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Obras
Completas
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Santa
Teresa de Jesús
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Creer
y amar con Benedicto XVI
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José
Luis García labrado
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Alexia:
alegría y heroísmo en la enfermedad
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Miguel
Angel Monge
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La
esencia del cristianismo
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Romano
Guardini
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La
vida de Jesucristo en la predicacion de Juan Pablo II
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Pedro
Beteta
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Práctica
del amor a Jesucristo
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San
Alfonso María de Ligorio
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La
escuela del Espiritu Santo
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Jacques
Philippe
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La
Virgen Nuestra Señora (26ª ed.)
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Después
de esta vida (5ª ed.)
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Queridos hermanos
y hermanas,
hace dos semanas
presenté la figura de la gran mística española
Teresa de Jesús. Hoy quisiera hablar de otro importante santo
de esas tierras, amigo espiritual de santa Teresa, reformador, junto
a ella, de la familia religiosa carmelita: san Juan de la Cruz, proclamado
Doctor de la Iglesia por el papa Pío XI, en 1926, y al que la
tradición puso el sobrenombre de Doctor mysticus, Doctor
místico.
Juan de la Cruz
nació en 1542 en la pequeña villa de Fontiveros, cerca
de Ávila, en Castilla la Vieja, hijo de Gonzalo de Yepes y Catalina
Álvarez. La familia era paupérrima, porque el padre, de
noble origen toledano, había sido expulsado de casa y desheredado
por haberse casado con Catalina, una humilde tejedora de seda. Huérfano
de padre a tierna edad, Juan, a los nueve años, se trasladó,
con la madre y el hermano Francisco, a Medina del Campo, cerca de Valladolid,
centro comercial y cultural. Aquí asistió al Colegio de
los Doctrinos, llevando a cabo también trabajos humildes para
las monjas de la iglesia-convento de la Magdalena. Posteriormente, dadas
sus cualidades humanas y sus resultados en los estudios. Fue admitido
primero como enfermero en el Hospital de la Concepción, y después
en el Colegio de los Jesuitas, apenas fundado en Medina del Campo: en
él entró Juan a los dieciocho años y estudió
durante tres años ciencias humanas, retórica y lenguas
clásicas. Al final de su formación, tenía muy clara
su propia vocación: la vida religiosa y, entre las muchas órdenes
presentes en Medina, se sintió llamado al Carmelo.
En el verano de
1563 inició el noviciado entre los Carmelitas de la ciudad, asumiendo
el nombre religioso de Matías. Al año siguiente fue destinado
a la prestigiosa Universidad de Salamanca, donde estudió por
un trienio filosofía y artes. En 1567 fue ordenado sacerdote
y volvió a Medina del Campo para celebrar su Primera Misa rodeado
del afecto de sus familiares. Precisamente aquí tuvo lugar el
primer encuentro entre Juan y Teresa de Jesús. El encuentro fue
decisivo para ambos: Teresa le expuso su plan de reforma del Carmelo
también en la rama masculina, y propuso a Juan que se adhiriera
a él para mayor gloria de Dios; el joven sacerdote
quedó fascinado por las ideas de Teresa, hasta el punto de convertirse
en un gran apoyo del proyecto. Los dos trabajaron juntos algunos meses,
compartiendo ideales y propuestas para inaugurar lo antes posible la
primera casa de Carmelitas descalzos: la apertura tuvo lugar el 28 de
diciembre de 1568 en Duruelo, lugar solitario de la provincia de Ávila.
Con Juan, formaban esta primera comunidad masculina otros tres compañeros.
Al renovar su profesión religiosa según la Regla primitiva.
Los cuatro adoptaron un nuevo nombre: Juan se llamó entonces
de la Cruz, nombre con el que será después
universalmente conocido. A finales de 1572, a petición de santa
Teresa, se convirtió en confesor y vicario del monasterio de
la Encarnación de Ávila, donde la Santa era priora. Fueron
años de estrecha colaboración y amistad espiritual, que
enriqueció a ambos. A aquel periodo se remontan también
las más importantes obras teresianas y los primeros escritos
de Juan.
