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El cardenal Julián Herranz (Baena, 1930) ha servido en el Vaticano
desde 1960 a cinco Papas, todos ellos en proceso de canonización.
Como presidente del Pontificio Consejo de Textos Legislativos, una especie
de Tribunal Constitucional, el cardenal andaluz fue el máximo
jurista con los dos últimos Papas. Discípulo de doctor
Jiménez Díaz y médico psiquiatra, Julián
Herranz descubrió un fuerte interés por el Derecho Canónico
y una vocación sacerdotal. Su último servicio a Benedicto
XVI fue presidir la comisión cardenalicia investigadora del Vatileaks.
Con eficacia y éxito plenos.
Primero tuve la reacción del jurista y luego la del cardenal. Para un canonista fue una sorpresa, primero por la precisión jurídica con que estaba actuando. Pero, sobre todo, porque un hecho de este tipo no tiene ningún precedente en la historia de la Iglesia.
No se puede comparar con la renuncia de Celestino V hace siete siglos, pues son personas y situaciones muy distintas. Me quedó la sensación de haber sido testigo de un hecho único en dos mil años de historia de la Iglesia, perfectamente meditado en todas las dimensiones, tanto teológicas como jurídicas.
Como cardenal, como sacerdote y como fiel, tuve una sensación de tristeza, de que se me va una persona con la que he trabajado tantos años y que admiro profundamente. Al mismo tiempo, tuve una sensación como de gozo interior, de encontrarme ante un hecho que revela gran santidad.
Porque era un gesto de humildad heroica y de amor a la Iglesia, y por lo tanto a Cristo. Un gesto que corresponde perfectamente al alma de un santo. Es un tipo de humildad que hoy no estamos acostumbrados a ver, especialmente en la vida civil, pues tantas personas se apegan a su sillón, al puesto de mando
Desde el punto de vista espiritual, considerar el ejemplo de humildad profunda de este hombre, que ama sobre todo a Cristo y a la Iglesia. Y desde el punto de vista humano pueden considerarla como una cosa lógica. Hace un siglo era inconcebible. Ahora no, pues se ha prolongado mucho la esperanza de vida sin que y esto lo digo como médico se mantengan del mismo modo la capacidad orgánica y mental de las personas.
Yo creo que eso no es verdad. El Papa es el Vicario de Cristo, que era perfecto Dios, pero también perfecto hombre: que llora con una viuda a la que se ha muerto un hijo, o llora por la muerte de un amigo. Esta perfecta humanidad se refleja en la humanidad de su vicario.
Veo diferencia, pero no oposición, entre el actuar de los dos Papas. En conciencia, delante de Dios, Juan Pablo II consideró que debía continuar. Y en conciencia, también delante de Dios, Benedicto XVI ha pensado que por amor a la Iglesia debía hacer este gesto igualmente heroico e igualmente santo. Son dos formas distintas de comportamiento heroico en momentos distintos de historia de la Iglesia. Y personalmente considero que lo que ha hecho Benedicto XVI no es en absoluto bajarse de la Cruz.
No creo que se deba fijar un límite de edad a los Papas. Se trata de una elección «ad vitam», «de por vida». Pero tampoco hay que convertirla en una condena a llevar ese peso «de por vida».
En la primera parte de las congregaciones generales, a las que asisten todos los cardenales, incluidos los de más de 80 años, se comienza por abordar cuestiones de tipo práctico y logístico. Después viene el examen de la situación de la Iglesia en el mundo. Se reciben estudios sobre la situación en cada continente, y también informes por temas, cuestiones positivas o negativas en el panorama de la evangelización en el mundo. Luego se discuten posibles soluciones a un problema y a otro De ese modo, al definir las tareas, se ayuda a pensar cómo tendría que ser, el identikit, el retrato robot de la persona más apta para afrontar esas cuestiones.
Afortunadamente el Espíritu Santo está asistiendo a los cardenales, y esto se ve. Los últimos seis Papas han sido personas de una categoría extraordinaria, tanto humana como sobrenatural. Juan XXIII y Juan Pablo II están ya en los altares como beatos. Y se han abierto los procesos de canonización de Pio XII, Pablo VI y Juan Pablo I. Y si yo le digo en voz bajita, en privado, que yo en mi corazón ya he canonizado a Benedicto XVI, escríbalo. | |||||
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