|
Obras
Completas
|
Santa
Teresa de Jesús
|
|
Creer
y amar con Benedicto XVI
|
José
Luis García labrado
|
|
La
vida de Jesucristo en la predicacion de Juan Pablo II
|
Pedro
Beteta
|
|
Práctica
del amor a Jesucristo
|
San
Alfonso María de Ligorio
|
|
La
escuela del Espiritu Santo
|
Jacques
Philippe
|
|
La
Virgen Nuestra Señora (26ª ed.)
|
|
|
Después
de esta vida (5ª ed.)
|
|
|
|
|
Queridos hermanos
y hermanas,
recuerdo aún
con alegría la acogida festiva que se me reservó en 2008
en Brindisi, la ciudad que en 1559 vio nacer a un insigne doctor de
la Iglesia, san Lorenzo de Brindisi, nombre que Giulio Cesare Rossi
asumió al entrar en la Orden de los Capuchinos. Desde la infancia
fue atraído por la familia de san Francisco de Asís. De
hecho, huérfano de padre a los siete años, fue confiado
por la madre a los cuidados de los frailes Conventuales de su ciudad.
Algunos años después, sin embargo, se trasladó
con su madre a Venecia, y precisamente en el Véneto conoció
a los Capuchinos, que en aquella época se habían puesto
generosamente al servicio de toda la Iglesia, para incrementar la gran
reforma espiritual promovida por el Concilio de Trento. En 1575 Lorenzo,
con la profesión religiosa, se convirtió en fraile capuchino,
y en 1582 fue ordenado sacerdote. Ya durante los estudios eclesiásticos
mostró las eminentes cualidades intelectuales de las que había
sido dotado. Aprendió fácilmente las lenguas antiguas,
entre ellas el griego, el hebreo y el sirio, y las modernas como el
francés y el alemán, que se unían al conocimiento
de la lengua italiana y al de la latina, que en esa época se
hablaba con fluidez entre los eclesiásticos y los hombres de
cultura.
Gracias al dominio
de muchos idiomas, Lorenzo pudo llevar a cabo un intenso apostolado
hacia diversas categorías de personas. Predicador eficaz, conocía
de modo profundo no sólo la Biblia, sino también la literatura
rabínica, que los propios Rabinos se quedaban asombrados y admirados,
manifestándole estima y respeto. Teólogo versado en la
Sagrada Escritura y en los Padres de la Iglesia, era capaz de ilustrar
de modo ejemplar la doctrina católica también a los cristianos
que, sobre todo en Alemania, se habían adherido a la Reforma.
Con su exposición clara y tranquila, mostraba el fundamento bíblico
y patrístico de todos los artículos de fe puestos en discusión
por Martín Lutero. Entre estos, la primacía de san Pedro
y de sus sucesores, el origen divino del Episcopado, la justificación
como transformación interior del hombre, la necesidad de las
obras buenas para la salvación. El éxito que gozó
Lorenzo nos ayuda a comprender que también hoy, llevando hacia
adelante el diálogo ecuménico con tanta esperanza y la
confrontación con las Sagradas Escrituras, leídas según
la Tradición de la Iglesia, constituyen un elemento irrenunciable
y de fundamental importancia, como he querido recordar en la Exhortación
Apostólica Verbum Domini (n.46).
También
los fieles más sencillos, no dotados de gran cultura, se beneficiaron
de las palabras convincentes de Lorenzo, que se dirigía a la
gente humilde para exhortar a todos a la coherencia de la propia vida
con la fe profesada. Esto fue un gran mérito de los Capuchinos
y de otras órdenes religiosas, que en los siglos XVI y XVII,
contribuyeron a la renovación de la vida cristiana penetrando
en profundidad en la sociedad con su testimonio de vida y sus enseñanzas.
También hoy, la nueva evangelización necesita apóstoles
bien preparados, con celo y valientes, para que la luz y la belleza
del Evangelio prevalezcan sobre las tendencias culturales del relativismo
ético y de la indiferencia religiosa, y transformen los distintos
modos de pensar y de actuar en un auténtico humanismo cristiano.
Es sorprendente que san Lorenzo de Brindisi pudiera desarrollar ininterrumpidamente
esta actividad de apreciado e infatigable predicador en muchas ciudades
de Italia y en distintos países, no obstante realizara encargos
importantes y de gran responsabilidad. Dentro de la Orden de los Capuchinos,
de hecho, fue profesor de teología, maestro de novicios, muchas
veces ministro provincial y consejero general y, finalmente ministro
general del 1602 al 1605.
En medio de tantos
trabajos, Lorenzo cultivó una vida espiritual de fervor excepcional,
dedicando mucho tiempo a la oración y de modo especial a la celebración
de la Santa Misa, que a menudo conllevaba horas, entendiendo y conmoviéndose
con el memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección del
Señor.
