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El
Señor: mediaciones sobre la persona y la vida de
Jesucristo (2 ed)
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La
ciudad de Dios
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San
Agustin de Hipona
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San
Bernardo o el Medioevo en su plenitud
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Santiago
Cantera
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El
Evangelio en imágenes
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Jean-François
Kieffer, Christine Ponsard
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Hipótesis
sobre María
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Vittorio
Messori
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¡Vueltos
hacia el Señor!
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Klaus
Gamber
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La
anunciación a María
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Paul
Claudel
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Dicen
que ha resucitado
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Vittorio
Messori
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El
torrente oculto
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Ronald
A. Knox
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Vencer
el miedo
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Magdi
Allam
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Queridos hermanos
y hermanas:
En
la catequesis del pasado miércoles he hablado de la relación
de Pablo con el Jesús pre-pascual en su vida terrena. La cuestión
era: ¿Qué supo Pablo de la vida de Jesús,
de sus palabras, de su pasión?. Hoy quisiera hablar de
la enseñanza de san Pablo sobre la Iglesia. Debemos empezar por
la constatación de que esta palabra Iglesia en español,
como Église en francés o Chiesa
en italiano está tomada del griego ekklesía.
Procede del Antiguo Testamento y significa la asamblea del pueblo de
Israel, convocada por Dios, y particularmente la asamblea ejemplar a
los pies del Sinaí. Con esta palabra ahora se alude a la nueva
comunidad de los creyentes en Cristo que se sienten asamblea de Dios,
la nueva convocatoria de todos los pueblos por parte de Dios y ante
Él. E vocablo ekklesía aparece sólo bajo la pluma
de Pablo, que es el primer autor de un escrito cristiano. Esto sucede
en el incipit de la primera Carta a los Tesalonicenses, donde
Pablo se dirige textualmente a la Iglesia de los Tesalonicenses
(cfr después también a la Iglesia de los Laodicenses
en Col 4,16). En otras Cartas habla de la Iglesia de Dios que está
en Corinto (1 Cor 1,2; 2 Cor 1,1), que está en Galacia (Gal 1,2
etc.) Iglesias particulares, por tanto pero dice también
haber perseguido a la Iglesia de Dios, no a una determinada
comunidad local, sino la Iglesia de Dios. Así vemos
que esta palabra Iglesia tiene un significado pluridimensional:
indica por una parte las asambleas de Dios en determinados lugares (una
ciudad, un país, una casa), pero significa también toda
la Iglesia en su conjunto. Y así vemos que la Iglesia de
Dios no es sólo la suma de las distintas Iglesias locales,
sino que éstas son a su vez realización de la única
Iglesia de Dios. Todas juntas son la Iglesia de Dios, que
precede a cada Iglesia local, y que se expresa y realiza en ellas.
Es
importante observar que casi siempre la palabra Iglesia
aparece con el añadido de la calificación de Dios:
no es una asociación humana, nacida de ideas o intereses comunes,
sino de una convocación de Dios. Él la ha convocado y
por eso es una en todas sus realizaciones. La unidad de Dios crea la
unidad de la Iglesia en todos los lugares donde se encuentra. Más
tarde, en la Carta a los Efesios, Pablo elaborará abundantemente
el concepto de unidad de la Iglesia, en continuidad con el concepto
de Pueblo de Dios, Israel, considerado por los profetas como esposa
de Dios, llamada a vivir una relación esponsal con Él.
Pablo presenta a la única Iglesia de Dios como esposa de
Cristo en el amor, un solo espíritu con Cristo mismo. Es
sabido que el joven Pablo había sido adversario enconado del
nuevo movimiento constituido por la Iglesia de Cristo. Había
sido su adversario, porque había visto amenazada en este nuevo
movimiento la fidelidad a la tradición del pueblo de Dios, animado
por la fe en el Dios único. Esta fidelidad se expresaba sobre
todo en la circuncisión, en la observancia de las reglas de la
pureza cultual, en la abstención de ciertos alimentos, en el
respeto del sábado. Esta fidelidad los israelitas la habían
pagado con la sangre de los mártires en el periodo de los Macabeos,
cuando el régimen helenista quería obligar a todos los
pueblos a conformarse a la única cultura helenista. Muchos israelitas
habían defendido con su sangre la vocación propia de Israel.
Los mártires habían pagado con la vida la identidad de
su pueblo, que se expresaba mediante estos elementos. Tras el encuentro
con Cristo resucitado, Pablo entendió que los cristianos no eran
traidores; al contrario, en la nueva situación, el Dios de Israel,
mediante Cristo, había extendido su llamada a todas las gentes,
convirtiéndose en el Dios de todos los pueblos. De esta forma
se realizaba la fidelidad al único Dios; ya no eran necesarios
los signos distintivos constituidos por las normas y observancias particulares,
porque todos estaban llamados, en su variedad, a formar parte del único
pueblo de Dios en la Iglesia de Dios, en Cristo.
Una
cosa fue clara para Pablo inmediatamente en la nueva situación:
el valor fundamental y fundante de Cristo y de la palabra
que Le anunciaba. Pablo sabía que no sólo no se es cristiano
por coerción, sino que en la configuración interna de
la nueva comunidad, el componente institucional estaba inevitablemente
ligado a la palabra viva, al anuncio del Cristo vivo en
el cual Dios se abre a todos los pueblos y los une en un único
pueblo de Dios. Es sintomático que Lucas, en los Hechos de los
Apóstoles emplee muchas veces, incluso a proósito de Pablo,
el sintagma anunciar la palabra (Hch 4,29.31; 8,25; 11,19;
13,46; 14,25; 16,6.32), con la evidente intención de evidenciar
al máximo el alcance decidivo de la palabra del anuncio.
