilibrio entre el crecimiento increíblemente rápido de nuestro poder técnico y el de nuestra capacidad moral, que no crece de forma proporcional. Por eso la formación de la persona humana es la verdadera receta, la llave de todo diría, y ésta es también nuestra vida. Y esta formación tiene --para resumir-- dos dimensiones. Ante todo naturalmente tenemos que aprender, adquirir saber, «know-how» como se suele decir. En esta dirección Europa, y en los últimos decenios América, han hecho mucho, es algo importante. Pero si sólo se difunde el «know-how», si sólo se enseña cómo se construyen y se usan las máquinas, y cómo se emplean los métodos de anticoncepción, entonces no hay que maravillarse de que al final nos encontremos con guerras y con epidemias de SIDA. Porque nosotros necesitamos dos dimensiones: es necesaria al mismo tiempo la formación del corazón --si me permiten utilizar esta expresión-- con la que la persona humana adquiere referencias y aprende también de este modo a usar correctamente su técnica. Y esto es lo que estamos intentando hacer. En toda África, y también en muchos países de Asia, tenemos una gran red de escuelas de todos los niveles, donde sobre todo se puede aprender, adquirir el verdadero conocimiento, capacidad profesional, y con ello alcanzar autonomía y libertad. Pero en estas escuelas nosotros intentamos precisamente comunicar no sólo el «know-how», sino formar a personas humanas que quieran reconciliarse, que sepan que tenemos que construir y no destruir, y que tenemos las referencias necesarias para saber convivir. En gran parte de África, las relaciones entre musulmanes y cristianos son ejemplares. Los obispos han formado comités comunes junto a los musulmanes para ver cómo es posible crear paz en las situaciones de conflicto. Y esta red de escuelas, de aprendizaje y formación humana, que es muy importante, viene completada por una red de hospitales y de centros de asistencia, que llegan de forma capilar a las aldeas más remotas. Y en muchos lugares, a pesar de las destrucciones de la guerra, la Iglesia es la única fuerza que ha permanecido intacta. ¡Ésta es una realidad!. Es donde se cura, donde se cura también el SIDA, y por otro lado se ofrece educación, que ayuda a establecer relaciones justas con los demás. Por eso creo que se debería corregir la imagen, según la cual, sembramos entorno a nosotros rígidos noes. Precisamente en África se trabaja mucho, para que las diferentes dimensiones de la formación se puedan integrar y así sea posible la superación de la violencia y también de las epidemias, entre las que están también la malaria y la tuberculosis.