En la escuela de
los santos, todo presbítero, como ha menudo se ha subrayado durante
el reciente Año Sacerdotal, puede evitar el peligro del activismo,
de actuar, es decir, olvidando las motivaciones profundas del ministerio,
solamente si cuida su propia vida interior. Hablando a los sacerdotes
y a los seminaristas en la catedral de Brindisi, ciudad natal de san
Lorenzo, he recordado que el momento de la oración es el
más importante en la vida del sacerdote, es en el que actúa
con más eficacia la gracia divina, fecundando su ministerio.
Rezar es el primer servicio que hay que ofrecer a la comunidad. Y por
esto, los momentos de oración deben tener en nuestra vida una
verdadera prioridad.. Si no estamos interiormente en comunión
con Dios, no podemos dar nada a los demás. Por esto Dios es la
primera prioridad. Debemos reservar siempre el tiempo necesario para
estar en comunión de oración con nuestro Señor.
Por lo demás, con el ardor inconfundible de su estilo, Lorenzo
exhorta a todos, no sólo a los sacerdotes, a cultivar la vida
de oración porque por medio de esta nosotros hablamos a Dios
y Dios nos habla a nosotros: ¡Oh, si tuviésemos en
cuenta esta realidad! -exclama- Es decir que Dios está de verdad
presente ante nosotros cuando le hablamos rezando; que escucha verdaderamente
nuestra oración, aunque si solo rezamos con el corazón
y con la mente. Y no sólo está presente y nos escucha,
sino que puede y desea contestar voluntariamente y con máximo
placer nuestras preguntas.
Otro detalle que
caracteriza la obra de este hijo de San Francisco es su actuación
por la paz. Sea los Sumos Pontífices que los príncipes
católicos le confiaron repetidamente importantes misiones diplomáticas
para dirimir controversias y favorecer la concordia entre los Estados
Europeos, amenazados en aquel tiempo por el Imperio otomano. La autoridad
moral que tenía lo hacía ser considerado consejero solicitado
y escuchado. Hoy, como en los tiempos de San Lorenzo, el mundo tiene
necesidad de hombres y mujeres pacíficos y pacificadores. Todos
los que creen en Dios deben ser siempre fuentes y constructores de paz.
Fue en ocasión de una de estas misiones diplomáticas cuando
Lorenzo terminó su vida terrena, en 1619 en Lisboa, donde había
ido a encontrarse con el rey de España, Felipe III, para defender
la causa de sus súbditos napolitanos acosados por las autoridades
locales.
Fue canonizado
en 1881 y, con motivo de su vigorosa e intensa actividad, de su amplia
y armoniosa ciencia, mereció el título de Doctor apostolicus,
Doctor apostólico, de parte del Beato Papa Juan XXIII
en 1959, con ocasión del cuarto centenario de su nacimiento.
Tal reconocimiento fue concedido a Lorenzo de Brindisi, también,
porque fue autor de numerosas obras de exégesis bíblica,
de teología y de escritos destinados a la predicación.
En estos ofrece una exposición sistemática de la historia
de la salvación, centrada en el misterio de la Encarnación,
la más grande manifestación del amor divino por los hombres.
Además, siendo un mariólogo de gran valor, autor de un
compendio de sermones sobre Nuestra Señora llamado Mariale,
pone en evidencia el papel único de la Virgen María, de
la que afirma con claridad la Inmaculada Concepción y la cooperación
en la obra de redención cumplida en Cristo.
Con fina sensibilidad
teológica, Lorenzo de Brindisi también puso de relieve
la acción del Espíritu Santo en la existencia del creyente,
Nos recuerda que con sus dones, la Tercera Persona de la Santísima
Trinidad, ilumina y ayuda en nuestro compromiso de vivir con alegría
el mensaje del Evangelio. El Espíritu Santo -escribe San
Lorenzo- vuelve dulce el yugo de la ley divina y ligero su peso, de
manera que sigamos los mandamientos de Dios con gran facilidad, incluso
con complacencia.
Quisiera completar
esta breve presentación de la vida y de la doctrina de San Lorenzo
de Brindisi, destacando que toda su actividad fue inspirada por un gran
amor a las Sagradas Escrituras, que sabía ampliamente de memoria,
y por la convicción de que la escucha y la acogida de la Palabra
de Dios produce una transformación interior que nos conduce a
la santidad. La Palabra del Señor -afirmó- es luz
del intelecto y fuego para la voluntad, para que el hombre pueda conocer
y amar a Dios. Para el hombre interior, que por medio de la gracia vive
del Espíritu Santo, es pan y agua, pero pan dulce como la miel
y agua mejor que el vino y la leche... Es un martillo contra un corazón
duramente obstinado en los vicios. Es una espada contra la carne, el
mundo y el demonio, para destruir todo pecado. San Lorenzo de
Brindisi nos enseña a amar las Sagradas Escrituras, a crecer
en la familiaridad con ella, a cultivar cotidianamente la relación
de amistad con el Señor en la oración, para que todas
nuestras acciones, toda nuestra actividad tenga en Él su comienzo
y su cumplimento. Esta es la fuente a la que acudir para que nuestro
testimonio cristiano sea luminoso y sea capaz de conducir a los hombres
de nuestro tiempo hasta Dios.
|