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Obras
Completas
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Santa
Teresa de Jesús
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Creer
y amar con Benedicto XVI
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José
Luis García labrado
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Alexia:
alegría y heroísmo en la enfermedad
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Miguel
Angel Monge
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La
esencia del cristianismo
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Romano
Guardini
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La
vida de Jesucristo en la predicacion de Juan Pablo II
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Pedro
Beteta
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Práctica
del amor a Jesucristo
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San
Alfonso María de Ligorio
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La
escuela del Espiritu Santo
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Jacques
Philippe
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La
Virgen Nuestra Señora (26ª ed.)
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Después
de esta vida (5ª ed.)
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Queridos hermanos
y hermanas,
hoy querría
hablaros de santa Teresa de Lisieux, Teresa del Niño Jesús
y del Rostro Santo, que vivió en este mundo sólo 24 años,
a finales del s.XIX, llevando una vida muy sencilla y oculta, pero que
después de su muerte y de la publicación de sus escritos,
se convirtió en una de las santas más conocidas y amadas.
La pequeña Teresa no ha dejado de ayudar a las almas
más sencillas, los pequeños, los pobres, los que sufren,
y que le rezan, pero también ha iluminado toda la Iglesia, con
su profunda doctrina espiritual, hasta tal punto que el Venerable Juan
Pablo II, en 1997, quiso darle el título de Doctora de la Iglesia,
añadiéndolo el título de Patrona de las Misiones,
que ya le otorgó Pío XI en 1939. Mi amado Predecesor la
definió como experta de la scientia amoris" (Novo
Millennio ineunte, 27). Esta ciencia, que ve resplandecer en el amor
toda la verdad de la fe, Teresa la expresa principalmente en el relato
de su vida, publicado un año después de su muerte bajo
el título de Historia de un alma. Es un libro que tuvo enseguida
un enorme éxito, fue traducido a muchas lenguas y difundido en
todo el mundo. Quisiera invitaros a redescubrir este pequeño-gran
tesoro, ¡este luminoso comentario del Evangelio plenamente vivido!
Historia de un alma, de hecho, ¡es una maravillosa historia de
Amor, relatada con tal autenticidad, sencillez y frescura ante la que
el lector no puede sino quedar fascinado!. Sin embargo, ¿cuál
es este Amor que ha colmado toda la vida de Teresa, desde la infancia
hasta su muerte? Queridos amigos, este Amor tiene un Rostro, tiene un
Nombre, ¡es Jesús!. La santa habla continuamente de Jesús.
Recorramos, entonces, las grandes etapas de su vida, para entrar en
el corazón de su doctrina.
Teresa nació
el 2 de enero de 1873 en Alençon, un ciudad de Normandía,
en Francia. Era la última hija de Luis y Celia Martin, esposos
y padres ejemplares, beatificados los dos el 19 de octubre de 2008.
Tuvieron nueve hijos, de estos cuatro murieron en edad temprana. Quedaron
cinco hijas, que se hicieron religiosas todas. Teresa, a los 4 años,
quedó profundamente afectada por la muerte de su madre (Ms A,
13r). El padre junto a las hijas, se trasladó entonces a la ciudad
de Lisieux, donde se desarrolló toda la vida de la santa. Más
tarde Teresa, sufriendo una enfermedad nerviosa grave, se curó
gracias a una gracia divina, que ella misma definió como la
sonrisa de la Virgen (ibid., 29v-30v). Recibió la Primera
Comunión, vivida intensamente (ibid., 35r), y puso a Jesús
Eucaristía en el centro de su existencia.
La Gracia
de la Navidad del 1886 marcó el punto de inflexión,
lo que ella llamó su completa conversión (ibid.,
44v-45r). De hecho, se curó totalmente de su hipersensibilidad
infantil e inició una carrera de gigante. A la edad
de 14 años, Teresa se acercó cada vez más, con
gran fe, a Jesús Crucificado, y se tomó muy en serio el
caso, aparentemente desesperado, de un criminal condenado a muerte e
impenitente (ibid., 45v-46v). Quería a toda costa impedirle
que fuese al infierno, escribió la Santa, con la certeza
de que su oración lo habría puesto en contacto con la
Sangre redentora de Jesús. Es su primera y fundamental experiencia
de maternidad espiritual: Tanta confianza tenía en la Misericordia
Infinita de Jesús, escribió. Con María Santísima,
la joven Teresa ama, cree y espera con un corazón de madre
(cfr PR 6/10r).
