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Obras
Completas
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Santa
Teresa de Jesús
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Creer
y amar con Benedicto XVI
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Alexia:
alegría y heroísmo en la enfermedad
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Miguel
Angel Monge
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La
esencia del cristianismo
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Romano
Guardini
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La
vida de Jesucristo en la predicacion de Juan Pablo II
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Pedro
Beteta
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Práctica
del amor a Jesucristo
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San
Alfonso María de Ligorio
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La
escuela del Espiritu Santo
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Jacques
Philippe
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La
Virgen Nuestra Señora (26ª ed.)
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Después
de esta vida (5ª ed.)
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Hoy querría
hablaros de san Pedro Kanis, Canisio en la forma latina de su apellido,
una figura muy importante en el s.XVI católico. Nació
el 8 de mayo de 1521 en Nimega Holanda. Su padre era el alcalde de la
ciudad. Mientras estudiaba en la Universidad de Colonia, frecuentó
a los monjes cartujos de santa Bárbara, un centro propulsor de
la vida católica, y a otros hombres píos que cultivaban
la espiritualidad llamada devotio moderna. Entró en la Compañía
de Jesús el 8 de mayo de 1543 en Maguncia (Renania-Palatinado),
después de haber seguido un curso de ejercicios espirituales
bajo la supervisión del beato Pierre Favre, Petrus Faber, uno
de los primeros compañeros de san Ignacio de Loyola. Se ordenó
sacerdote en junio de 1546 en Colonia, y al año siguiente, estuvo
presente en el Concilio de Trento como teólogo del obispo de
Austria, cardenal Otto Truchsess von Waldburg, donde colaboró
con dos hermanos, Diego Laínez e Alfonso Salmerón.
En 1548, san Ignacio
le hizo completar su formación espiritual en Roma y lo envió
después al Colegio de Messina a ejercitarse en humildes servicios
domésticos. Consiguió en Bolonia el doctorado en teología
el 4 de octubre de 1549, y después fue enviado al apostolado
a Alemania por san Ignacio. El 2 de septiembre de ese año, el
1549, visitó al Papa Pablo III en Castelgandolfo y después
de esto fue a la Basílica de San Pedro a orar. Allí imploró
la ayuda de los grandes Apóstoles Pedro y Pablo, para que diesen
una eficacia permanente a la Bendición Apostólica, con
miras a su gran destino, la nueva misión. En su diario, escribió
algunas palabras de la oración que realizó: Allí
he sentido que un gran consuelo y la presencia de la gracia me eran
concedidas por medio de estos intercesores (Pedro y Pablo). Ellos confirmaban
mi misión en Alemania y parecían transmitirme, como apóstol
de Alemania, el apoyo de su benevolencia. Tú conoces Señor,
de que manera y cuantas veces en ese mismo día me has confiado
Alemania, a la que luego cuidaré y por la cual deseo vivir y
morir.
Debemos tener presente
que nos encontramos en el tiempo de la Reforma luterana, en el momento
en que la fe católica en los países de lengua germánica,
ante la fascinación de la Reforma, parecía que se apagaba.
Era un deber casi imposible el de Canisio, encargado de revitalizar,
de renovar la fe católica en los países germanos. Sólo
era posible con la fuerza de la oración. Era posible solo desde
la base, es decir desde una amistad profunda con Jesucristo; amistad
con Cristo en su Cuerpo, la Iglesia, que se alimenta en la Eucaristía,
Su presencia real.
Siguiendo la misión
recibida de Ignacio y del Papa Pablo III, Canisio partió hacia
Alemania y partió antes que nada hacia el Ducado de Baviera,
que durante muchos años fue sede de su ministerio. Como decano,
rector y vicecanciller de la Universidad de Ingolstadt, cuidó
la vida académica del Instituto y de la reforma religiosa y moral
del pueblo. En Viena, donde por un breve tiempo fue administrador de
la Diócesis, desarrolló el ministerio pastoral en los
hospitales y las cárceles, sea en la ciudad como en el campo,
y preparó la publicación de su Catecismo. En 1556 fundó
el Colegio de Praga y hasta el 1569, fue el primer superior de la provincia
jesuita de la Alemania Superior.
Entre estas tareas,
estableció en los países germánicos una densa red
de comunidades de su Orden, especialmente de Colegios, que fueron puntos
de partida para la reforma católica, para la renovación
de la fe católica. En este tiempo participó también
en el Coloquio de Worms con los dirigentes protestantes, entre los que
estaba Felipe Melantchon (1557); ejerció la función de
Nuncio Pontificio en Polonia (1558; participó en las dos Dietas
de Augusta (1559 y 1565); acompañó al cardenal Estanislao
Hozjusz, enviado del Papa al Emperador Fernando (1560); interviene en
la Sesión Final del Concilio de Trento, donde habló sobre
la cuestión de la Comunión bajo las dos especies y sobre
el Índice de Libros Prohibidos (1562).
En 1580 se retiró
a Friburgo en Suiza, dedicado totalmente a la predicación y a
la composición de sus obras, allí murió el 21 de
diciembre de 1597. Beatificado por el beato Pío IX en 1864, fue
proclamado en 1897 segundo Apóstol de Alemania por el Papa León
XIII, y canonizado por el Papa Pío XI y también proclamado
Doctor de la Iglesia en 1925.
San Pedro Canisio
transcurrió buena parte de su vida en contacto con las personas
socialmente más importantes de su tiempo y ejerció una
influencia especial con sus escritos. Fue editor de las obras completas
de san Cirilo de Alejandría y de san León Magno, de las
Cartas de san Jerónimo y de las Oraciones de san Nicolás
de Flüe. Publicó libros de devoción en varias lenguas,
las biografías de algunos santos suizos y muchos textos de homilética.
