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Vida
de los doce Césares
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Suetonio
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Venidos ante
el tribunal, el prefecto Rústico dijo a Justino:
En primer
lugar, cree en los dioses y obedece a los emperadores.
Justino respondió:
Lo irreprochable,
y que no admite condenación, es obedecer a los mandatos de
nuestro Salvador Jesucristo.
El prefecto
Rústico dijo:
¿Qué
doctrina profesas?
Justino respondió:
He procurado
tener noticia de todo linaje de doctrinas; pero sólo me he
adherido a las doctrinas de los cristianos, que son las verdaderas,
por más que no sean gratas a quienes siguen falsas opiniones.
El prefecto
Rústico dijo:
¿Con
que semejantes doctrinas te son gratas, miserable?
Justino respondió:
Sí,
puesto que las sigo conforme al dogma recto.
El prefecto
Rústico dijo:
¿Qué
dogma es ése?
Justino respondió:
El dogma
que nos enseña a dar culto al Dios de los cristianos, al
que tenemos por Dios único, el que desde el principio es
hacedor y artífice de toda la creación, visible e
invisible; y al Señor Jesucristo, por hijo de Dios, el que
de antemano predicaron los profetas que había de venir al
género humano, como pregonero de salvación y maestro
de bellas enseñanzas. Y yo, hombrecillo que soy, pienso que
digo bien poca cosa para lo que merece la divinidad infinita, confesando
que para hablar de ella fuera menester virtud profética,
pues proféticamente fue predicho acerca de éste de
quien acabo de decirte que es hijo de Dios. Porque has de saber
que los profetas, divinamente inspirados, hablaron anticipadamente
de la venida de Él entre los hombres.
El prefecto
Rústico dijo:
¿Dónde
os reunís?
Justino respondió:
Donde
cada uno prefiere y puede, pues sin duda te imaginas que todos nosotros
nos juntamos en un mismo lugar. Pero no es así, pues el Dios
de los cristianos no está circunscrito a lugar alguno, sino
que, siendo invisible, llena el cielo y la tierra Y en todas partes
es adorado y glorificado por sus fieles.
El prefecto
Rústico dijo:
Dime
donde os reunís, quiero decir, en qué lugar juntas
a tus discípulos.
Justino respondió:
Yo vivo
junto a cierto Martín, en el baño de Timiolino, y
ésa ha sido mi residencia todo el tiempo que he estado esta
segunda vez en Roma. No conozco otro lugar de reuniones sino ése.
Allí, si alguien quería venir a verme, yo le comunicaba
las palabras de la verdad.
El prefecto
Rústico dijo:
Luego,
en definitiva, ¿eres cristiano?
Justino respondió:
Sí,
soy cristiano.
El prefecto
Rústico dijo a Caritón:
Di tú
ahora, Caritón, ¿también tú eres cristiano?
Caritón
respondió:
Soy
cristiano por impulso de Dios.
El prefecto
Rústico dijo a Caridad:
¿Tú
qué dices, Caridad?
Caridad respondió:
Soy
cristiana por don de Dios.
El prefecto
Rústico dijo a Evelpisto:
¿Y
tú quién eres, Evelpisto?
Evelpisto,
esclavo del César, respondió:
También
yo soy cristiano, libertado por Cristo, y, por la gracia de Cristo,
participo de la misma esperanza que éstos.
El prefecto
Rústico dijo a Hierax:
¿También
tú eres cristiano?
Hierax respondió:
Sí,
también yo soy cristiano, pues doy culto y adoro al mismo
Dios que éstos.
El prefecto
Rústico dijo:
¿Ha
sido Justino quien os ha hecho cristianos?
Hierax respondió:
Yo soy
de antiguo cristiano, y cristiano seguiré siendo.
Mas Peón,
poniéndose en pie, dijo:
También
yo soy cristiano.
El prefecto
Rústico dijo:
¿Quién
te ha enseñado?
Peón
respondió:
Esta
hermosa confesión la recibimos de nuestros padres.
Evelpisto dijo:
De Justino,
yo tenía gusto en oír los discursos: pero el ser cristiano,
también a mí me viene de mis padres.
El prefecto
Rústico dijo:
¿Dónde
están tus padres?
Evelpisto respondió:
En Capadocia.
El prefecto
Rústico le dijo a Hierax:
Y tus
padres, ¿dónde están?
E Hierax respondió
diciendo:
Nuestro
verdadero padre es Cristo, y nuestra madre la fe en Él; en
cuanto a mis padres terrenos, han muerto, y yo vine aquí
sacado a la fuerza de Iconio de Frigia.
El prefecto
Rústico dijo a Liberiano:
¿Y
tú qué dices? ¿También tú eres
cristiano? ¿Tampoco tú tienes religión?
Liberiano respondió:
También
yo soy cristiano; en cuanto a mi religión, adoro al solo
Dios verdadero.
El prefecto
dijo a Justino:
Escucha
tú, que pasas por hombre culto y crees conocer las verdaderas
doctrinas. Si después de azotado te mando cortar la cabeza,
¿estás cierto que has de subir al cielo?
Justino respondió:
Si sufro
eso que tú dices, espero alcanzar los dones de Dios; y sé,
además, que a todos los que hayan vivido rectamente, les
espera la dádiva divina hasta la conflagración de
todo el mundo.
El prefecto
Rústico dijo:
Así,
pues, en resumidas cuentas, te imaginas que has de subir a los cielos
a recibir allí no sé qué buenas recompensas.
Justino respondió:
No me
lo imagino, sino que lo sé a ciencia cierta, y de ello tengo
plena certeza.
El prefecto
Rústico dijo:
Vengamos
ya al asunto propuesto, a la cuestión necesaria y urgente.
Poneos, pues, juntos, y unánimemente sacrificad a los dioses.
Justino dijo:
Nadie
que esté en su cabal juicio se pasa de la piedad a la impiedad.
El prefecto
Rústico dijo:
Si no
obedecéis, seréis inexorablemente castigados.
Justino dijo:
Nuestro
más ardiente deseo es sufrir por amor de nuestro Señor
Jesucristo para salvarnos, pues este sufrimiento se nos convertirá
en motivo de salvación y confianza ante el tremendo y universal
tribunal de nuestro Señor y Salvador.
En el mismo
sentido hablaron los demás mártires:
Haz
lo que tú quieras; porque nosotros somos cristianos y no
sacrificamos a los ídolos.
El prefecto
Rústico pronunció la sentencia, diciendo:
«Los
que no han querido sacrificar a los dioses ni obedecer al mandato
del emperador, sean, después de azotados, conducidos al suplicio,
sufriendo la pena capital, conforme a las leyes».
Los
santos mártires, glorificando a Dios, salieron al lugar acostumbrado,
y, cortándoles allí las cabezas, consumaron su martirio
en la confesión de nuestro Salvador. Mas algunos de los fieles
tomaron a escondidas los cuerpos de ellos y los depositaron en lugar
conveniente, cooperando con ellos la gracia de nuestro Señor
Jesucristo, a quien sea gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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