La adhesión
a la reforma carmelita no fue fácil y le costó a Juan
incluso graves sufrimientos. El episodio más dramático
fue, en 1577, su apresamiento y su encarcelamiento en el convento de
los Carmelitas de la Antigua Observancia de Toledo, a raíz de
una acusación injusta. El santo permaneció en prisión
durante seis meses, sometido a privaciones y constricciones físicas
y morales. Aquí compuso, junto con otras poesías, el célebre
"Cántico espiritual". Finalmente, en la noche entre
el 16 y el 17 de agosto de 1578, consiguió huir de forma aventurada,
refugiándose en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de
la ciudad. Santa Teresa y sus compañeros reformados celebraron
con inmensa alegría su liberación y, tras un breve tiempo
para recuperar las fuerzas, Juan fue destinado a Andalucía, donde
transcurrió diez años en varios conventos, especialmente
en Granada. Asumió cargos cada vez más importantes en
la Orden, hasta llegar a ser Vicario Provincial, y completó la
redacción de sus tratados espirituales. Después volvió
a su tierra natal, como miembro del gobierno general de la familia religiosa
teresiana, que gozaba ya de plena autonomía jurídica.
Vivió en el Carmelo de Segovia, desempeñando el cargo
de superior de esa comunidad. En 1591 fue quitado de toda responsabilidad
y destinado a la nueva Provincia religiosa de México. Mientras
se preparaba para el largo viaje con otros diez compañeros, se
retiró a un convento solitario cerca de Jaén, donde enfermó
gravemente. Juan afrontó con ejemplar serenidad y paciencia enormes
sufrimientos. Murió en la noche entre el 13 y el 14 de diciembre
de 1591, mientras sus hermanos recitaban el Oficio matutino. Se despidió
de ellos diciendo: Hoy voy a cantar el Oficio en el cielo.
Sus restos mortales fueron trasladados a Segovia. Fue beatificado por
Clemente X en 1675 y canonizado por Benedicto XIII en 1726.
Juan es considerado
uno de los más importantes poetas líricos de la literatura
española. Sus obras mayores son cuatro: Subida al Monte Carmelo,
Noche oscura, Cántico espiritual y Llama de amor viva.
En el Cántico
espiritual, san Juan presenta el camino de purificación del alma,
es decir, la progresiva posesión gozosa de Dios, hasta que el
alma llega a sentir que ama a Dios con el mismo amor con que es amada
por Él. La Llama de amor viva prosigue en esta perspectiva, describiendo
más en detalle el estado de unión transformadora con Dios.
El ejemplo utilizado por Juan es siempre el del fuego: como el fuego
cuanto más arde y consume el leño, tanto más se
hace incandescente hasta convertirse en llama, así el Espíritu
Santo, que durante la noche oscura purifica y "limpia" el
alma, con el tiempo la ilumina y la calienta como si fuese una llama.
La vida del alma es una continua fiesta del Espíritu Santo, que
deja entrever la gloria de la unión con Dios en la eternidad.
La Subida al Monte
Carmelo presenta el itinerario espiritual desde el punto de vista de
la purificación progresiva del alma, necesaria para escalar la
cumbre de la perfección cristiana, simbolizada por la cima del
Monte Carmelo. Esta purificación es propuesta como un camino
que el hombre emprende, colaborando con la acción divina, para
liberar el alma de todo apego o afecto contrario a la voluntad de Dios.
La purificación, que para llegar a la unión de amor con
Dios debe ser total, comienza desde la de la vía de los sentidos
y prosigue con la que se obtiene por medio de las tres virtudes teologales:
fe, esperanza y caridad, que purifican la intención, la memoria
y la voluntad. La Noche oscura" describe el aspecto pasivo,
es decir, la intervención de Dios en el proceso de purificación
del alma. El esfuerzo humano, de hecho, es incapaz por sí solo
de llegar hasta las raíces profundas de las inclinaciones y de
las malas costumbres de la persona: las puede frenar, pero no desarraigarlas
totalmente. Para hacerlo, es necesaria la acción especial de
Dios que purifica radicalmente el espíritu y lo dispone a la
unión de amor con Él. San Juan define "pasiva"
esta purificación, precisamente porque, aun aceptada por el alma,
es realizada por la acción misteriosa del Espíritu Santo
que, como llama de fuego, consume toda impureza. En este estado, el
alma es sometida a todo tipo de pruebas, como si se encontrase en una
noche oscura.
Estas indicaciones
sobre las obras principales del Santo nos ayudan a acercarnos a los
puntos sobresalientes de su vasta y profunda doctrina mística,
cuyo objetivo es describir un camino seguro para llegar a la santidad,
el estado de perfección al que Dios nos llama a todos nosotros.