Pero sus escritos más difundidos fueron los tres Catecismos elaborados
entre el 1555 y el 1558. El primero estaba destinado a los estudiantes
a un nivel de comprensión de las nociones elementales de teología;
el segundo a los niños del pueblo para una primera instrucción
religiosa; el tercero a jóvenes con una formación escolástica
de escuela media o superior. La doctrina católica estaba expuesta
a base de preguntas y respuestas, brevemente, en términos bíblicos,
con mucha claridad y sin menciones críticas.
¡Sólo
en el tiempo de su vida se hicieron 200 ediciones de este Catecismo!
Y se sucedieron cientos de ediciones hasta el s.XX. Así en Alemania,
todavía en la generación de mi padre, la gente llamaba
al Catecismo, simplemente el Canisio: es realmente el catequista de
los siglos, ha formado la fe de las personas durante siglos.
Es, esta, una característica
de san Pedro Canisio: saber componer armoniosamnete la fidelidad a los
principios dogmáticos con el debido respeto a cada persona. San
Canisio ha distinguido la apostasía consciente, culpable, de
la fe, de la pérdida de la fe inocente, por las circunstancias.
Y ha declarado, frente a Roma, que la mayor parte de los alemanes pasaron
al Protestantismo sin culpa. En un momento histórico de fuertes
contrastes confesionales, evitaba -esta es una cosa extraordinaria-
la aspereza y la retórica de la ira -cosa rara como he comentado,
en esos tiempos y en las discusiones entre los cristianos- y se preocupaba
sólo de la presentación de las raíces espirituales
y de la revitalización de la fe en la Iglesia. Para esto le sirvió
mucho el amplio y penetrante conocimiento que tenía de las Sagradas
Escrituras y de los Padres de la Iglesia: el mismo conocimiento que
sobresalía de su personal relación con Dios y la austera
espiritualidad que derivaba de la devotio moderna y de la mística
renana.
La característica
de la espiritualidad de san Canisio es una profunda amistad con Jesús.
Por ejemplo escribió el 4 de septiembre de 1549 en su diario,
hablando con el Señor: Tú, al final, como si me
pudieses abrir el corazón del Santísimo Cuerpo, que me
parecía ver delante de mí, me has mandado beber en esa
fuente, invitándome por decir así a sacar las aguas de
mi salvación de tus fuentes , oh mi Salvador. Se ve que
el Salvador le da un vestido con tres partes que se llaman paz, amor
y perseverancia. Y con este vestido compuesto de paz, amor y perseverancia,
Canisio ha realizado su obra de renovación del catolicismo. Esta
amistad con Jesús que es el centro de su personalidad-
nutrida por el amor a la Biblia, por el amor al Sacramento, por el amor
de los Padres, esta amistad estaba claramente unida a la consciencia
de ser en la Iglesia un continuador de la misión de los Apóstoles.
Y esto nos recuerda que todo evangelizadores siempre un instrumento
unido, y por eso mismo fecundo, con Jesús y con su Iglesia.
San Pedro Canisio
se había formado en esta amistad con Jesús en el ambiente
espiritual de la Cartuja de Colonia, en la que había mantenido
estrecho contacto con dos místicos cartujos Johann Lansperger,
latinizado como Lanspergius, y Nicolas van Hesche, latinizado como Eschius.
Más tarde profundizó la experiencia de esta amistad, familiaritas
stupenda nimis, con la contemplación de estos misterios de la
vida de Jesús, que ocupan una gran parte en los Ejercicios espirituales
de san Ignacio. Su intensa devoción por el Corazón del
Señor, que culminó en la consagración al ministerio
apostólico en la Basílica Vaticana, encuentra aquí
su fundamento.
En la espiritualidad
cristocéntrica de san Pedro Canisio hay un profundo convencimiento:
no hay alma cuidadosa de la propia perfección que no practique
cada día la oración mental, medio ordinario que permite
al discípulo de Jesús vivir la intimidad con el Maestro
divino. Por esto, en los escritos destinados a la educación espiritual
del pueblo, nuestro santo insiste en la importancia de la Liturgia con
los comentarios a los Evangelios, de las fiestas, del rito de la santa
Misa y de los otros Sacramentos, pero, al mismo tiempo, tiene cuidado
de mostrar a los fieles la necesidad y la belleza de que la oración
personal diaria acompañe y permee la participación en
el culto publico de la Iglesia
Se trata de una
exhortación y de un método que conservan intacto su valor,
especialmente después de que han sido propuestos nuevamente por
el Concilio Vaticano II en la constitución Sacrosanctum Concilium:
la vida cristiana no crece sino es alimentada por la participación
en la Liturgia, en modo particular en la santa misa dominical, y por
la oración personal diaria, por el contacto personal con Dios.
En medio de muchas actividades y múltiples estímulos que
nos rodean, es necesario encontrar cada día los momentos de recogimiento
delante del Señor para escucharlo y hablar con Él.
Al mismo tiempo,
es siempre actual y de valor permanente el ejemplo que san Pedro Canisio
nos ha dejado, no sólo en sus obras, sino sobre todo con su vida.
Él nos enseña con claridad que el ministerio apostólico
es robusto y produce frutos de salvación en el corazón,
sólo si el predicador es un testigo personal de Jesús
y sabe ser instrumento a su disposición, estrechamente unido
a Él por la fe en su Evangelio y en su Iglesia, por una vida
moralmente coherente y por una oración incesante como el amor.
Y esto vale para cada cristiano que quiera vivir con esfuerzo y fidelidad
su adhesión a Cristo. Gracias.
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