"De Cristo se escandalizan con militancia"

 

La Razón

La llamada de Dios: anécdotas, relatos y reflexiones sobre la vocación
Alfonso Aguiló

 

A rebosar

        La catedral de la Almudena de Madrid estaba anoche llena a rebosar: los bancos, de gente mayor, pero los suelos y pasillos estaban repletos de jóvenes, especialmente de quinceañeros, convocados para acompañar la peregrinación de la Cruz de los Jóvenes por las distintas vicarías de Madrid y, a partir de abril, por las diócesis de Alcalá, Getafe y, después, del resto de España. Muchos chicos llevaban las camisetas rojas con las que recogieron la cruz en Roma el pasado abril, y solo algunas chicas vestían las camisetas blancas con el nuevo logotipo oficial de las jornadas.

        Acompañado de sus obispos auxiliares y de los prelados de las diócesis vecinas, el cardenal Rouco advirtió a los jóvenes que "los que se escandalizan de Cristo Crucificado y los que lo declaran una necedad, lo hacen hoy, muy frecuentemente, de forma militante". Según el cardenal de Madrid, "les cuesta soportar el hecho de que para otros, ¡para nosotros!, sea la fuerza y la sabiduría de Dios, que salva al mundo y que guía irreversible y gloriosamente la historia". Citó a San Pablo, al hablar de "la locura de la Cruz", y recordó la alternativa, el nihilismo y la creencia en el superhombre, con sus frutos en el siglo XX: los totalitarismos y las guerras mundiales.

        Al acabar la celebración, cientos de muchachos acompañaron en procesión silenciosa a la Cruz de los Jóvenes con antorchas, velas e incienso, desde la catedral hasta el cercano Monasterio de la Encarnación. Allí cantaron "Pescador de hombres" y "Victoria, Tú reinarás" y recibieron la bendición del cardenal Rouco. Algunos se quedaron en adoración.

Una cruz que desafió la Vigilancia del comunismo checo

Tiempos difíciles         En 1984, Juan Pablo II entregó a los jóvenes de Roma la misma cruz que desde ayer recorre la diócesis de Madrid. "Llevadla al mundo como signo del amor de Jesús a la humanidad y anunciad a todos que sólo en Cristo, el Señor muerto y resucitado, hay salvación y redención", les dijo. Durante meses, la cruz circuló sólo por Roma. Los jóvenes propusieron llevarla al festival Katholikentag de Múnich, pero el obispo auxiliar local no le veía sentido. Los muchachos decidieron recorrer las calles de Múnich con ella, cantando y rezando, hasta que se incluyó en el programa oficial. Entonces, Juan Pablo II les dijo: "Ahora, llevadla al cardenal Tomacek en Praga". Tomacek era un anciano de 86 años, aislado en arresto domiciliario, bajo vigilancia de los Servicios de Seguridad de la Checoslovaquia comunista, uno de los regímenes que más perseguían al cristianismo. Un grupo de estudiantes alemanes consiguió un visado a través de la Universidad de Tubinga y, una vez en Checoslovaquia, se disfrazaron de albañiles y entraron en la casa del cardenal llevando la gran cruz camuflada. Según el cardenal Cordes, que por aquel entonces era vicepresidente del Pontificio Consejo para los Laicos, "Tomacek lloró de emoción y bendijo a aquellos muchachos temerarios que con gran riesgo personal y peligro le habían manifestado el afecto del Papa". Desde entonces, la cruz recorre el planeta a hombros de los jóvenes.