En noviembre de
1887, Teresa va de peregrinación a Roma junto a su padre y a
su hermana Celina (ibid., 55v-67r). Para ella, el momento culminante
es la Audiencia del Papa León XIII, al que pide el permiso de
entrar, con apenas 15 años, en el Carmelo de Lisieux. Un año
después, su deseo se realizó: se hace carmelita, para
salvar las almas y rezar por los sacerdotes (ibid., 69v). Al mismo
tiempo, comienza la dolorosa y humillante enfermedad mental de su padre.
Es un gran sufrimiento que conduce a Teresa a la contemplación
del Rostro de Jesús en su Pasión (ibid., 71rv).
De esta manera,
Su nombre de religiosa -sor Teresa del Niño Jesús y del
Rostro Santo- expresa el programa de toda su vida, en la comunión
con los Misterios centrales de la Encarnación y de la Redención.
Su profesión religiosa, en la fiesta de la Natividad de María,
el 8 de septiembre de 1890, es para ella un verdadero matrimonio espiritual
en la pequeñez del Evangelio, caracterizada por el
símbolo de la flor: ¡Qué bella fiesta la Natividad
de María para convertirme en la esposa de Jesús!
-escribe-. Era la pequeña Virgen Santa de un día, que
presentaba su pequeña flor al pequeño Jesús (ibid.,
77r). Para Teresa, ser religiosa significa ser esposa de Jesús
y madre de las almas (cfr Ms B, 2v). El mismo día, la santa escribió
una oración que indica la orientación de su vida: pide
al Jesús el don de su Amor infinito, de ser la más pequeña,
y sobre todo pide la salvación de todos los hombres: Que
ningún alma se condene hoy (Pr 2). De gran importancia
es su Oferta al Amor Misericordioso, hecha en la fiesta de la Santísima
Trinidad de 1985 (Ms A, 83v-84r; Pr 6): una ofrenda que Teresa comparte
enseguida con sus hermanas siendo ya vicemaestra de novicias.
Diez años
después de la Gracia de Navidad, en 1896, llega la
Gracia de Pascua, que abre el último periodo de la
vida de Teresa, con el inicio de su pasión profundamente unida
a la Pasión de Jesús; se trata de la Pasión del
cuerpo, con la enfermedad que la condujo a la muerte a través
de grandes sufrimientos, pero sobre todo se trata de la pasión
del alma, con una muy dolorosa prueba de la fe (Ms C, 4v-7v). Con María
al lado de la Cruz de Jesús, Teresa vive ahora la fe más
heroica, como luz en las tinieblas que le invaden el alma. La Carmelita
tiene la conciencia de vivir esta gran prueba para la salvación
de todos los ateos del mundo moderno, llamados por ella hermanos.
Vivió, entonces, más intensamente el amor fraterno (8r-33v):
hacia las hermanas de su comunidad , hacia sus dos hermanos espirituales
misioneros, hacia los sacerdotes y todos los hombres, especialmente
los más alejados. ¡Se convierte en una hermana universal!.
Su caridad amable y sonriente es la expresión de la alegría
profunda cuyo secreto nos revela: Jesús, mi alegría
es amarte a Ti (P 45/7). En este contexto de sufrimiento, viviendo
el más grande amor en las más pequeñas cosas de
la vida cotidiana, la santa lleva a su total cumplimiento, su vocación
de ser el Amor en el Corazón de la Iglesia (cfr Ms B, 3v).
Teresa murió
la noche del 30 de septiembre de 1897, pronunciando las sencillas palabras:
¡Dios mío, os amo!, mirando el crucifijo que apretaba
con sus manos. Estas últimas palabras de la santa son la clave
de toda su doctrina, de su interpretación del Evangelio. El acto
de amor, expresado en su último aliento, era como la respiración
continua de su alma, como los latidos de su corazón. Las sencillas
palabras: Jesús, te amo son el centro de todos sus escritos.
