«El Señor de los Anillos»

Este jueves se estrenó mundialmente «El retorno del Rey», tercera y última parte de la trilogía de J. R. R. Tolkien, «El Señor de los Anillos». Con este motivo, el profesor de la Universidad Católica de San Antonio de Murcia, Eduardo Segura, doctor en Filología Inglesa y consultor de New Line Cinema para la realización de la adaptación cinematográfica, ha concedido unas palabras a Veritas sobre la relación entre la obra de Tolkien y el cristianismo.

MURCIA, 18 diciembre 2003 (ZENIT.org-Veritas)

—Ante el estreno de la tercera parte de la trilogía cinematográfica de «El Señor de los Anillos», ¿cuál cree que es la clave del éxito de esta novela, lo que seduce de ella a públicos tan variados?

        Debo decir, ante todo, que esta obra viene cautivando a generaciones de lectores desde su publicación en el bienio 1954-55. Es evidente que la atención del cine ha provocado un nuevo impulso en el descubrimiento de la obra de Tolkien; pero no es algo nuevo. Creo que es importante aclarar este aspecto.

        Respecto de las claves del éxito de esta obra literaria, me centraré en uno de ellos: el redescubrimiento del valor creador de la imaginación más allá de lo meramente imitativo, la capacidad de recuperar valores y aspiraciones que están en lo íntimo de la inteligencia y el corazón de muchos seres humanos y, finalmente, el consuelo que proporciona encontrar una historia conmovedora, escrita de manera magistral, y que versa sobre temas atemporales como la muerte, el deseo de permanecer más allá de las fronteras del tiempo, la lealtad a la palabra dada, el combate moral que se da dentro del corazón de cada ser humano, la necesidad del compromiso, el amor a la naturaleza –no un simple ecologismo de etiqueta–, la Misericordia y la compasión.

—Muchos han querido ver trazos del pensamiento cristiano en Tolkien, precisamente en el mundo de la Tierra Media. Incluso hay quien piensa que «El Señor de los Anillos» es una apología del cristianismo. ¿Quiso Tolkien hacer tal cosa? ¿Qué opina de ello?

        He aquí una pregunta adecuada donde las haya. Niego rotundamente que Tolkien quisiese hacer una alegoría, o una suerte de «explicación refleja» del mundo, o aun de su propia cosmovisión. Uno de los grandes atractivos del mundo literario de Tolkien –no sólo el contenido en «El Señor de los Anillos»– es su autonomía respecto de elementos «teológicos» cristianos. Su noción de «providencia» y, por tanto, del papel de la gracia en el actuar humano, están más cerca del paganismo de «Beowulf» que de, por ejemplo, el ciclo artúrico. Por otro lado, y ésta es una diferencia esencial, en el mundo de Tolkien no ha habido ni Revelación ni Encarnación.

        Sin embargo, hay elementos fácilmente reconocibles como «cristianos». Pero lo son porque el alma de su autor estaba profundamente informada –también en lo intelectual– por el catolicismo. De la abundancia de su corazón habló su pluma, podríamos decir. Y me atrevo a afirmar que en la raíz de su múltiple aceptación está esa ausencia de apologética o «propaganda». Tengo experiencias personales estupendas del modo en que Tolkien ha seducido a personas de credos y orígenes muy diversos.

—Hay elementos de la obra que sí remiten a un pensamiento cristiano. ¿Está de acuerdo? ¿Qué detalles señalaría?

        La percepción y plasmación de la belleza como algo nostálgico; el sentimiento frente al tiempo como algo que pasa inexorablemente, y el modo en que eso imprime en la conciencia del cristiano una firme convicción de que la vida pasa, como decía Jorge Manrique, y de que debemos ser conscientemente responsables del modo en que lo aprovechemos; la esperanza frente a los enemigos de dentro y de fuera; la lealtad incluso cuando la traición y la duda asoman en los ojos del amigo; el sentido del deber; la amistad; la misericordia y la compasión como motores de la Historia; la esperanza en una vida más allá de ésta, en una recompensa y un castigo apoyados en la justicia, y que se cumplen ya en esta vida...