En concreto, esta palabra está constituida por la cruz y la resurrección
de Cristo, en la que han encontrado realización las Escrituras.
El misterio pascual, que ha provocado el giro de su vida en el camino
de Damasco, está obviamente en el centro de la predicación
del Apóstol (cfr 1 Cor 2,2;15,14). Este Misterio, anunciado en
la palabra, se realiza en los sacarmentos del Bautismo y de la Eucaristía,
y se hace realidad en la caridad cristiana. La obra evangelizadora de
Pablo no tiene otro fin que implantar la comunidad de los creyentes
en Cristo. Esta idea está dentro de la etimología misma
del vocablo ekklesía, que Pablo, y con él todo el cristianismo,
prefirió al otro término, sinagoga, no sólo
porque originalmente el primero es más laico (derivando
de la praxis griega de la asamblea política y no propiamente
religiosa), sino también porque implica directamente la idea
más teológica de una llamada ab extra, no una simple reunión;
los creyentes son llamados por Dios, quien les recoge en una comunidad,
su Iglesia.
En
esta línea podemos comprender también el original concepto,
exclusivamente paulino, de la Iglesia como Cuerpo de Cristo.
Al respecto, es oportuno tener presente las dos dimensiones de este
concepto. Una es de carácter sociológico, según
la cual el cuerpo está formado por sus componentes y no existiría
sin ellos. Esta interpretación aparece en la Carta a los Romanos
y en la Primera Carta a los Corintios, donde Pablo asume una imagen
que existía ya en la sociología romana: él dice
que un pueblo es como un cuerpo con distintos miembros, cada uno de
los cuales tiene su función, pero todos, incluso los más
pequeños y aparentemente insignificantes, son necesarios para
que el cuerpo pueda vivir y realizar sus funciones. Oportunamente el
Apóstol observa que en la Igelsia hay muchas vocaciones: profetas,
apóstoles, maestros, personas sencillas, todos llamados a vivir
cada día la caridad, todos necesarios para construir la unidad
viviente de este organismo espiritual. La otra interpretación
hace referencia al Cuerpo mismo de Cristo. Pablo sostiene que la Iglesia
no es sólo un organismo, sino que se convierte realmente en Cuerpo
de Cristo en el sacramento de la Eucaristía, donde todos recibimos
su Cuerpo y llegamos a ser realmente su Cuerpo. Se realiza así
el misterio esponsal, que todos son un solo cuerpo y un solo espíritu
en Cristo. Así la realidad va mucho más allá de
la imaginación sociológica, expresando su verdadera esencia
profunda, es decir, la unidad de todos los bautizados en Cristo, considerados
por el Apóstol uno en Cristo, conformados al sacramento
de su Cuerpo.
Diciendo
esto, Pablo muestra saber bien y nos dda a entender que la Iglesia no
es suya y no es nuestra: la Iglesia es el cuerpo de Cristo, es Iglesia
de Dios, campo de Dios, edificación de Dios,
... templo de Dios (1Cor 3,9.16). Esta última designación
es particularmente interesante, porque atribuye a un tejido de relaciones
interpersonales un término que comúnmente servía
para indicar un lugar físico, considerado sagrado. La relación
entre Iglesia y templo asume por tanto dos dimensiones complementarias:
por una parte, se aplica a la comunidad eclesial la característica
de separación y pureza que tenía el edificio sagrado,
pero por otra, se supera también el concpeto de un espacio material,
para transferir este valor a la realidad de una comunidad viva de fe.
Si antes los templos se consideraban lugares de la presencia de Dios,
ahora se sabe y se ve que Dios no habita en edificios hechos de piedra,
sino que el lugar de la presencia de Dios en el mundo es la comunidad
viva de los creyentes.
Un
discurso aparte merecería la calificación de pueblo
de Dios, que en Pablo se aplica sustancialmente al pueblo del
Antiguo Testamento y después a los paganos, que eran el
no pueblo y que se han convertido también en pueblo de
Dios gracias a su inserción en Cristo mediante la palabra y el
sacramento. Y un último esbozo. En la Carta a Timoteo Pablo califica
a la Iglesia como casa de Dios (1 Tm 3,15); y esta es una
definición realmente original, porque se refiere a la Iglesia
como estructura comunitaria en la que se viven cálidas relaciones
interpersonales de carácter familiar. El Apóstol nos ayuda
a comprender cada vez más el misterio de la Iglesia en sus distintas
dimensiones de asamblea de Dios en el mundo. Esta es la grandeza de
la Iglesia y la grandeza de nuestra llamada: somos templo de Dios en
el mundo, lugar donde Dios habita realmente, y somos, al mismo tiempo,
comunidad, familia de Dios, que es amor. Como familia y casa de Dios
debemos realizar en el mundo la caridad de Dios y ser así, con
la fuerza que viene de la fe, lugar y signo de su presencia. Oremos
al Señor para que nos conceda ser cada vez más su Iglesia,
su Cuerpo, el lugar de la presencia de su caridad en este mundo nuestro
y en nuestra historia.
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