El acto de amor a Jesús la introduce en la Santísima Trinidad.
Ella escribió: Ah, tú lo sabes, Divino Jesús,
Te amo,/ El espíritu de Amor me inflama con su fuego, /Y amándote
a Ti, me atraigo al Padre (P 17/2).
Queridos amigos,
también nosotros con santa Teresa del Niño Jesús,
debemos poder repetir cada día al Señor, que queremos
vivir de amor a Él y a los demás, aprender en la escuela
de los santos a amar de una forma auténtica y total. Teresa es
uno de los pequeños del Evangelio que se dejan llevar
por Dios en la profundidad de su Misterio. Una guía para todos,
sobre todo para los que, en el Pueblo de Dios, desarrollan el ministerio
de teólogos. Con la humildad y la caridad, la fe y la esperanza,
Teresa entra continuamente en el corazón de las Sagradas Escrituras
que contiene el Misterio de Cristo. Y esta lectura de la Biblia, nutrida
por la ciencia del amor, no se opone a la ciencia académica.
La ciencia de los santos, de hecho, de la que ella habla en la última
página de Historia de un alma, es la ciencia más alta:
Todos los santos la han entendido y en particular, quizás,
aquellos que llenaron el universo con la irradiación de la doctrina
evangélica. ¿No es quizás, por la oración
que los Santos Pablo, Agustín, Juan de la Cruz, Tomás
de Aquino, Francisco, Domingo y tantos otros ilustre Amigos de Dios
obtuvieron esta ciencia divina que fascina a los genios más grandes?
(Ms C, 36r). Inseparable del Evangelio, la Eucaristía es para
Teresa el Sacramento del Amor Divino que desciende hasta el extremo
para levantarnos hasta Él. En su última Carta, la Santa
escribe estas sencillas palabras sobre la imagen que representa Jesús
Niño en la Hostia consagrada: ¡No puedo temer a un
Dios que por mí se ha hecho tan pequeño! (
) ¡Yo
lo amo! ¡De hecho, Él no es más que Amor y Misericordia!(LT
266).
En el Evangelio,
Teresa descubre sobre todo la Misericordia de Jesús, hasta el
punto de afirmar: ¡Él me ha dado su Misericordia
infinita, a través de esta contemplo y adoro las demás
perfecciones divinas! (
) Y entonces todas me parecen radiantes
de amor, la Justicia misma (y quizás mucho más que cualquier
otra), me parece revestida de amor(Ms A, 84r). Así se expresa
también en las últimas líneas de la Historia de
un alma: Apenas hojeo el Santo Evangelio, enseguida respiro el
perfume de la vida de Jesús y sé hacia donde correr...
No es al primer lugar, sino al último al que me dirijo... Sí
lo siento, incluso si tuviese sobre la conciencia todos los pecados
que se pueden cometer, iría con el corazón destrozado
por el arrepentimiento, a lanzarme en los brazos de Jesús, porque
sé cuanto ama al hijo pródigo que vuelve a Él
(Ms C, 36v-37r). Confianza y Amor son por tanto el punto
final del relato de su vida, dos palabras que como faros, han iluminado
todo su camino de santidad, para poder guiar a otros sobre su mismo
pequeño camino de confianza y amor, de la infancia
espiritual (cf Ms C, 2v-3r; LT 226). Confianza como la del niño
que se abandona en las manos de Dios, inseparable por el compromiso
fuerte, radical del verdadero amor, que es el don total de sí
mismo, para siempre, como dice la santa contemplando a María:
Amar es dar todo, y darse a sí mismo (Perché
ti amo, o Maria, P 54/22). Así teresa nos indica a todos nosotros
que la vida cristiana consiste en vivir plenamente la gracia del Bautismo
en el don total de sí al Amor del Padre, para vivir como Cristo,
en el fuego del Espíritu Santo, Su mismo amor por los demás.
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