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Cuando salió la carta en 1999 la leí y la estudié pero no se me ocurrió escribir ningún comentario. Sólo empecé a hablar con Juan Pablo II a raíz de su muerte. Desde entonces, sin proponérmelo, mantengo con Juan Pablo II un diálogo de lo más variado, también intelectual. En realidad, la respuesta a esta Carta a los artistas se gestó en los días siguientes al fallecimiento de Juan Pablo II; lo que empezó como un modo de llenar el vacío que dejaba su ausencia, enseguida se reveló como un formidable reto intelectual.
En la vida de Juan Pablo II se percibe una nota que es característica de las obras de arte logradas: la unidad. Esta unidad es más difícil de conseguir cuantos más elementos diferenciales o de dispersión existen en la obra de arte o, en este caso, en la vida. Y en la vida de Juan Pablo II no sólo hay elementos de tensión o de dispersión sino, me atrevería a decir, de ruptura, de desgarro. Y, sin embargo, al final -como todo el que quiso pudo comprobar en directo a través de la televisión- ahí estaba el sentido, la clave, el eje de su existencia.
Juan Pablo II además de tener una gran inteligencia era una persona apasionada y necesitaba expresarse, comunicar a los demás su pensamiento, sus creencias. Esto le llevaba a dar vida a las ideas, y a dejar que estas ideas tuvieran su propia consistencia impactando en la vida de los demás. Esta es la concepción dramática de la existencia presente en la tradición cultural polaca a la que se refiere el libro que comentamos. La palabra drama no significa en este caso tragedia sino acción plena de sentido (logos) y por lo tanto comunicativa.
El diálogo entre arte y religión no depende, según Juan Pablo II, de que el arte tenga un tema religioso. La carta a los artistas propone un diálogo entre dos experiencias, la religiosa y la artística, que tiene un mismo fundamento. La experiencia de lo que significa ser creado lleva al creyente a entablar un diálogo con su Creador, es decir, a la experiencia religiosa. Pues bien, esta misma experiencia es connatural al artista en la relación con sus obras, y por eso los primeros capítulos del Génesis en los que se narra la creación del mundo continúan siendo una fuente de inspiración para el arte, también para el arte no figurativo.
Sí. El agradecimiento a Juan Pablo II por su comprensión profunda del arte que le lleva a descubrir en los artistas la imagen de Dios Creador. | ||||
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