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Obras
Completas
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Santa
Teresa de Jesús
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Creer
y amar con Benedicto XVI
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José
Luis García labrado
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La
esencia del cristianismo
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Romano
Guardini
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La
vida de Jesucristo en la predicacion de Juan Pablo II
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Pedro
Beteta
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Práctica
del amor a Jesucristo
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San
Alfonso María de Ligorio
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La
escuela del Espiritu Santo
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Jacques
Philippe
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La
Virgen Nuestra Señora (26ª ed.)
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Después
de esta vida (5ª ed.)
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Queridos hermanos
y hermanas,
San
Roberto Belarmino, del cual deseo hablaros hoy, nos lleva con la memoria
al tiempo de la dolorosa escisión de la cristiandad occidental,
cuando un grave crisis política y religiosa provocó el
distanciamiento de naciones enteras de la Sede Apostólica.
Nació el
4 de octubre de 1542, en Montepulciano, cerca de Siena, era sobrino,
por parte de madre, del papa Marcelo II. Tuvo una excelente formación
humanística antes de entrar en la Compañía de Jesús
el 20 de septiembre de 1560. Los estudios de filosofía y teología,
que realizó entre el Colegio Romano, Padua y Lovaina, centrados
en santo Tomás y en los Padres de la Iglesia, fueron decisivos
para su orientación teológica. Ordenado sacerdote el 25
de marzo de 1570, fue, durante algunos años, profesor de teología
en Lovaina.
Sucesivamente,
llamado a Roma como profesor en el Colegio Romano, le fue confiada la
cátedra de Apologética; en la década
en la que desempeñó tal encargo (1576-1586), elaboró
un curso de lecciones recogidas después en el Controversia, obra
súbito célebre por la claridad y la riqueza de contenidos
y por el corte prevalentemente histórico. Había terminado
hacía poco tiempo el Concilio de Trento y para la Iglesia Católica
era necesario reforzar y confirmar su propia identidad también
respecto a la Reforma protestantes. La acción de Belarmino se
insertó en este contexto. Desde el 1588 al 1594 fue, primero,
padre espiritual de los estudiantes jesuitas del Colegio Romano, entre
los cuales conoció y dirigió a san Luis Gonzaga, después
superior religioso. El Papa Clemente VII lo nombró teólogo
pontificio, consultor del Santo Oficio y rector del Colegio de Confesores
de la Basílica de San Pedro. Del 1597 al 1598 escribe su catecismo,
Dottrina cristiana breve, que fue su trabajo más famoso.
El 3 de marzo de
1599 fue nombrado cardenal por el Papa Clemente VIII y, el 18 de marzo
de 1602, fue nombrado arzobispo de Capua. Recibió la ordenación
episcopal el 21 de abril del mismo año. En los tres años
en los que fue obispo diocesano, se distinguió por el celo con
que predicaba en la catedral, por la visita que realizaba semanalmente
en las parroquias, por los tres Sínodos diocesanos y un Concilio
provincial al que dio vida. Después de haber participado en los
cónclaves que eligieron a los Papas León XI y Pablo V,
fue llamado a Roma, donde formó parte de las Congregaciones del
Santo Oficio, del Índice, de los Ritos, de los Obispos y de la
Propagación de la Fe. Tuvo también encargos diplomáticos,
en la República de Venecia e Inglaterra, defendiendo los derechos
de la Sede Apostólica. En sus últimos años compuso
varios libros de espiritualidad, en los cuales condensó el fruto
de sus ejercicios espirituales anuales. De la lectura de los mismos
el pueblo cristiano obtiene, todavía hoy, gran edificación.
Murió en Roma el 17 de septiembre de 1621. El Papa Pío
XI lo beatificó en 1923, lo canonizó en 1930 y lo proclamó
Doctor de la Iglesia en 1931.
San Roberto Belarmino
tuvo un papel importante en la Iglesia en las últimas décadas
del siglo XVI y de los primeros años del siglo sucesivo. Sus
Controversiae constituyeron un punto de referencia, todavía válido,
para la eclesiología católica sobre las cuestiones acerca
de la Revelación, la naturaleza de la Iglesia, los Sacramentos
y la antropología teológica. En estos se acentúa
el aspecto institucional de la Iglesia, con motivo de los errores que
circulaban sobre tales cuestiones. Incluso Belarmino aclaró los
aspectos invisibles de la Iglesia como el Cuerpo Místico y lo
ilustró con la analogía del cuerpo y del alma, con el
fin de describir la relación entre las riquezas internas de la
Iglesia y los aspectos exteriores que la vuelven perceptible. En esta
obra monumental, que intenta sistematizar las varias controversias teológicas
de la época, él evita todo corte polémico y agresivo
respecto a las ideas de la Reforma, y usa los argumentos de la razón
y de la Tradición de la Iglesia e ilustra de un modo claro y
eficaz la doctrina católica
Sin embargo, su
legado se encuentra en la forma en la que concibió su trabajo.
Los tediosos oficios de gobierno no le impidieron, de hecho, caminar
hacia la santidad con la fidelidad a las exigencias de su propio estado
de religioso, sacerdote y obispo. De esta fidelidad surge su compromiso
con la predicación. Siendo, como sacerdote y obispo, antes que
nada un pastor de almas, sintió el deber de predicar asiduamente.