Según Juan de la Cruz, todo lo que existe, creado por Dios, es
bueno. A través de las criaturas, podemos llegar al descubrimiento
de Aquel que nos ha dejado en ellas su huella. La fe, con todo, es la
única fuente dada al hombre para conocer a Dios tal como es Él
en sí mismo, como Dios Uno y Trino. Todo lo que Dios quería
comunicar al hombre, lo dijo en Jesucristo, su Palabra hecha carne.
Él, Jesucristo, es el único y definitivo camino al Padre
(cfr Jn 14,6). Cualquier cosa creada no es nada comparada con Dios y
nada vale fuera de Él: en consecuencia, para llegar al amor perfecto
de Dios, cualquier otro amor debe conformarse en Cristo al amor divino.
De aquí deriva la insistencia de san Juan de la Cruz en la necesidad
de la purificación y del vaciamiento interior para transformarse
en Dios, que es la única meta de la perfección. Esta purificación
no consiste en la simple falta física de las cosas o de su uso;
lo que hace al alma pura y libre, en cambio, es eliminar toda dependencia
desordenada de las cosas. Todo debe colocarse en Dios como centro y
fin de la vida. El largo y fatigoso proceso de purificación exige
el esfuerzo personal, pero el verdadero protagonista es Dios: todo lo
que el hombre puede hacer es disponerse, estar abierto a
la acción divina y no ponerle obstáculos. Viviendo las
virtudes teologales, el hombre se eleva y da valor a su propio empeño.
El ritmo de crecimiento de la fe, de la esperanza y de la caridad va
al mismo paso que la obra de purificación y con la progresiva
unión con Dios hasta transformarse en Él. Cuando se llega
a esta meta, el alma se sumerge en la misma vida trinitaria, de forma
que san Juan afirma que ésta llega a amar a Dios con el mismo
amor con que Él la ama, porque la ama en el Espíritu Santo.
De ahí que el Doctor Místico sostenga que no existe verdadera
unión de amor con Dios si no culmina en la unión trinitaria.
En este estado supremo el alma santa lo conoce todo en Dios y ya no
debe pasar a través de las criaturas para llegar a Él.
El alma se siente ya inundada por el amor divino y se alegra completamente
en él.
Queridos hermanos
y hermanas, al final queda la cuestión: este santo con su alta
mística, con este arduo camino hacia la cima de la perfección,
¿tiene algo que decirnos a nosotros, al cristiano normal que
vive en las circunstancias de esta vida de hoy, o es un ejemplo, un
modelo solo para pocas almas elegidas que pueden realmente emprender
este camino de la purificación, de la ascensión mística?
Para encontrar la respuesta debemos ante todo tener presente que la
vida de san Juan de la Cruz no fue un vuelo por las nubes místicas,
sino que fue una vida muy dura, muy práctica y concreta, tanto
como reformador de la orden, donde encontró muchas oposiciones,
como de superior provincial, como en la cárcel de sus hermanos
de religión, donde estuvo expuesto a insultos increíbles
y malos tratos físicos. Fue una vida dura, pero precisamente
en los meses pasados en la cárcel escribió una de sus
obras más bellas. Y así podemos comprender que el camino
con Cristo, el ir con Cristo, "el Camino", no es un peso añadido
a la ya suficientemente dura carga de nuestra vida, no es algo que haría
aún más pesada esta carga, sino algo completamente distinto,
es una luz, una fuerza que nos ayuda a llevar esta carga. Si un hombre
tiene en sí un gran amor, este amor casi le da alas, y soporta
más fácilmente todas las molestias de la vida, porque
lleva en sí esta gran luz; esta es la fe: ser amado por Dios
y dejarse amar por Dios en Cristo Jesús. Este dejarse amar es
la luz que nos ayuda a llevar la carga de cada día. Y la santidad
no es obra nuestra, muy difícil, sino que es precisamente esta
apertura: abrir las ventanas de nuestra alma para que la
luz de Dios pueda entrar, no olvidar a Dios porque precisamente en la
apertura a su luz se encuentra fuerza, se encuentra la alegría
de los redimidos. Oremos al Señor para que nos ayude a encontrar
esta santidad, a dejarnos amar por Dios, que es la vocación de
todos nosotros y la verdadera redención. Gracias.
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