—Tolkien era católico en una sociedad, la inglesa, en la que los católicos eran vistos con cierta animadversión. ¿Influyó esto en su vida y en su obra?

         En el mundo de los «políticamente correctos», la manera de escribir y de pensar de Tolkien es y será sencillamente intolerable. Pero pienso que a Tolkien no le importó en demasía vivir en un ambiente hostil. Tampoco creo que eso se manifestase de manera abierta contra él, por una razón a la vez sencilla y admirable: era rematadamente bueno en su trabajo, una autoridad indiscutida aun a día de hoy en materia de Filología Comparada. Cerró la boca de muchos críticos, entre otros modos, a fuerza de mostrar la agudeza de sus planteamientos.

        Era, además, un gran profesor. Muy joven ocupó un puesto docente en Leeds, y Oxford le «fichó» por delante del candidato «de la casa» a una edad temprana para los estándares de esa prestigiosa universidad.

        Y era católico, algo que durante siglos era causa de veto para ejercer la docencia en Oxford. Eso, como dicen los racionalistas, son «hechos».

        Por tanto, creo que ser católico influyó en la vida y la obra de Tolkien en cuanto que ejercitó su caridad en ese ambiente, que amó profundamente; y extendió su labor de extensión de la fe entre sus amigos, muchos de ellos agnósticos (C.S. Lewis), anglicanos e, incluso, antroposofistas.

—C.S. Lewis fue un gran amigo suyo. Parece ser que Tolkien influyó en la conversión de ese otro gran escritor cristiano del momento. Usted, como biógrafo de Tolkien, ¿podría contarnos cómo fue ese episodio?

        El propio Lewis cuenta en su autobiografía «Cautivado por la Alegría», que cuando llegó a Oxford en 1926, procedente de Cambridge (y de un pasado turbulento, que incluía una niñez en el Ulster, beligerante respecto del catolicismo) le advirtieron de dos cosas: la primera, que tuviese cuidado con los filólogos; la segunda, que se anduviese con ojo con los papistas. Y, con esa sencillez de los grandes hombres, Lewis escribió: «Tolkien era ambas cosas».

        El conocimiento paulatino de ambos hombres les llevó a una amistad profunda, auténtica, hecha de intereses compartidos –literatura, lenguaje, historia; y también cerveza y tabaco de pipa, claro que sí–, pero también de debates intelectuales librados sin acritud y con afán de encontrar la Verdad. Lewis decía que le cautivó en Tolkien lo buen profesional que era y su honradez: era lo que veías, ni más ni menos. Y podías ver mucho, si tenías ojos perspicaces.

        La progresiva confianza entre estos dos hombres, y con el resto de los Inklings (el grupo literario informal que compartía aficiones, y risas y ruido en los pubs de Oxford) llevó a C.S. Lewis al descubrimiento del valor redentor de la Cruz, y hacia finales de 1933 él mismo se consideraba ya un hombre que había dejado atrás el ateísmo para iniciar el camino cristiano que había abandonado hacia los nueve años. Supongo que Tolkien fue el canal de la actuación de la gracia de Dios; una suerte de «causa segunda».

—Una última pregunta. ¿Ha conseguido la película de Peter Jackson transmitir los valores que inspiraron a Tolkien en «El Señor de los Anillos»?

        Pienso sinceramente que algunos de esos valores son tan nucleares, están tan en la raíz de esa obra, que han permanecido a pesar de los cambios argumentales y de las alteraciones que ha llevado a cabo el equipo de guionistas. La esperanza, la amistad leal, la renuncia a la comodidad para comprometerse por un ideal, la alegría tras la victoria peleada sin tener en cuenta el premio, el amor que trasciende lo meramente corpóreo, además de los que apuntábamos antes, creo que son todos ellos elementos que se ven de algún modo en la versión de Peter Jackson. Una adaptación notable, desde cualquier punto de vista.