Hay centenares de sermones -las homilías- realizadas en Flandes,
en Roma, en Nápoles y en Capua con ocasión de las celebraciones
litúrgicas. No menos abundantes son sus expositiones y las explanationes
a los párrocos, a las religiosas, a los estudiantes del Colegio
Romano, que a menudo hablan de la Sagrada Escritura especialmente de
las Epístolas de san Pablo. Su predicación y sus catequesis
tienen este mismo carácter de sencillez que obtuvo de la educación
jesuita, toda dirigida concentrar las fuerzas del alma en Jesús,
profundamente conocido, amado e imitado.
En los escritos
de este hombre de gobierno se advierte de modo claro, incluso en la
reserva en la que esconde sus sentimientos, la primacía que asigna
a las enseñanzas de Cristo. San Belarmino ofrece de esta manera
un modelo de oración, alma de toda actividad: una oración
que escucha la Palabra del Señor, que se colma con la contemplación
de la grandeza, que no se encierra en sí misma, que se alegra
de abandonarse a Dios. Un signo distintivo de la espiritualidad del
Belarmino y la percepción viva y personal de la inmensa bondad
de Dios, por el que nuestro Santo se sentía verdaderamente hijo
amado por Dios y era fuente de gran alegría el recogerse, con
serenidad y sencillez, en la oración, en la contemplación
de Dios. En su libro De ascensione mentis in Deum -Elevación
de la mente a Dios- compuesto sobre la estructura del Itinerarium de
san Buenaventura, exclama: Oh alma, tu ejemplo es Dios, belleza
infinita, luz sin sombras, esplendor que supera el de la luna y del
sol. Alza los ojos a Dios en el que se encuentran los arquetipos de
todas las cosas, y del cual, como desde una fuente de infinita fecundidad,
deriva esta variedad casi infinita de las cosas. Por tanto debes concluir:
quien encuentra a Dios encuentra todas las cosas, quien pierde a Dios
pierde todo.
En este texto se
oye el eco de la célebre contemplatio ad amorem obtineundum-
contemplación para obtener el amor- de los Ejercicios Espirituales
de san Ignacio de Loyola. El Belarmino, que vivió en la fastuosa
y a menudo malsana sociedad de los últimos años del siglo
XVI y la primera del siglo XVII, de esta contemplación recoge
aplicaciones prácticas y proyecta la situación de la Iglesia
de su tiempo con animosa inspiración pastoral. En el libro De
arte bene moriendi -el arte de morir bien- por ejemplo, indica como
norma segura del buen vivir y también del buen morir, el meditar
a menudo y seriamente que se deberá rendir cuentas a Dios de
las propias acciones y del propio modo de vivir, y evitar la acumulación
de riquezas en esta tierra, sino de vivir sencillamente y con caridad
para acumular bienes en el cielo. En el libro De gemitu columbae -El
gemido de la paloma, donde la paloma representa a la Iglesia- exhorta
con fuerza al clero y a todos los fieles a una reforma personal y concreta
de la propia vida siguiendo lo que enseñan las Escrituras y los
Santos, entre los cuales cita en particular a san Gregorio Nacianceno,
san Juan Crisóstomo, san Jerónimo y san Agustín,
además de los grandes fundadores de órdenes religiosas
como san Benito, santo Domingo y san Francisco. Belarmino enseña
con gran claridad y con el ejemplo de su propia vida que no puede haber
una verdadera reforma de la Iglesia si primero no se da nuestra reforma
personal y la conversión de nuestro corazón.
En los Ejercicios
espirituales de san Ignacio, Belarmino daba consejos para comunicar
de un modo profunda, también a los más sencillos, la belleza
de los misterios de la fe. Escribió Si tienes sabiduría,
comprendes que has sido creado para la gloria de Dios y para tu salvación
eterna. Esta es tu finalidad, este es el centro de tu alma, este es
el tesoro de tu corazón. Por esto, considera bueno para ti, lo
que te conduce a esta finalidad, verdadero mal lo que no lo hace. Sucesos
prósperos o adversos, riquezas y pobreza, salud y enfermedad,
honores y ultrajes, vida y muerte, el sabio no debe ni buscarlos ni
evitarlos por sí mismo. Son buenos y deseables solo si contribuyen
a la gloria de Dios y a tu felicidad eterna, son malos y evitables si
la obstaculizan (De ascensione mentis in Deum, grad. 1).
Estas, obviamente
no son palabras pasadas de moda, sino palabras para meditar largamente
hoy por nosotros para orientar nuestro camino sobre esta tierra. Nos
recuerdan que el fin de nuestra vida es el Señor, el Dios que
se ha revelado en Jesucristo, en el cual Él continua llamándonos
y prometiéndonos la comunión con Él. Nos recuerdan
la importancia de confiar en el Señor, de vivir una vida fiel
al Evangelio, de aceptar e iluminar con la fe y con la oración
toda circunstancia y toda acción de nuestra vida, siempre deseosos
de la unión con Él. Gracias.
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